En la vida cotidiana la inercia y los intereses pesan. Incluso las lecciones supuestamente dejadas por algún desastre, poco tiempo después, se dejan de lado. En cambio, la ideología y los intereses de los que medran de esta son muy resistentes. No hace muchos años, entre inicios de la década de 1970 y la de 1990, los peruanos pagamos una abultada factura. Nuestros gobiernos apostaron alegre y entusiastamente por la proliferación de empresas públicas. Para ello, sucesivas dictaduras y gobiernos democráticos quebraron abiertamente los derechos de propiedad de connacionales (no pocas veces abusando), expropiaron a inversionistas extranjeros (pagando silentemente compensaciones desproporcionadas años después) y embarcaron a los iluminados amigotes burócratas de cada régimen en aventuras empresariales para las que los aludidos no tenían ni el oficio ni la vocación.
Recordemos que a estos burócratas empresarios no solo se les entregó recursos y licencias monopólicas por doquier; se avalaron todos los endeudamientos de sus gestiones y se les transfirió parte significativa de la recaudación inflacionaria. Pero esto no fue todo. Envueltos en bonitas pócimas ideológicas, como las razones estratégicas o de soberanía nacional, estas empresas públicas (Hierro Perú, EMSA, Minero Perú, Pesca Perú, ENCI, Petroperú, Centromín Perú, etc.) configuraron una zona donde la corrupción campeó y las auditorías ni se asomaron. En nombre del Estado empresario se cocinó un delicioso botín para ciertas minorías (mercaderes amigos y burócratas dorados). Tan pronunciados resultaron los errores de estas aventuras que, de 1973 a 1991, solo una porción de su costo –la huella contable dejada por sus pérdidas acumuladas– superó los US$32.278 millones actuales. Cómo puede llegar a ser la ideología de ciega que, pese a las pérdidas, los abusos, el deterioro institucional del país y la corrupción de esta larga fase de aventura empresarial burocrática, hoy el gobierno de Humala parece querer volver a bailar esta pachanga. Dándole la espalda a los programas sociales y los pliegos de educación, defensa o seguridad ciudadana, a través de su dinosaurio petrolero –Petroperú–, el Gobierno habría presentado una oferta preliminar a Repsol para comprar su refinería y estaciones de gasolina. Eso sí, haciendo gala de poca transparencia, sin hacer público el monto y condiciones de la oferta.
Más allá del desprecio a la historia y el riesgo asociado a exponer recursos públicos en aventuras de burócratas intocables, nos debería llamar la atención un detalle Se estaría comprando algo a precio récord. Entendámoslo: cargamos un dólar abaratado por la política monetaria y estamos próximos de sufrir el impacto del actual enfriamiento global. Hoy por hoy, por cualquier casa o activo se paga una fortuna en dólares. ¿Pero mañana?
Frente a esto, un cúmulo de preguntas resultan fáciles de anticipar: ¿Quién sino un burócrata entusiasta compraría caro? ¿Qué lo hace tan entusiasta? ¿Se imaginan cómo se deben estar alegrando los enemigos políticos del presidente Humala? ¿Cuántas comisiones investigadoras se crearán para explicar por qué se habría pagado tanto? ¿Qué se descubrirá?
Fuente: El Comercio, 10 de abril 2013