Anima, realmente, anima, leer la energía con la que ahora las actuales autoridades municipales, la prensa y los analistas de izquierda, apoyan la labor de la Policía Nacional.
Pero anima más todavía escuchar al Presidente que empezó su carrera política insurgiendo contra la disciplina militar en Locumba, y la continuó apoyando las revueltas de los cocaleros en contra de la sustitución de cultivos; invocar al orden y al respeto a la autoridad.
Y claro que anima ¡cómo no! saber que el Ollanta Humala que en abril de 2007 convocó a una marcha en la Línea de la Concordia, en la frontera con Chile, para denunciar una supuesta desidia de las autoridades peruanas en su forma de tratar el tema de la delimitación marítima; declame ahora, firmemente, su rechazo a las malas formas y a las peores consecuencias políticas.
Me asiste la ilusión de que lo vivido, comprometa realmente a más peruanos a aportar para construir una nación moderna y enemiga de la informalidad, la pobreza y la discriminación frente al desarrollo.
Y aunque el cinismo político es audaz en nuestro país, y más temprano que tarde, alguien pretenda olvidar este fragor, lo dicho ha sido dicho y está impreso para los archivos y la memoria de los que hoy comparten este ánimo.
Por eso, rescatemos de los saqueos y los desmanes ocurridos el jueves 25 el compromiso y la disposición que han asumido los periodistas que ante cualquier hecho de violencia se ufanaban de actuar con neutralidad, y los analistas que pretendían una diferencia entre la violencia social y la violencia delincuencial.
Los promotores del Moqueguazo, el Baguazo, de los sucesos de Celendín este año en Cajamarca, fueron por años, aplaudidos por los mismos que hoy se congratulan por la forma como, finalmente, se impuso la ley y el orden el sábado pasado en La Parada.
¿Eso querrá decir que ahora más peruanos entienden que la violencia es una sola? Que los vándalos que arrastraron policías, asesinaron policías, emboscaron policías, cercaron policías en Moquegua, Bagua, Celendín y Espinar, no son distintos a los vándalos que agredieron y atacaron, armados, a la policía en Lima la semana anterior.
Me gustaría añadir que lo que vimos el sábado -la forma como se recuperó el perímetro de La Parada- es posible cuando se deja a la Policía hacer su trabajo, diseñar un plan y recuperar el área tomada por los que se zurran en la ley.
Del jueves, aprendamos que cuando la policía, en cambio, es manoseada políticamente -como ocurre cada vez que los agitadores utilizan la violencia para evitar la ejecución de un proyecto minero, o impedir que se compartan los ingresos del canon con la mayoritaria población de una región vecina y hermana- los resultados son el retroceso y la pérdida de autoridad.
Sobre que la reflexión llegue tarde y a partir de un suceso ocurrido en Lima y no ante todo lo sufrido en el interior de nuestro país, no voy a extenderme hoy dado el tono entusiasta de esta columna.