Por: César Campos Rodríguez
Expreso, 11 de Junio del 2023
Tal el título de las funciones que este último fin de semana presentó nuestro más notable comediante e imitador, Carlos Álvarez, en un local del distrito limeño de Barranco, celebrando sus 40 años de vida artística. Jornada de alegría, esparcimiento, peruanidad –complementada por la participación de Cecilia Bracamonte, lideresa indiscutible del acervo musical nativo– pero también de reflexión política eyectada desde el campo de los padecimientos cotidianos que vivimos en los asuntos públicos hacia la esfera del humor.
Carlos recapitula con fortuna todas aquellas imitaciones y sketchs que provocaron la risa de sus compatriotas en distintos programas de televisión o escenarios colectivos durante las cuatro décadas precedentes. Desde aquella hilarante representación de quien fuera obispo del Callao, monseñor Ricardo Durand, pasando por Fernando “Popy” Olivera, Alan García, Alberto Fujimori, Alejandro Toledo hasta llegar a César Acuña, Aníbal “caníbal” Torres, Pedro Castillo y Dina Boluarte. Su talento para detectar y exacerbar características puntuales de cada uno de estos personajes (voz, gestos, frases, indumentaria) carece de límites. Simpatías o antipatías hacia los imitados se subordinan al eco jocoso de tan brillantes actuaciones.
Lo singular es que Álvarez –quien cumplirá 60 años en enero de 2024– muestra el deseo de arribar a nuevas metas de servicio y realización trascendiendo los circuitos del arte escénico. Basta repasar sus redes sociales para confirmarlo. Allí despliega –con perfecta armonía conceptual, sólida dicción y sin medias tintas– sus más serias preocupaciones sobre lo que pasa en el Perú. Dispara contra tirios y troyanos, describe los males que nos aquejan y ensaya propuestas para superarlos.
Resulta entonces muy probable que esta irrupción en el debate nacional sobre nuestro destino constituya una alzada de mano de Carlos para decir “presente” en la baraja de opciones presidenciales echadas sobre una mesa todavía pequeña y endeble. Explicaría el nominativo de su reciente comparecencia barranquina: el candidato.
No faltarán lectores reacios a esta hipótesis. Amparados en el oficio del aludido, soltarán una sonora carcajada o la juzgarán un disparate. Pero mayor disparate lo encarnan la mayoría de quienes se exhiben en el tabladillo político. Fuera de olvidar que personajes caricaturizados como farandulescos en diferentes lugares del mundo llegaron a ocupar grandes responsabilidades públicas y la hicieron bien.
Me refiero a Ronald Reagan, actor de cine pero quien se hizo muy conocido a través de un programa de TV motivacional auspiciado por General Electric en la década de los 50 del siglo pasado, abriéndose camino primero a la gobernación de California y luego a la presidencia de los EEUU. Lo imitó Arnold Schwarzenegger alcanzando la misma jerarquía californiana. Y el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, conduciendo un programa televisivo de sátira política llamado “Servidor del Pueblo”, ganó con votos el cargo que hoy detenta en su país.
En lo que a mí respecta, Carlos Álvarez está en el bolo. Las circunstancias, el desanclaje de la política tradicional y la voluntad de cambio del ciudadano común dirán el resto.