Por Augusto Álvarez Rodrich
(La República, 07 de agosto de 2015)
Mañana 8 de agosto se cumplen 25 años del ‘fujishock’, una de las fechas más relevantes en la historia económica del Perú pues marcó el inicio del proceso de transformación que la economía peruana ha experimentado en este cuarto de siglo pasado.
El ‘fujishock’ fue un programa de ajuste radical pues implicó la multiplicación de los precios en varias veces de un día para otro. La gasolina 32 veces, el gas 27 veces, y así con todos los productos esenciales. Como consecuencia, para la población significó un momento traumático.
A pesar de ello, la gente aceptó el ajuste, no obstante que Alberto Fujimori había hecho una campaña sustentada en una oposición al ajuste como una manera de diferenciarse de Mario Vargas Llosa, quien sí había hablado al país con tanta sinceridad que ahuyentó a muchos votantes.
Sin embargo, la gente se resignó a este ajuste traumático porque el país que dejó la primera presidencia de Alan García fue un mamarracho sin parangón, con la segunda hiperinflación más larga de la historia mundial, en la que los precios aumentaban en 40% al mes, mientras todo dejaba de funcionar en el país, especialmente el propio Estado.
Queriendo acrecentar el papel del Estado en la economía, vía estatizaciones y regulaciones, el ex presidente García terminó liquidándolo.
El objetivo del ‘fujishock’ fue, entonces, controlar esa situación, lo cual se fue consiguiendo durante los meses siguientes con un gran esfuerzo de la población peruana.
La estabilización que se fue logrando vino acompañada de otros procesos como la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional –para salir del perro muerto dispuesto por García– y el planteamiento de reformas económicas profundas junto con las privatizaciones y liberación de varios mercados, e incluyendo el inicio de una reconstitución del sector público.
Este esfuerzo, es importante decirlo, no necesitaba en modo alguno de la demolición institucional organizada por Fujimori y Vladimiro Montesinos. Es más, fue justamente su objetivo de perpetuarse en el poder lo que, desde la segunda parte de los noventa, desaceleró el ritmo de las reformas hasta casi detenerlas.
Todos los gobiernos siguientes mantuvieron, con mayor o menor entusiasmo, el esquema económico que heredaron. Es evidente que la economía peruana está hoy mucho mejor que hace veinticinco años, pero estaría mejor aún si se hubieran continuado y profundizado las reformas que están pendientes.
Hoy el Perú es un país que sabe a lo que no hay que retroceder, pero cuyos líderes políticos no saben, lamentablemente, por dónde avanzar.