Por: Andrés Balta
Perú21, 4 de marzo de 2021
Venezuela está en ruinas y llamas. Es un barco que definitivamente naufragó, una nación colapsada y hundida en el “no tiene”. No tiene nada que exportar, no tiene producción, no tiene gasolina, no tiene transporte, no tiene energía eléctrica, no tiene agua, no tiene atención hospitalaria, no tiene nada. En pocas palabras, es una bomba explotada en una casa ya incendiada de nuestro vecindario.
Las dictaduras socialistas de Chávez y Maduro destruyeron su riqueza y todo su capital. Se robaron el país entero delante de todos y, en estos días, usan sus últimos lingotes para comprar gasolina.
Antes vimos vehículos empujados con las manos en interminables colas por gasolina; ahora, dolor y frustración enormes en el tercer o cuarto día de nueve horas bajo el sol, la inseguridad, el calor y la lluvia para, luego de esa hazaña, recibir el comunicado de que no van a vender combustible porque no llegó la “gandola” que surte la estación. Así, Edith Velásquez, madre y abuela venezolana, nos partió el alma con sus reclamos. Gritó en un video que llegó destruida a su casa y que no aguantaba más. Pidió que la comunidad internacional se aboque a ayudarlos y preguntó: “¿Hasta cuándo tanta desgracia en Venezuela? ¿Cuándo nos van a ayudar? ¡Métannos la mano de una buena vez! Contamos con ustedes, ¡estos desgraciados no van a dejar el poder a la buena! ¡Qué cansancio, qué fastidio, qué humillación! Necesito mi país libre, como todos los otros. Aquí lo que hay es una maldición con estos socialistas. No permitan gobiernos socialistas en sus países porque son una maldición y unos desgraciados”.
Edith, perdónanos por lo no hecho por ti, Venezuela y el Perú, y gracias por recordarnos que destruir un país es fácil.