Por Alfredo Torres
(El Comercio, 19 de agosto de 2015)
Desde Bolívar y San Martín, pasando por Martí, Vasconcelos, Haya de la Torre y Cardoso, son muchos los latinoamericanos que han imaginado una patria grande. El sentimiento se ensanchaba en los exilios, pero se diluía en la vida cotidiana de los pueblos ante distancias geográficas que lucían infranqueables. Hoy, con la expansión acelerada de los medios de comunicación y en especial de las redes sociales, esta realidad ha cambiado y la existencia de América Latina ha dejado de ser una aspiración de las élites para pasar a ser un sentimiento compartido por las crecientes clases medias y los sectores populares.
Noticias como la matanza de los estudiantes en el estado de Guerrero en México, la operación Lava Jato en Brasil o la inflación y escasez de productos básicos en Venezuela nos perturban a todos porque nos proyectan a situaciones que hemos vivido o podríamos vivir en cualquiera de nuestros países. Hoy existe una opinión pública latinoamericana, aunque su medición sea todavía insuficiente. No existen aún muchas encuestas que evalúen sistemáticamente sus actitudes ante los temas que agobian a la región. Entre tanto, la encuesta de Ipsos a la prensa latinoamericana recientemente difundida por El Comercio y otros medios de prensa en Estados Unidos y América Latina nos brinda información muy reveladora sobre la evaluación de los presidentes más conocidos del continente. Los 317 periodistas que contestaron la encuesta en 16 países no son una muestra representativa de la población latinoamericana, pero sí de los ciudadanos más informados e influyentes de la región.
Entre los 12 presidentes evaluados, la mayor aprobación la tiene Barack Obama (84%) y la menor, Nicolás Maduro (12%). Entre ellos, Tabaré Vázquez, Juan Manuel Santos y Michelle Bachelet cuentan con una aprobación mayoritaria; Evo Morales, Raúl Castro, Dilma Rousseff y Ollanta Humala están a media tabla; y Rafael Correa, Cristina Fernández y Enrique Peña Nieto salen muy desaprobados. Salta a la vista que las democracias más sólidas –como Estados Unidos, Uruguay, Colombia y Chile– tienden a ser mejor evaluadas que sociedades amenazadas por el autoritarismo y la violencia.
Otra conclusión que se puede extraer del estudio es que los hechos políticos de mayor repercusión impactan en la imagen internacional de los gobernantes. Es indudable, por ejemplo, que el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba ha favorecido la imagen de Obama y Castro. O que la espectacular fuga del ‘Chapo’ Guzmán afecta negativamente la evaluación de Peña Nieto, al reforzar la imagen de México como un país golpeado por la corrupción y el narcotráfico.
La aprobación promedio de los gobernantes latinoamericanos en la prensa regional es relativamente baja en lo que se refiere a libertad de prensa (43%) y política económica (38%), y muy baja en materia de lucha contra la corrupción (22%), aunque con diferencias subregionales importantes. Por ejemplo, en política económica, los países de la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, el Perú y México) registran una mejor evaluación que los que siguen modelos económicos más proteccionistas. Asimismo, los países mejor calificados en libertad de prensa (Chile, Uruguay y Colombia) son también los mejor evaluados en la lucha contra la corrupción; en cambio, en países donde se acosa a la prensa, la corrupción se propaga.
La opinión especializada no necesariamente coincide con la opinión popular. En las encuestas que se realizan entre los ciudadanos de cada país, solo Evo Morales y Tabaré Vázquez cuentan ahora con más de 50% de aprobación. En cambio, Santos y Bachelet, que son bien evaluados por la prensa internacional, son mayoritariamente desaprobados en sus países. La opinión pública local también califica negativamente a Humala, Peña Nieto y Maduro, pero la peor evaluación no la tiene el gobernante venezolano sino la presidenta de Brasil. La evaluación popular es el resultado de la manera como la población percibe que su presidente afronta los problemas que más afectan a su pueblo y esto puede estar mediatizado por la propaganda oficialista o programas asistencialistas. La opinión de la prensa, en cambio, refleja la evaluación del sector más informado de la población.