Por Alfonso Bustamante Canny
Perú 21, 25 de mayo de 2022
“Vivimos en una era donde los mecanismos de mercado premian o castigan las prácticas empresariales y modelan así una economía social de mercado donde el individuo y su entorno son el epicentro”.
Hoy en día es difícil pensar en la subsistencia de una empresa que no considere estos tres aspectos: el cuidado del medio ambiente en todas sus dimensiones, los trabajadores, su entorno familiar y la comunidad donde se desarrolla y en una gobernanza que asegure una administración empoderada y responsable, consciente que de su desempeño dependen no solo los accionistas y sus trabajadores, sino una cadena de actores económicos enraizados en el entorno social y productivo de su localidad.
En las economías libres, los clientes, armados de poderosas redes sociales de comunicación, influyen en el mercado y son ágiles e implacables en su sentencia hacia un producto o empresa. Es decir, son reguladores del mercado más eficientes que el propio Estado. Así pues, vivimos en una era donde los mecanismos de mercado premian o castigan las prácticas empresariales y modelan así una economía social de mercado donde el individuo y su entorno son el epicentro.
Todo empresario debe observar estrictamente el cumplimiento de las leyes, normas y las buenas prácticas empresariales, siendo su principal responsabilidad, el lograr que su empresa goce de buena salud económica. Sin ello, no es posible ser sostenible ni generar impacto positivo alguno en la sociedad. Considero también, que mientras la empresa va creciendo, crecen también sus obligaciones con la sociedad.
Acabo de asistir a un congreso de Fondos de pensiones en los Estados Unidos, donde el centro de atención de los grandes administradores de Capital es el ASG, y no por inobservar la seguridad o rentabilidad de las inversiones, que son su principal obligación, sino por que hay una conciencia generalizada en la necesidad de lograr un desarrollo social pleno.
La agricultura moderna es quizás una de las industrias más susceptibles a esta buena práctica de mercado, y es que al consumidor de frutas frescas le interesa saber que la fruta que se lleva a la boca no contiene residuos de pesticidas ni químicos tóxicos, por ello, a través del supermercado, exige una certificación independiente al productor, también le interesa que haya empleo justo y en condiciones dignas, así que también se asegura de ello a través de una certificación laboral internacional y por supuesto se requieren los certificados que acrediten la estricta observancia del cuidado de los recursos naturales.
Pero las mejores empresas van más allá, involucrando a sus clientes en el apoyo a la educación, reducción de las tasas de anemia infantil y mucho más.