Chilenos rechazan propuestas del gobierno de Boric, le dan la mayoría del Consejo Constitucional al partido Republicano, no le otorgan el veto al gobierno y tienen la oportunidad de retomar el camino de una prosperidad compartida.
Líneas abajo compartimos la portada de El Mercurio de hoy y el artículo de opinión de Felipe Schwember.
El peso de la victoria
Terminar bien es llegar a una propuesta alineada con nuestra tradición republicana.
Felipe Schwember
El Mercurio – Chile
Columna de Opinión
8 de mayo, 2023
La victoria es dulce y los vencedores quieren saborearla. Es natural. Seguramente no querrán que se les recuerden los riesgos que entraña. Pues entraña riesgos y —lamento ser aguafiestas— este es precisamente el momento para tenerlo presente. El mejor ejemplo de ello es el proceso constituyente anterior: embriagados por su apabullante éxito, las variopintas fuerzas de izquierda se entregaron irreflexivamente al embeleso que les producían sus propias ideas. Entraron entonces en un bucle del que, pese a alguna tímida reacción, no pudieron ya salir. Quizás recuerde el lector de derecha la consternación e incredulidad que experimentó entonces ante las propuestas disparatadas o derechamente liberticidas de la Convención. Quizás recuerde también el alivio que experimentó cuando, por ese entonces, la centroizquierda comenzó ¡por fin! a reaccionar. “Gente razonable”, pensó. Y sí, es gente razonable. Y su opinión contó mucho para señalar la desnudez del rey que en este caso era la Convención.
La Convención quedó tan escorada a la izquierda que logró dilapidar rápidamente la enorme confianza y adhesión que en su momento concitó. Más allá de los espectáculos y desplantes, esta lamentable hazaña se explica porque sus miembros, pese a su lenguaje ampuloso, no dieron muestras de entender qué es una Constitución y qué es la democracia. La derecha ahora cuenta con esa confianza y adhesión, y si bien es cierto que la Convención dejó la vara bajísima, haría mal si, como ella, no tiene a la vista la posibilidad de la discusión democrática sana. Tiene, en consecuencia, la responsabilidad de que este proceso termine bien. Y eso incluye también a republicanos, que no quieren una nueva Constitución, pues, después de todo, decidieron participar en el proceso. Pero ¿qué significa que termine bien?
Significa que concluye con una propuesta constitucional alineada con nuestra tradición republicana.
No necesita ser particularmente original: debe tener separación de poderes, consagración de los derechos y libertades fundamentales típicas, sistema de partidos, etcétera. Digamos que el proceso termina bien si la derecha logra redactar una Constitución que puede apoyar, por ejemplo, gente de Amarillos por Chile, el expresidente Frei o exconcertacionistas que entienden que los movimientos revolucionarios no tienen razón de ser en una democracia liberal y representativa.
Si lo anterior sucede, la derecha habrá sabido convertir un éxito puntual —aunque ciertamente muy importante— en un éxito histórico: compartiría su victoria con otras fuerzas políticas democráticas y pondría las bases para la construcción de mayorías estables, que son imprescindibles para el buen funcionamiento de una democracia. Si la derecha hiciera todo eso, daría una lección histórica de responsabilidad a la extrema izquierda, que la necesita urgentemente. Lampadia