Charo Camprubí
Para Lampadia
11 de octubre de 2017
El 10 de octubre, el Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, no salió al balcón para declarar unilateralmente la independencia de Cataluña (DUI). Lo hizo discretamente, en el seno del parlamento catalán, utilizando un lenguaje alambicado que hacía referencia al referéndum ilegal del 1 de octubre, y sólo para suspenderla inmediatamente después. En la plaza de Lluis Companys donde se reunían los independentistas pensando que era su día de gloria, hubo una gran decepción. Y aunque poco después los diputados independentistas firmaban una declaración simbólica de independencia, esa no era la DUI que ellos esperaban.
La unidad de los partidos favorables a la independencia (PDeCat, ERC y CUP) empezó a resquebrajarse ya que la CUP, el partido antisistema que apoya a Puigdemont, se sintió traicionada. Esperaba una DUI pura y dura, a la que Puigdemont no se atrevió. Se quedó a medio camino cultivando la ambigüedad dado que su partido, el PDeCat, representa a una burguesía catalana que le pedía sosiego, alarmada por la fuga imparable de las empresas más emblemáticas de Cataluña y sensible a peticiones como la de Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, y otros dirigentes internacionales contrarios a la Declaración Unilateral de Independencia. El temor a represalias de tipo penal también puede haber influido en que Puigdemont hiciera una DUI edulcorada, para alivio de los españoles.
Alivio sí, porque se había evitado un choque de trenes frontal, pero incertidumbre también. Nadie entendía el alcance de la DUI y menos aún el de su suspensión. De ahí que Rajoy consensuase con el PSOE el envío de un requerimiento a Puigdemont para que aclarase si había declarado la independencia o no, y le diese hasta el lunes para contestar (dicho requerimiento, enviado por fax, ya llegó a su destinatario). Y si la respuesta fuese afirmativa, le da hasta el jueves para rectificar y restaurar el orden constitucional. Tanta cautela muestra a qué punto, el Gobierno y el PSOE, son reacios a aplicar el artículo 155 de la Constitución, con el que podrían suspender temporalmente la autonomía de Cataluña. Temen los efectos nocivos que pueda tener y que ello dificulte el dialogo con los independentistas catalanes después de haberlo puesto en marcha, aunque, claro está, ¡el Gobierno tiene que hacer algo!
La situación requiere una respuesta contundente y cohesionada por parte de la clase política, del PP y del PSOE, los dos grandes partidos de gobierno en España. Como ha recordado su secretario general, Pedro Sánchez, el PSOE “ayudó a levantar la Constitución del 1978”. Está claro que Rajoy no quiere enfrentar una crisis de esta envergadura apoyado solamente por el joven dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera, nacido en 1979, y que tiene una línea más dura que la suya, ya que solicita desde el 1 de Octubre, día del referéndum ilegal, aplicar el artículo 155 de la Constitución y elecciones en Cataluña. Rajoy necesita consensuar con el PSOE los pasos a seguir a pesar de que los socialistas españoles estén en la oposición.
Del debate del 11 de octubre en el Congreso de la Nación, de tono sereno, ha quedado claro que el PP y el PSOE van a ir en esta crisis, de común acuerdo. Rajoy, hasta ahora reacio al diálogo con los nacionalistas y a revisar la Constitución, ha aceptado la posición de Pedro Sánchez que considera que “hay que reformar la Constitución para hablar de cómo Cataluña se queda en España y no cómo Cataluña sale de España. Hay que modernizar y actualizar la Constitución de 1978”.
Es una lástima que Unidos Podemos, el partido que se sitúa a la izquierda del PSOE y que le ha robado buena parte de su electorado, se ubique demasiado cerca de los independentistas, porque representa a cinco millones de votantes y contar con su apoyo hubiera sido valioso. Pero ellos siguen insistiendo en que se haga un referéndum pactado en Cataluña, no previsto por la Constitución, aunque no apoyan la secesión.
Mientras tanto, la Unión Europea se desmarca de las veleidades independentistas de Cataluña y se niega a las mediaciones. Ceder en Cataluña sería abrir la caja de Pandora ya que Italia tiene a la Liga del Norte, Francia a los corsos y Bélgica a los flamencos, sin olvidar un detalle que tiene su importancia: los independentistas catalanes reivindican una región francesa: el Roussillon. Lampadia