Por: Arturo Woodman
Expreso, 26 de Julio del 2022
A dos días de la tradicional e histórica “celebración del 28 de Julio” en que festejamos un año más de nuestra independencia, se cumple el primer año del gobierno del presidente Castillo, que ha significado el comienzo de un cambio político, nunca antes experimentado.
Su ingreso a Palacio de Gobierno ha provocado una alta incertidumbre en todo el sector productivo, reflejándose directamente en la caída de las inversiones, disminución de los puestos de trabajo, decrecimiento del PBI, incremento de la pobreza, sobre todo de “su pueblo”, y la negativa división que trae continuos y perjudiciales enfrentamientos.
A raíz de su primer discurso a la nación en el Congreso, planteó el cambio de la Constitución mediante una Constituyente que nos llevaría a convertirnos en otra Venezuela, reflejo del planteamiento comunista del ideario de Vladimir Cerrón del partido Perú Libre, quien lo acompañó para lograr su triunfo en unas elecciones aprobadas constitucionalmente por el JNE, pero con muchas irregularidades.
Asumió la Presidencia con sombrero hispano, considerándose presidente campesino heredero de 300 años de explotación y opresión colonizadora y otros 200 más de gobiernos corruptos e incapaces, proclamándose un presidente de renovación, pero sin mirar hacia adelante
Lamentablemente, este gobierno no ha podido poner en marcha al país y hasta ahora, en lugar de encaminarnos hacia la modernidad se está convirtiendo en el peor presidente de la historia, no tiene capacidad para elegir a sus ministros, ni cuenta con un entorno de profesionales competentes que lo asesoren para lograr un mejor país, todo lo contrario, ha cambiado a siete ministros del Interior (cada 52 días) y en total, más de 60 ministros. Mantiene un pésimo premier, sin mando, sin visión, apoyando las inaceptables formas criminales de condenas de los ronderos, sin respeto a los derechos humanos y asegurando que son más eficientes que la Policía y las Fuerzas Armadas.
Este desgobierno se refleja en su poca aprobación, las continuas huelgas y protestas, su innecesaria confrontación con las empresas privadas, Congreso y prensa han generado incertidumbre, división y odios, en momentos que necesitamos unión y solidaridad.
Dentro de este complicado panorama en que el país camina a un deterioro acelerado, aproximándose a la irreversible destrucción, habría que encontrar soluciones democráticas para salir de esta crisis.
Esperemos con una exagerada ilusión y optimismo que en el próximo discurso del 28, Castillo se muestre como líder del cambio hacia el progreso, anunciando que gobernará para todos, que evitará las innecesarias confrontaciones, que trabajará por lograr el crecimiento de la mano con ministros y funcionarios capaces, entendiendo el prioritario rol de los empresarios: pequeños, medianos y grandes para el desarrollo del país, sin ellos no habrá ingresos y recursos para mejorar las infraestructuras y servicios aceptables en educación, salud, seguridad y justicia.
Aunque esta posibilidad resulta difícil, debido a que su palabra de maestro está deteriorada y es probable que sus planteamientos sigan siendo populistas y confrontacionales, lo que nos llevará a considerar que “este Gobierno no da para más”. Dentro de esta realidad, quedarían tres posibilidades: que presente su renuncia y viva de su pensión, en el extranjero; que se dé la vacancia o adelantar las elecciones generales.
Finalmente, Castillo está destruyendo aceleradamente el país y el Congreso con sus facultades democráticas debe encontrar una pronta y apropiada solución.