En el último frenazo de la economía mundial en el 2008 –episodio asociado a la quiebra de Lehman Brothers–, algunos especuladores bursátiles acuñaron el término ‘nuevo normal’, situación donde lo extraño o atípico se convertía en lo estándar. Así, estos especuladores se referían a un nuevo ambiente económico global a partir del 2009: un ámbito donde el crecimiento pasaba a ser ralo, el desempleo resistente, donde la incertidumbre y los accidentes derrumbaban los pronósticos. A pesar de que la economía global ha pasado hacia este nuevo normal aciago, algunos países como el Perú han mantenido tasas de crecimiento un poco altas.
Algunos peruanos creen que la recuperación reciente es único mérito nuestro y que el crecimiento futuro resulta casi asegurado. Luego de las reformas de inicios de la década de 1990, nuestro país ha aprovechado activamente lo externo (precios internacionales favorables y crecientes influjos de inversión extranjera directa). Desde 1991 los flujos de exportación e inversión han sido mayores a lo que fue lo habitual desde la década de 1950 a la de 1990. En ese sentido, podemos decir que los peruanos también hemos estado viviendo bajo un nuevo normal, pero no un nuevo normal aciago como el global. Nuestro nuevo normal es uno de crecimiento, apertura y estabilidad macroeconómica.
Se trata de un nuevo normal peruano donde casi una decena de millones de compatriotas han superado la línea de incidencia de la pobreza, que descubre más nuevos billonarios que Argentina o Venezuela, que reinventa ciudades y puertos, y en el cual (pese a las acrobacias macroestadísticas platenses y llaneras) es verosímil anticipar que en pocos años el PBI por habitante de un peruano resultará mayor al de un argentino o venezolano. Era algo casi impensable en la década de 1960.
Aunque nuestro crecimiento es destacable, el peso mayor en el aludido acercamiento a los PBI por habitante de Argentina y Venezuela recae en la ineptitud de los sucesivos gobiernos de dichos países. De hecho, la debacle económica argentina o venezolana no tiene parangón global.
Por ello, engañarnos no nos ayudaría mucho. Mantenernos en este nuevo normal está por verse. Costará esfuerzos mayores de los que normalmente se hacen, en la medida en que el escenario global persista a la baja. Hoy, lamentablemente, los peruanos creemos que esto no debe inquietarnos, que todo está enrumbado, que este nuevo normal vino para quedarse. Pero el crecimiento peruano no es ni seguro ni inevitable: hay que ganarlo cada día abriéndonos a nuevos mercados y exportando mucho más, recreando condiciones para los negocios y la innovación, captando más inversión foránea y gastando en educación e infraestructura con agresividad.
Teniendo esto en cuenta, no resulta auspicioso escuchar al presidente Humala sostener, en su accidentado viaje a Indonesia, que el reto del Perú hoy es solo redistribuir, no crecer.
No le han explicado al presidente que nuestro nuevo normal de crecimiento es frágil, que requiere esfuerzos sostenidos. No ayuda tampoco que atribuir la culpa a lo externo le proporcione una coartada popular para no hacer lo que debería estar haciendo.