Por: Andrés Balta
Perú21, 9 de noviembre del 2023
“Desde hace décadas la izquierda occidental exhibe ante el islam una condescendencia autodestructiva, consecuencia de su exaltación de la identidad como valor supremo”.
Ver iraquíes, egipcias, argelinas, sirias, iraníes y afganas en fotos de los años 50 y 70, vestidas como el resto del mundo y mirarlas hoy de negro, tapadas hasta el extremo de la asfixia espiritual, son estampas de conflictos de expansión y ocupación, así como antesalas de las guerras de nuestro tiempo.
La icónica foto de un hombre saltando al vacío desde la Torre Norte del centro financiero mundial y el video de dos jóvenes cayendo a plomo desde un avión militar americano que huía de Kabul son las imágenes que dibujan el círculo de la rendición de Occidente.
Así nos reprende Cayetana Álvarez de Toledo, al tiempo que agrega que el abandono de Afganistán es un repliegue total: físico, político, intelectual y moral.
Con ese contexto, recordó a Ayaan Hirsi Ali comentándole que desde hace décadas la izquierda occidental exhibe ante el islam una condescendencia autodestructiva, consecuencia de su exaltación de la identidad como valor supremo y mecanismo para callar la boca a los occidentales. La izquierda de Occidente —dijo— ejerce una sórdida tolerancia ante la intolerancia, un desprecio por la libertad individual, un falso pacifismo y una hostilidad visceral hacia Occidente y sus valores.
Nuestro lado del mundo le puso retroceso a la razón y al libre pensamiento crítico y científico. Instaló inyectores y combustibles para la barbarie, el caos, la contradicción, el garbanzal de sentimientos, el autoodio y la claudicación.
Ahora se dedican recursos para destacar lo que segrega y divide, lo que inculca la intolerancia y la cancelación, lo que ataca la base moral de una nación —el ciudadano libre e igual—, lo que convierte a las minorías en tiranías a costa de la primera minoría, el individuo, lo que repliega a la verdad y la bondad, lo que reniega de toda responsabilidad y disposición al sacrificio y lo que encarcela en vanidad y superficialidad.
La nación es de los ciudadanos, no de los colectivos. Debemos asumir ese conflicto para recuperar la libertad. Álvarez de Toledo en “Políticamente Indeseable” (fuente de este artículo) lo resume: “Eso es la batalla cultural, un choque no entre culturas, sino por la cultura”. Y añade: “Libres e iguales somos los ciudadanos de una nación cívica, no identitaria, que no se cuenta a sí misma mentiras, ni sobre sus orígenes ni sobre su destino. Libres e iguales es la consigna que distingue a Occidente como comunidad moral”.