Charo Camprubí
Para Lampadia
Pedro Sánchez podría escribir un manual titulado: “Como ganar las elecciones y no conseguir formar gobierno”. Eso es lo que le ha pasado después de las dos sesiones de investidura que han tenido lugar esta semana y que han terminado en un sonoro fracaso. El 25 de julio pasará a la historia de España por haber sido el día en el que, por primera vez, pudo haber un gobierno de coalición de izquierda entre el PSOE e Unidas Podemos que terminó en la nada. Sánchez tuvo 155 votos en contra, 124 a favor y 67 abstenciones. Inútil es decir que todo esto ha sido vivido por los españoles como un auténtico psicodrama que los ha tenido en vilo hasta el último minuto ya que hasta en el propio hemiciclo se barajaron propuestas negociadoras por parte de Podemos.
Pablo Iglesias prefirió dejar caer a Sánchez (jugándose así su futuro político porque esto le puede pasar factura más adelante), antes que ceder en sus reivindicaciones, algunas de las cuales estaban por encima de lo que se le podía dar. Prefirió la nada antes que dar su brazo a torcer. Como le dijo el líder del Partido Nacionalista Vasco: “El cielo se conquista nube por nube, no se asalta”.
Esta es la segunda vez que Iglesias se la juega a Sánchez y le impide ser presidente del Gobierno. La primera fue en el 2016, cuando Sánchez llegó a un acuerdo programático con Ciudadanos y solo necesitaba de su abstención para ser investido presidente. Pero Iglesias le negó la abstención y el que terminó en la Moncloa fue Rajoy, con la abstención del PSOE. Por lo visto, Iglesias es tan de izquierda que prefiere que gobierne la derecha, porque parece mentira que por un ministerio (Trabajo) haya sumido a España y a su propio partido en la incertidumbre que provoca el no tener gobierno. Sin embargo, hay que reconocer que Iglesias fue clave en la moción de censura contra Rajoy que llevó a Sánchez al poder.
Ahora estamos ante un bloqueo institucional que solo puede desbloquearse o con una nueva sesión de investidura en septiembre o con nuevas elecciones en noviembre. De unas nuevas elecciones nadie quiere ni oír hablar, ni el PSOE al que las encuestas le dan un mayor número de diputados, ni el Partido Popular que también saldría beneficiado. Nuevas elecciones, sería lo ultimo para todos. Pablo Iglesias ha llegado a amenazar a Sánchez diciéndole que “No sería presidente nunca” si convocasen nuevas elecciones (en las que previsiblemente Unidas Podemos perdería diputados) o si no hay coalición.
El PSOE cometió el grave error de dejar pasar tres meses antes de intentar llegar a un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos. La discusión entre ambos partidos giró alrededor de cargos y reparto de cuotas de poder más que de acuerdos programáticos. En realidad, Sánchez no estaba entusiasmado ante la perspectiva de gobernar en coalición con Iglesias. Hay que tener en cuenta de que el PSOE nunca ha gobernado con un partido situado a su izquierda y que carece de la cultura política vinculada a la coalición. Además, entre ambos líderes había rivalidad y desconfianza. Los barones del PSOE siempre han tenido a Podemos entre ceja y ceja. Y ahora, gracias a esta investidura fallida, lo que tenemos es tierra quemada, e intentar sembrar para una nueva investidura en tierra quemada será muy difícil. ¿Es esta una vía agotada? Pronto lo sabremos. En todo caso, durante la primera sesión de investidura del 23 de julio, Sánchez pidió encarecidamente tanto al Partido Popular como a Ciudadanos que se abstuvieran para permitir la formación del gobierno.
La opción preferida de Sánchez era la de un gobierno en solitario con apoyos puntuales de la izquierda o incluso de la derecha en cuestiones de Estado. Su segunda opción era la de gobernar con Ciudadanos, la opción preferida de los liberales europeos capitaneados por Macron y la de los empresarios españoles. Pero su líder, Rivera, resistió a todas las presiones, incluso a las deserciones de miembros fundadores de su partido escandalizados por el hecho de que prefiriera pactar con la ultraderecha de Vox que formar un gobierno de centro con el PSOE. Rivera se cerró en banda, convencido de que para llegar a ser el partido dominante tiene que hacerle una oposición sin cuartel al PSOE. Y, durante el debate de investidura, mientras que el líder del PP, Pablo Casado, fue correcto y moderado, Rivera fue insultante, diciendo: “La banda de Sánchez”, “El plan de Sánchez”, “El plan Sánchez era repartirse el botín” o, incluso: “Estamos jodidos”. La realidad mostró que no había ni banda ni plan ni reparto de botín en curso sino todo lo contrario.
El gobierno de coalición con Iglesias era la tercera opción de Sánchez. De hecho, Sánchez primero se refirió tan solo a “Un gobierno de cooperación”. No quería ni por nada de miembros de Unidas Podemos en el Consejo de Ministros y menos aún del propio Iglesias. Pero Iglesias tenía otra visión. Quiso hacer de un gran fracaso electoral, que lo redujo a tan solo 42 diputados, un éxito. La fórmula que acariciaba era la de una entrada en fuerza de Podemos en el gobierno con el mismo en la vicepresidencia y cinco grandes ministerios. Y ahí las tuercas empezaron a chirriar.
Sánchez no quería tener a Podemos en el Consejo de Ministros por varias razones, siendo una de las más importantes el problema catalán. En otoño se espera la sentencia del Tribunal Supremo sobre el proceso independentista y, si la sentencia es dura, se teme que la reacción en Cataluña oblige al gobierno a poner en marcha un nuevo 155. Unidas Podemos no solo no apoya el 155 sino que es favorable a un referéndum de autodeterminación y llama “presos políticos” a los independentistas que están en la cárcel.
Pero más allá del problema catalán, están los personalismos. Sánchez está convencido de que Iglesias es un socio incierto, que no puede con su genio, y que lo podría dejar caer en medio de la legislatura. Reina la desconfianza. Por eso, cuando Iglesias pretendió la vicepresidencia, el PSOE se negó en redondo diciendo que para ellos eso era una línea roja. Sánchez no podía permitir un ejecutivo bicéfalo.
Iglesias aceptó renunciar a formar parte del gobierno, en lo que debió ser un trago amargo, pero solicitó una vicepresidencia y 5 ministerios. Sánchez aceptó darle a su compañera, la Sra. Montero, una vicepresidencia social, y tres ministerios: Sanidad, Vivienda e Igualdad, más unos 85 altos cargos en distintos ministerios.
Pero Iglesias quería un amplio poder en la hacienda pública y en ministerios como el de Trabajo. Esto fue considerado demasiado por el PSOE. En el debate del lunes sobre la investidura los dos líderes escenificaron un auténtico rifirrafe. En el debate de ayer han escenificado el divorcio. Ahora Sánchez piensa contactar de nuevo con el Partido Popular, Ciudadanos y Unidas Podemos para tratar de gestar una mayoría en septiembre, fecha señalada para la próxima investidura. Lampadia