Andrés Balta
Perú21, 12 de setiembre del 2024
Lo resaltante y más conmovedor fue escucharla indicar que sus familiares le habían dicho: “Qué bueno que te fuiste porque si te hubieses quedado estarías presa y torturada”.
«Nos llenamos la boca en halagos y reconocimientos, así como de admiración y gratitud a Javier González-Olaechea,
quien ya era tanto el canciller de ella como el mío», dijo Balta. (Foto: EFE/EPA)
Una señora de Venezuela me recogió en Uber, una mañana de trabajo, temprano. Desde el inicio fue evidente su educación, carisma y magnetismo. Escuchaba la misma música que a mí me gusta y —con ese inicio— nos enfrascamos en una afectuosa —aunque dolorosa— conversación. El trayecto fue uno de esos que hubiese querido que durara el doble, uno de esos en los que el tráfico no estuvo en mi contra sino a mi favor.
Hablamos de Venezuela y el Perú. Lo resaltante y más conmovedor fue escucharla indicar que sus familiares le habían dicho: “Qué bueno que te fuiste porque si te hubieses quedado estarías presa y torturada”. Me dijo que tenían razón porque fue de las que salvaron jóvenes golpeados y masacrados por los gorilas de la tiranía, escondiéndolos en residencias y curándolos con el auxilio de monjitas. Pero —valiente como su querida María Corina Machado— me comentó que iba a regresar porque no podía seguir viviendo sin su país ni sus seres queridos.
En otra parte del trayecto, como bálsamo que cae sobre heridas que son más suyas que mías, nos llenamos la boca en halagos y reconocimientos, así como de admiración y gratitud a Javier González-Olaechea, quien ya era tanto el canciller de ella como el mío. Concordamos que su intervención en la OEA, fustigando a la tiranía chavista, no pudo ser mejor y que nunca íbamos a olvidarlo, ni ella, ni muchos, ni yo. Le conté a la señora que, unos días antes, sin conocerlo, me había acercado a la mesa del canciller, había interrumpido su reunión, me había atendido amabilísimo y había satisfecho la compulsión irresistible de decirle: “Muchas gracias por haberme hecho sentir tan bien al escucharlo en la OEA. Gracias también por su corazón y decidida, resuelta y valiente defensa de la democracia y del pueblo de Venezuela”. Hoy —más que nunca— agradecemos que haya sido, sin medias tintas, firme y claro contra Nicolás Maduro.
Al despedirme tuve otra compulsión que no pude ni quise resistir, entregué a la señora los dólares que tenía, diciéndole: “Para la lucha que tenga cuando regrese a Venezuela y para curar sus heridas, que son las mías”. La señora se puso a llorar y a mí me faltó poco.