Charo Camprubí
Para Lampadia
El 27 de octubre a las tres de la tarde se llevó a cabo la escenificación de la ruptura de Cataluña con España cuando se votó en el Parlamento catalán, en secreto, y por una mayoría simple de cinco votos, la República catalana. El hemiciclo estaba medio vacío porque los diputados del Partido Popular, del Partido Socialista Catalán y de Ciudadanos abandonaron la sala dejando banderas españolas y catalanas en su bancada. Carles Puigdemont, Presidente de la Generalitat, se había dejado arrastrar por los independentistas radicales abandonando así la posibilidad de resolver la crisis convocando elecciones como se lo pedía el Gobierno. Después del voto siguió el Himno Nacional catalán, los abrazos y el encuentro con los alcaldes independentistas con los que corearon al unísono “Libertad”.
Poco después, el Senado votaba en Madrid por una abrumadora mayoría el artículo 155 de la Constitución autorizando al Gobierno a restituir el orden Constitucional y Autonómico e intervenir en Cataluña. Eso le permitió al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aprobar el mismo día en Consejo de Ministros una batería de medidas. De todas ellas, la más esperada era la del cese del Presidente y el Gobierno de la Generalitat, y no falló. Pero lo que nadie esperaba, la gran sorpresa de un día plagado de sobresaltos, fue la de disolver también el Parlamento catalán y convocar elecciones autonómicas en Cataluña para el 21 de diciembre. Esa es una operación magistral, de gran habilidad política.
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Rajoy llegó tarde y sin ningún entusiasmo a la aplicación del 155. Sabía que a ninguna Comunidad Autónoma le gusta ser intervenida, aunque se lo merezca. Sabía también que gobernar Cataluña desde Madrid es tan difícil que la liebre puede saltar en cualquier momento. Y su propuesta inicial tenía un grave defecto: la de prolongar la intervención por seis meses o más. Pero dando un giro copernicano, apoyado por el PSOE y Ciudadanos, decidió empezar por el final: las elecciones. Con la convocatoria electoral, Rajoy muestra que no tiene la menor intención de eternizarse en tierras catalanas lo que hubiese provocado mucho rechazo en la población, fuesen o no fuesen independentistas. Por eso dijo que no quiere “ni suspender ni intervenir ni recortar el autogobierno en Cataluña, sino volver a la normalidad”. De lo que se trata es de devolver la voz a los catalanes que han visto como la apisonadora independentista no los tomaba en cuenta porque Puigdemont gobernaba solo para los secesionistas.
Habrá que ver como se organizan esas elecciones, pero Rajoy ya ha marcado el punto. Es él y no Puigdemont quien las convoca. Ahora hay que luchar por ganarlas en un universo hostil, sometido a un lavado de cerebro por la propaganda independentista en la que se gastaron grandes sumas de las arcas de la Generalitat, es decir, del dinero público del Estado español. Los convencieron, entre otras cosas, de que las empresas se mantendrían en Cataluña y que la Unión Europea los reconocería como Estado soberano. Pero era una argucia. Los empresarios abandonan Cataluña a un ritmo frenético, las inversiones y el consumo se retraen, cae el PIB, cae la bolsa y, dentro de poco, muchos catalanes independentistas o no estarán en el desempleo. Y nadie muestra el menor interés en reconocerlos como Estado: la Unión Europea ha afirmado que solo reconoce a España como interlocutor. España también ha recibido el espaldarazo de los Estados Unidos, de la OTAN y del Secretario General de la ONU. En pocas palabras, a la República Independiente de Cataluña le podría pasar lo mismo que a la República Federal de Padania (que reagrupaba las regiones italianas de Véneto y Lombardía), declarada independiente del Estado italiano por la Liga del Norte en 1996 y que no fue reconocida por ningún Estado.
En los últimos días se han vivido momentos de tensión, de depresión, de tristeza y de angustia. Ha habido surrealismo, vértigo, precipitación y traición en la cuestión catalana. Pero también hay que recordar la importancia de Cataluña en la gobernabilidad de España. Jugaron el rol de bisagra cuando el Partido Popular o el PSOE no obtenían la mayoría absoluta. Lamentablemente, esta dinámica se rompió en el 2012 cuando el Presidente de la Generalitat, Arthur Mass, le solicitó a Rajoy una ayuda económica astronómica para el pago de la deuda catalana y un Concierto Económico semejante al que, por razones históricas, posee el País Vasco. La negativa de Rajoy a ambos requerimientos hizo que Mass decidiera romper la baraja y pusiese la independencia en el programa electoral de Convergencia (actual PDeCat), partido burgués de derecha que siempre fue autonomista pero no independentista. Además, llovía sobre mojado porque, unos años antes, el Partido Popular había impugnado ante el Tribunal Constitucional el último Estatuto de Cataluña, aprobado por el Congreso en Madrid y por el pueblo catalán en referéndum. Su revisión a la baja por dicho Tribunal terminó causando un daño sin precedentes en las relaciones entre el Partido Popular y Cataluña. Por eso el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha recordado en estas horas de tristeza y desasosiego: “esta crisis territorial lleva larvada muchos años ante la pasividad de los gobernantes actuales”, y considera que ha llegado el momento de recomponer las relaciones con Cataluña porque: “España no se concibe sin Cataluña ni Cataluña sin España”. Lampadia