Carlos Milla, Presidente de la Cámara de Turismo del Cusco (Cartuc)
El Comercio, 15 de julio de 2019
Parafraseando el adagio “No solo de pan vive el hombre”, podemos preguntarnos los peruanos: ¿solo de turismo vive el Cusco?
La respuesta se cae de madura: No. El Cusco tiene un infi nito potencial para el turismo, y, por supuesto, también para casi todas las otras actividades productivas. Sin embargo, a veces pareciera que nuestra fuente inagotable se está agotando, y estamos dando señales de saturación al mercado. ¿Por qué? Porque no somos capaces de hacer un manejo profesional de nuestros principales atractivos. Y porque no estamos replicando lo que bien hicieron nuestros antepasados con el territorio que ocuparon.
RICO EN RECURSOS
El Cusco (la región) es un territorio de montañas de 71.896 kilómetros cuadrados. Un poco más chico que Panamá (75.517 kilómetros cuadrados) y bastante más grande que Suiza (41.285 kilómetros cuadrados).
A diferencia de Panamá, que es un territorio tropical, cuyo gran activo son los cuerpos de agua que permitieron construir un canal transoceánico; el gran activo de Suiza es su posición en el corazón de Europa, sus lagos y su producción hidroeléctrica. Los pocos minerales (no metálicos) proveen material de construcción. Suiza, sin embargo, es una potencia fi nanciera mundial, y un país de muchísimos atractivos.
El territorio de Cusco tiene mucho más potencial en recursos que ambos países, con quienes lo comparamos por su superfi cie. Tenemos montañas y un potencial hidroeléctrico mucho más grande que Suiza por la amplitud de sus cuencas. Y las diferencias de altura son un activo adicional, pues las aguas pueden precipitarse hasta 6 kilómetros de caída. Cusco tiene más del 50% de su territorio como selva amazónica. Las montañas tienen minerales metálicos (de muchísimo mejor precio que las calizas que explota Suiza), y en la zona de selva amazónica, tenemos gas y petróleo.
El Cusco, adicionalmente, tiene como ventaja haber sido sede de una cultura que logró posicionarse en la historia universal como una cuna de civilización, que llegó a manejar sus recursos de una manera eficiente para sus habitantes, en base a una estrategia de ocupación de las montañas, que les permitió desarrollar más del 60% de alimentos del planeta.
Aquella civilización, si bien remota en la historia, no lo es tanto porque sus ciudades y las obras de infraestructura que dejaron son ahora recursos turísticos, que atraen visitantes y prosperidad a los cusqueños contemporáneos.
¿POR QUÉ NO ESTAMOS MEJOR?
Pero no estamos mejor. Y ello porque los recursos hay que manejarlos, y nosotros aún no hemos aprendido a hacerlo.
Empecemos por analizar el turismo: Machu Picchu, maravilla del mundo, es un recurso turístico de jerarquía superlativa. Tanto que ningún turista que llega al Perú quisiera irse sin haberla conocido. Y Machu Picchu se convirtió en un destino obligado. No importa cuán espectaculares sean otros destinos; es obligatorio visitarla.
Y bien, en los años 60 desarrollamos un modelo de visita que era perfecto para los menos de 50.000 turistas anuales que recibíamos. Un pintoresco tren nos transportaba por idílicos paisajes hasta la estación de Aguas Calientes, donde unos buses llevaban a los turistas a su destino: la ciudadela en la cumbre de la montaña. No había turista que se vaya descontento, porque si fallaban los servicios, el “Sentimiento de lo sublime” que inspiraba Machu Picchu se encargaba de dejar los mejores recuerdos en los visitantes. Y el turismo se trata de eso: de construir recuerdos.
Pero de los años 60 a ahora ha pasado medio siglo; los 50.000 turistas anuales se han convertido en millón y medio, y la forma de hacer turismo, es decir el “protocolo de visita de Machu Picchu”, no ha cambiado en lo esencial: seguimos con el tren, pero el bus, la visita y el esquema de ir y volver por el mismo sitio, sigue igual. Esto ha creado un perverso sistema donde los precios no responden a la calidad de servicio, donde los buses se han adueñado del territorio y sus instituciones, donde la gente pugna por subir a los buses con colas de hasta cuatro horas (esto ya se solucionó con los turnos de visita). La gente ahora pugna por el status quo y la calidad de visita baja permanente e inexorablemente, pese a los esfuerzos por regular del Ministerio de Cultura. La llamada “capacidad de carga”, ha sido rebasada.
El 2017 tuvimos una patética premonición, publicada en medios internacionales: Machu Picchu está condenado a morir de éxito.
Eran los corresponsales internacionales que veían estupefactos cómo nuestras autoridades locales y los “frentes de defensa” que capturan el monopolio de las decisiones, hacían todo lo posible por insistir en este esquema de visita que, claramente, no da más.
¿HAY SOLUCIÓN?
Sí hay solución y ya la conocemos. Hace ocho años se ha desarrollado –con un grupo de profesionales en planificación– un protocolo de visita, que tiene algunos componentes totalmente compatibles con el carácter patrimonial de Machu Picchu.
•Se plantea una ampliación del territorio de visita de seis hectáreas a 110.
•Se habilita el “acceso amazónico” por el poblado de Santa Teresa.
•Se planifica la visita a través de “Centros de visitantes e interpretación”.
•Se habilitan cuatro nuevos caminos incas para llegar a la ciudadela.
•Se tiene un monitoreo de la visita a través de medios digitales (GPS).
•Se monitorean los impactos a los sitios patrimoniales.
•Se articula el territorio de Machu Picchu con Choquequirao.
•Se habilita una gran red de caminos Incas.
Este plan se encuentra ya aprobado por las autoridades nacionales, y tiene el beneplácito de UNESCO. Está en etapa de implementación, debe llevarnos a otra escala de turismo en Machu Picchu. Apoyemos a que todo suceda como debe ser.
Entonces, lo que nos falta a los peruanos no son recursos, no son ideas, no es saber cómo hacer las cosas, es simplemente la voluntad de apostar por el cambio y por el único camino posible al desarrollo. ¡Hagámoslo ya!