Por: Ántero Flores-Aráoz
Diario Uno, 6 de junio de 2020
No estoy dentro del grupo de personas, para las cuales todo lo que hace el Gobierno anda mal, pues se perfectamente que toda gestión gubernamental, tiene sus duras y sus maduras y, se parece a una moneda
o medalla, en que hay dos caras, aciertos y desaciertos, bondades y defectos, eficiencia e ineficiencia. Nada es perfecto en este mundo del Señor.
En el caso de la epidemia de Covid 19, convertida en pandemia mundial, evidentemente no estábamos preparados para mitigarla, como en muchos otros países, dado que es una situación atípica, no deseada y tampoco esperaba, en que no había experiencia previa, por lo cual era previsible que hubiesen éxitos como fracasos. Evidentemente, años me sobran y nunca había estado en una situación ni siquiera parecida.
Ahora bien, cuando se insiste en el error, el mismo se convierte en necedad, lo cual es altamente cuestionable. Y en el caso de las acciones para revertir las consecuencias de la pandemia, han existido yerros que son fácilmente superables.
Entre los errores, por cierto subsanables, se encuentra el haber omitido el concurso de la actividad privada, que usualmente ha demostrado eficiencia, conocimiento y responsabilidad. También se ha omitido el concurso pleno de entidades solidarias como Caritas y Adra, de las iglesias católica y adventista, que tienen mapeado en todo el Perú los lugares de pobreza y pobreza extrema, a las que hay ayudar y a la ellas podrían llegar con honradez y mística de servicio.
El concurso de nuestras Fuerzas Armadas no puede constreñirse a prestar colaboración a la Policía para mantener o restablecer el orden público, sino para planificar las acciones solidarias en todo el Perú. No se dude, están preparadas.
La inmovilización social, cuarentena, toque de queda, confinamiento domiciliario y, como quieran llamarlo, ha originado una gran crisis económica con apreciable pérdida de empleos, en número de siete cifras.
No será fácil superar la recesión que ya soportamos, ni siquiera con la reanudación progresiva de actividades empresariales, petardeada por la burocracia insensible, que exige requisitos, controles y fiscalizaciones exageradas, sin confiar en el empresariado nacional que ha dado muestras de responsabilidad y eficiencia.
Pero lo más grave, es mantener absurdas negativas a autorizar inversiones que han sido ofrecidas al país y, que bien podrían reactivar nuestra deprimida economía, a la que le faltarán recursos tributarios indispensables, por cierto, pues nuestras reservas para contingencias no son eternas.
No es entendible la interrupción de nuevas inversiones importantísimas en minería, que generan empleos directos e indirectos, como es el caso, de Tía María y Conga, entre otras, o trabas impuestas por ejemplo en Quellaveco y Bambas.
El pretexto socorrido, para la inercia de las autoridades que deben aprobar la ejecución de las inversiones, es la falta de licencia social, esto es la negativa de las comunidades en que se harían las inversiones, a que ellas se cristalicen. Hoy por hoy, ante la pérdida millonaria de empleos, cualquier comunidad con dos dedos de frente lo podría entender, a no ser que existan motivaciones ideológicas contra la actividad privada.
No se puede entender la inercia de las autoridades gubernamentales, para explicar a las comunidades la triste situación que pasamos, y que para superarla es indispensable la inversión minera, que además de dar empleo directo e indirecto, mueve otras actividades económicas y proporciona ingresos fiscales, indispensables para mantener el aparato público, y ejecutar obras, sobre todo en el Sector Salud, cuyo defecto estamos soportando.
Tiene el Gobierno Nacional la obligación de explicar, a los que se oponen a la minería y a la explotación de otros recursos naturales, que la actividad privada invierte donde es bien recibida, donde existe tranquilidad social, donde la normatividad legal es estable y la tributación predecible. No me cansaré de repetirlo.
Además, competimos con otros países que son amigables a la inversión y que la recibirían con los brazos abiertos. Los inversionistas también se aburren, cuando no encuentran la respuesta apropiada del Estado y se van a otras latitudes. Así las cosas, pierde todo el país, mientras los populismos ganan terreno, pero no prosperidad ni elevación del nivel de vida de la población que tanto lo necesita. Seguramente los anti sistémicos y anti sociales, aplaudirán.