Por: Alfonso Bustamante Canny
Perú21, 9 de Noviembre del 2022
“Los peruanos tenemos que pasar la página de esa polarización, unirnos y buscar la recomposición de los partidos políticos democráticos con bases institucionales”.
En la contienda electoral de 1980, Fernando Belaunde recupera la presidencia que le fuera arrebatada por el golpe de estado militar comunista, doce años antes. En dicha contienda, el partido político Acción Popular vence al APRA y al PPC. El gobierno de Acción Popular mantuvo el estatus quo de la política estatista del gobierno militar, lo que constituyó una bomba de tiempo para la economía del Perú con nefastas consecuencias para sus ciudadanos en lo económico y frente al avance terrorista a quienes calificaba como “abigeos”.
En 1985, el joven y carismático candidato del partido aprista obtuvo una aplastante victoria electoral frente a la Izquierda Unida y al PPC. Al desastroso gobierno de Alan García lo caracterizó la escasez, la corrupción, la inflación que alcanzó la cifra de 2′178,842%, el aislamiento financiero internacional, reservas fiscales negativas y el terrorismo. También marcó un quiebre en la vida política del Perú.
El sentimiento popular desde entonces ha sido de rechazo y desconfianza en los políticos, lo que nos llevó a elegir reiteradamente a caudillos agrupados en movimientos políticos, conformados para alcanzar el mínimo requerimiento que la autoridad electoral les exige. Los partidos políticos institucionales con bases democráticas desaparecieron en el Perú.
En 1990 aparecieron dos movimientos políticos que reemplazaron a los tradicionales partidos: Movimiento Libertad, encabezado por el renombrado escritor Mario Vargas Llosa y Cambio 90, encabezado por el aún desconocido Alberto Fujimori.
El fenómeno Fujimori desató una polarización destructiva entre los peruanos, con posiciones diametralmente enfrentadas sobre su gestión gubernamental y su vocación antidemocrática. Lo cierto es que luego de sus excesivos períodos de gobierno, la injerencia en la política de los servicios de inteligencia y de su renuncia por “fax”, su legado es innegable: una Constitución moderna con foco en el interés social y económico, la eliminación de la inflación y del terrorismo y el ordenamiento económico, además de la reducción del índice de pobreza de 55% a 22%.
Los peruanos tenemos que pasar la página de esa polarización, unirnos y buscar la recomposición de los partidos políticos democráticos con bases institucionales. Sin el consistente soporte político en el Congreso y el respaldo popular, fracasará cualquier gestión gubernamental del caudillo de turno, independientemente de su color político, grado de instrucción o experiencia previa.