Charo Camprubí
Para Lampadia
Cataluña ya tiene Presidente de la Generalitat. Se trata de Quim Torra, un activista político, abogado, editor y, muy recientemente, diputado de JxCat, el partido de Puigdemont. Torra salió elegido en segunda vuelta por 66 votos a favor, 65 en contra, y la abstención de la CUP, el partido antisistema.
Se termina así con un larguísimo periodo de interinidad, pero su elección no augura nada bueno. Lo único que va a hacer Torra es enquistar el problema catalán aún más ya que es un independentista acérrimo. En su discurso de investidura ha reivindicado la “nación plena catalana” y ha subrayado que su gobierno tendrá como objetivo ser leal a Puigdemont, al 1 de octubre (día del referéndum) y a la República catalana. Una de sus misiones será la de impulsar un proyecto de Constitución para Cataluña. En su discurso de investidura las referencias a la otra mitad de Cataluña, la no independentista, han brillado por su ausencia, lo que muestra que no tiene la intención de gobernar para todos los catalanes.
Los partidos políticos constitucionalistas lo definen como “radical” “xenófobo” y “sectario”, un ultra en el sentido más profundo de la palabra.
Justo después de haber sido investido Presidente de la Generalitat, exclamó: “Viva Cataluña libre”. Estamos pues en las mismas. No se vislumbra una salida al conflicto catalán. Torra, hace unos años, escribió artículos y envió Tuits absolutamente incendiarios que dan fe de su desprecio por España y los españoles.
Hace tan solo unos días Puigdemont intentó, por segunda vez, volver al poder a través de una investidura a distancia y nuevamente fue cortocircuitado por el Tribunal Constitucional. Fue entonces cuando tiró la toalla y designó a dedo a Torra como candidato a la investidura. Necesitaba depositar su confianza en un hombre leal, que les recordara a todos que él era el “Presidente legítimo” y que le guardara la silla.
Torra también debía aceptar ser el presidente de un gobierno “provisional” y la “bicefalia” como forma de gobierno. En este esquema, Torra gobernaría siguiendo las directrices que recibiría del “Consejo de la República”, institución que sería presidida por Puigdemont desde Bruselas o desde Berlín, hasta que se convocaran nuevas elecciones que podrían llevarse a cabo a partir del 25 de octubre. Estamos pues ante un Puigdemont que pretende seguir estando omnipresente en las instituciones catalanas gobernando desde el exterior.
Sin embargo, su futuro judicial sigue en el aire. Nadie sabe cuando ni en que condiciones va a volver a España. El juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, sufrió un duro revés cuando el Tribunal de Schleswig-Holstein no le dio la extradición de Puigdemont por el delito de rebelión. Pero ahora vuelve a la carga con más pruebas de que sí hubo rebelión. Además, propone a dicho Tribunal, como alternativa, que se le de la extradición de Puigdemont por sedición, delito menos grave ya que no implica violencia sino tumulto. Por otro lado, se acaba de descubrir que Puigdemont no declaró sus bienes a Hacienda durante cuatro años, lo que podría acarrearle cuatro años de inhabilitación. Es pues dudoso que pueda volver a tomar las riendas del poder en Cataluña, pero ha hecho mucho daño a España cediéndoselo a un ultra.
La gran pregunta es si el discurso de investidura de Torra es un mero ejercicio de retórica o si va hacia un choque directo con el Estado español. Rajoy ha declarado que va a “juzgar por los hechos” y a apostar por el entendimiento y la concordia garantizando, eso sí, el cumplimiento de la ley. Y ha dejado bien claro que va levantar el artículo 155, por el que Cataluña se gobernaba desde Madrid, pero que “si fuera necesario” podría volver a activarse.
A la vista de como han evolucionado los acontecimientos, hubiera sido mejor aplicar el 155 antes del referéndum, como pretendía Albert Rivera, y no después, como lo hizo Rajoy. El joven Rivera del partido Ciudadanos es ahora su rival político y se comporta como si fuera el principal partido de la oposición y no su socio parlamentario. Las dos derechas españolas están a la greña luchando por el mismo espacio político ante unas elecciones municipales y autonómicas previstas para el 2019. Hay más sintonía en este momento entre Rajoy (PP) y Sánchez (PSOE) que entre Rajoy y Rivera.
Albert Rivera, siempre tachó a Rajoy de blando en el conflicto catalán y ahora lo acusa de querer “salir corriendo” de Cataluña. La acusación es injusta porque según los textos aprobados en su día, el 155 dejaría automáticamente de estar vigente cuando hubiese un nuevo Gobierno en Cataluña. Pero para Rivera todo vale con tal de desgastar a Rajoy, que muestra signos inequívocos de cansancio y de falta de iniciativa política.
Por lo menos el frente vasco le ha dado una buena noticia con el anuncio de la disolución de ETA después de 60 años de actividad terrorista. Ahora harán política por los causes democráticos. Lampadia