César Luna Victoria
Perú21, 2 de marzo del 2025
«Sin los empresarios perderemos la guerra del desarrollo. Nunca, en nuestra historia, los empresarios hemos tenido tanta responsabilidad”.
Gregorio Potemkin fue el amante de Catalina la Grande o su favorito, como se decía en ese tiempo. A diferencia de otros, Potemkin se ganó, trabajando, los favores de alcoba. En lo político, organizó el golpe de Estado contra Pedro III para poner a Catalina de zarina de todas las Rusias (1762). En lo militar, anexó Ucrania (1783), dos siglos y medio antes que Putin. Al morir, se le embalsamó (1791). Potemkin también pasó a la historia porque el zar Nicolás II bautizó con su nombre un acorazado (1900) sin saber que contribuiría años después a su propio derrocamiento. Durante la primera Revolución rusa (1905), la marinería se amotinó por razones básicas, el rancho estaba infestado de gusanos. El motín fracasó, los líderes fueron fusilados; la revolución tampoco prosperó, pero el martirio alentó rebeldías y propició que la segunda revolución, la de Lenin, sí tuviera éxito (1917). La propaganda soviética quiso aprovechar la epopeya y encargó a Sergei Eisenstein una película. El acorazado Potemkin (1925) no tiene sonido, está en blanco y negro, y se saltan sus secuencias. Sin embargo, es una de las mejores películas del mundo; revolucionó la manera de contar historias.
En la madrugada del 18 de julio de 1936, Benjamín Balboa, del Cuerpo de Auxiliares de Radiotelegráficos de Madrid, recibe un mensaje de Francisco Franco para que lo retransmita a las unidades militares. Debían unirse al golpe de Estado contra la República. Balboa retiene el mensaje y lo entrega a las autoridades. La República empieza a ser consciente de la magnitud de la sublevación. Balboa transmite una advertencia a la flota española que, en su mayoría, seguía leal a la República. Sin embargo, la marinería, inspirada en El acorazado Potemkin, se rebela contra los oficiales temiendo que se pasen al lado nacionalista. En los días siguientes, más de 350 oficiales serían ejecutados, la mayoría sin juicio. A pesar de que la República retuvo su flota, no hubo ninguna batalla naval de importancia; no pudieron impedir que el ejército sublevado cruzara el Mediterráneo ni pudieron defender la cadena de suministros que Rusia les enviaba desde el Mar Negro. Los marineros pudieron navegar los buques, pero no estaban preparados para operarlos en batalla. Sin oficiales, la flota sirvió de poco. Fue una de las causas por las que la República perdió la guerra.
Las guerras se ganan con ejércitos, pero las dirigen sus oficiales. Son los que planifican estrategias y las ejecutan. Las victorias no llegan solas. Claro que hay historias adversas, de oficiales cobardes, o traidores o, sencillamente, incapaces. Pero son los menos; la excepción que confirma la regla. Pasa lo mismo en las guerras de las sociedades por su desarrollo. Los oficiales son los empresarios, dirigen la economía para generar la riqueza que se distribuye en remuneraciones y en impuestos para financiar gasto público. Nuestros empresarios han construido espacios de excelencia mundial en arándanos, uvas, paltas, mangos y mandarinas. Ha sido posible por el esfuerzo público en irrigaciones, leyes promocionales y tratados de libre comercio, y por la inversión privada en tecnología, patentes y apertura de mercados. Éxito público y privado allí donde, hasta hace tan poco, solo había arenales. Pero se cae el techo del Real Plaza en Trujillo y la conclusión apresurada es que hubo corrupción para ocultar incumplimientos. La noticia ya no es la desgracia, sino el cargamontón contra los empresarios. Falta una reflexión serena. No basta con la norma técnica que prevenga desastres. Se requiere, además, una autoridad que conozca, que no se quede pegada a la letra chica y que no coimee ni extorsione. También empresarios con responsabilidad, que miren la sostenibilidad en el tiempo, que persigan buena reputación tanto como rentabilidad y que no corrompan. Pero el clima ahora es adverso, como quien ajusticia empresarios. Basta con recordar que, en cuanto a derrames de petróleo, se trata diferente la noticia, porque a Repsol se le crucifica a la primera, mientras que a Petroperú no se le dice nada. Es el doble estándar de la hipocresía. Sin embargo, sin los empresarios perderemos la guerra del desarrollo. Nunca, en nuestra historia, los empresarios hemos tenido tanta responsabilidad.