El pasado 9 de marzo se cumplió el 92 aniversario de la creación del Banco de Reserva del Perú, que las recomendaciones del profesor Edwin Kemmerer, llevaron al añadido, en 1931, del término más explícito de “Central”.
¿Por qué se volvió indispensable un banco central en las economías nacionales? Hasta el siglo XIX las monedas en el mundo fueron principalmente discos metálicos cuya apreciación y poder de compra dependían de la cantidad de oro o plata que contenían. No había forma de hacer emisiones “inorgánicas”; cuando en el presupuesto de la república faltaba dinero, había que prestarse de alguien, expropiar a alguien, o ajustarse el cinturón. No faltaban los gobiernos tramposos, que emitían moneda feble; es decir, con una menor cantidad de metal precioso del que se declaraba o había sido costumbre. Pero el engaño no duraba mucho y el abuso de estas prácticas hacía caer el prestigio y la confianza del público en las monedas. Un sol peruano de finales del siglo XIX tenía la misma ley y la misma cantidad de plata que un franco francés, pero había que pagar varios soles a cambio de un franco.
Si eso pasaba con las monedas metálicas, puede uno imaginarse la desconfianza que surgió en el público respecto a las monedas de papel. ¿Quién controlaría la cantidad de papel impreso como moneda? ¿Podía confiarse en una moneda que era impresa como volantes o panfletos, al gusto del cliente? El primer experimento importante de los peruanos con la moneda de papel fueron los billetes emitidos por los bancos privados de la época del guano y las emisiones fiscales del tiempo de la guerra del salitre. El resultado fue tan desastroso que después de la guerra los billetes tuvieron que ser desterrados y la palabra billete no pudo volver a utilizarse en el Perú por casi medio siglo.
A inicios de los años veinte, bajo el gobierno del presidente Leguía, los peruanos que vivieron el calvario de la inflación de 1875-1885 estaban ya muertos o carecían de influencia. Continuar manejando monedas solamente metálicas ocasionaba algunos problemas, que se hicieron evidentes durante la Primera Guerra Mundial, cuando el oro (que era la base de la moneda peruana de entonces) fue acaparado por la incertidumbre que padecían las monedas de los países contendientes. Desmemoriados y optimistas, los peruanos decidieron darle entonces una segunda oportunidad a la moneda de papel, pero esta vez bajo la vigilancia de un organismo que regulase la emisión y garantizase la convertibilidad de la moneda al metal precioso. Por la naturaleza de sus funciones, este organismo debía pertenecer al Estado, pero debía también ser autónomo de la política y de fácil fiscalización por la sociedad. Por ello, su directorio fue integrado de manera mixta por funcionarios estatales y del sector privado.
Las crónicas inflaciones que llevaron a la muerte de tres monedas peruanas en el curso del siglo XX (la libra peruana en 1930, el viejo sol de oro en 1985 y el inti en 1990) revelaron que la nueva entidad tuvo un largo y costoso aprendizaje. En los últimos veinte años la situación parece haber mejorado. La estabilidad del nuevo sol hace recordar los tiempos de la libra de oro de un siglo atrás, con la gran diferencia de que si esa moneda se hacía respetar por su soporte físico, el nuevo sol lo consigue por la estabilidad de su valor, que ojalá perdure siquiera hasta que el banco cumpla su primer centenario.