Carlos Milla, Ex presidente de la Cámara de Comercio del Cusco
El Comercio, 22 de abril de 2019
Cuando analizábamos, allá por el 2010, una estadística sobre el agro en el departamento del Cusco, leímos dos cifras difíciles de creer.
El 52% de la población se declaraba ‘agricultor’, mientras que el PBI generado por el mismo sector, apenas llegaba al 8%. Esta lectura nos llevaba a la primera afirmación ‘a priori’: los pobres están subsidiando nuestra mesa.
Las cifras nos decían algo más: que gran parte de la producción se daba dentro de una economía de subsistencia que no llegaba a los mercados, es decir, tal cual una economía premonetaria.
Un siguiente análisis nos dejaba sin alternativas: los campos fértiles en los Andes son muy reducidos y dependen de las lluvias. El área cultivable es proporcionalmente muy pequeña y hay una gran carencia de infraestructura de riego.
No tenemos grandes extensiones, y el relieve de las que hay, no las hace aparentes para cultivo mecanizado (grandes laderas muy empinadas). Adicionalmente, el suelo estaba degradado por malas costumbres de pastoreo.
Otro factor que contribuía a la visión negativa tenía que ver con los cultivos tradicionales: papas en altura y maíz en los valles. Ambas cosechas tenían los peores precios de mercado.
Estábamos, entonces, muy proclives a creer la afi rmación apocalíptica enarbolada desde los sectores políticos: “la agricultura en los andes no es viable”.
Sin embargo, esta conclusión ‘a priori’ no terminaba de convencernos. ¿Cómo era posible que la civilización andina hubiese tenido logros a otra escala en el mismo territorio?
El Tawantinsuyu había llegado a alimentar exitosamente a millones de personas con un sistema agrícola efi ciente, y había logrado niveles de previsión social que permitían tener almacenes abarrotados de alimentos. Esos alimentos, que llevados en los galeones españoles podían alimentar travesías de varios meses, hasta que los ‘fi libusteros’ ingleses los atacaban, ¡no solo por el oro, sino por la comida!
Hacía falta un análisis más riguroso. Tanto de la realidad, cuanto de las potencialidades.
LA REALIDAD DEL CAMPO
El campesino cusqueño tiene un grado de movilidad importante. Todos tienen una articulación territorial (al mismo estilo precolombino) entre diversos pisos ecológicos, y ahora con las ciudades intermedias, que gracias a los medios de comunicación han ampliado su ‘hinterland’.
Es muy común ver campesinos que en épocas de labor agrícola están en su chacra, pero no se quedan allí. Hacen frecuentes viajes a las ciudades cercanas y quedan involucrados en cualquier otra actividad productiva. Desde venta ambulatoria, hasta construcción civil. Ahora es muy frecuente ver vehículos (las famosas ‘station’ japonesas importadas por Iquique), en cada chacra. ¡Los campesinos ya son transportistas!, y tienen su auto propio.
El patrón de migración se sigue dando. Gran parte del medio millón de personas, que hoy vive en las laderas de los cerros del Cusco, viene precisamente del campo, pero paradójicamente no abandona el campo, sigue manteniendo sus casas en la comunidad, y acaso también en alguna ciudad intermedia.
Entonces, ¿estamos hablando de pobreza rural?
LA AGRICULTURA
En nuestro ya mencionado evento sobre “Las avenidas del desarrollo en el Cusco” definíamos algunas nuevas formas de agricultura posible en los Andes, lejos de los cultivos tradicionales que solo perdían precio.
Hoy podemos ver tres ejemplos exitosos del camino al desarrollo, en los que algunos agricultores modernos se están articulando con el mercado.
– Importamos turistas gastronómicos. Sí, importamos 1,3 millones de turistas por año que, con una estadía promedio de cinco días en los circuitos cusqueños, se convierten en 6,5 millones de comidas que podemos vender, solo en el Cusco. ¿Y qué comen los turistas? Verduras de cultivos orgánicos, carnes de cuy y alpaca, frutas de estación y hasta hongos. A pocos años, estamos ante una explosión de nuevos agricultores prósperos, que en pequeños fundos en comunidades están produciendo y articulándose activamente con un mercado exigente.
– Agricultura de exportación: la primera planta de agricultura moderna de exportación ya funciona hace cinco años en las pampas de Anta. En efecto, la empresa Agrícola Alsur Cusco construyó la primera planta de procesamiento de conservas de alcachofas, frescas y congeladas, para la exportación al mercado europeo y norteamericano. La capacidad de la planta es de hasta 200 toneladas diarias, y emplea (con empleo pleno y moderno) a más de 1.500 trabajadores temporales. Tremenda oportunidad para estudiantes que pueden pagar sus carreras y mejorar en su lucha contra la pobreza.
– Diversifi cación en las alturas. Tenemos en el Cusco un ejemplo de exportación en la forma cómo Pachamama Raymi lucha contra la pobreza con una metodología revolucionaria y exitosa. Trabaja en proyectos productivos, en el mejoramiento de condiciones de vivienda y salud, además de la autoestima de la gente. Este es el factor que hace que al fi nal del día sean los propios comuneros los actores de su destino, y quienes alcancen prosperidad. Las comunidades de los distritos de las provincias de Chumbivilcas, Quispicanchis, Espinar, están involucrados en una dinámica muy interesante. Proyectos de forraje, de rotación de terrenos para recuperar los suelos, crianza tecnifi cada de cuyes, truchas y ganado los ha sacado de la pobreza. Adicionalmente, los bosques, al cabo de 15 años darán madera.
Los activos son no solo sociales, emocionales, ambientales y económicos. Esto nos permite decir que la prosperidad no solo es posible, es una realidad.