Es difícil no haberse cruzado con el Metro de Lima. Sus nuevos trenes verdes o los antiguos rojos, que surcan la ciudad de sur a norte, ya son parte de la fisonomía de una metrópoli con casi 10 millones de habitantes. Agregan a nuestra caótica ciudad, un look de modernidad y un cierto sentimiento de dignidad.
Recordemos que venir de Lima sur o norte al centro –en combi– toma entre una a dos horas. El Metro lo hace en 33 minutos siempre exactos. Es decir los usuarios de este servicio público, administrado por un concesionario privado, cuentan a su favor entre una a cuatro horas al día, que ahora puede disponer para estudiar, trabajar o simplemente descansar. No hay duda que la incorporación de este moderno sistema de transporte masivo ha mejorado la productividad y el autoestima. Avala esto los estudios de medición del servicio que arrojan que, en los últimos dos años, existe más del 90% de satisfacción del usuario. Es decir, hay una valoración, un reconocimiento y un agrado manifiestos.
Sin embargo esta descripción que podría parecer idílica o de ensueño ha comenzado a convertirse en un problema y podría incubar una bomba de tiempo que las autoridades del sector transportes y comunicaciones debería apreciar con mayor proactividad. Ocurre que a partir de julio de este año se puso en funcionamiento el tramo 2. Es decir, al tramo 1 que partía de Villa El Salvador, en el Sur, y llegaba hasta el centro, en Grau, se incorporó el tramo 2 (norte) que une la Estación Grau con la Estación Bayóvar en San Juan de Lurigancho. Hoy son 26 estaciones que han duplicado el número de usuarios de 150 mil a 300 mil por día, pero no han incrementado el número de trenes, tampoco han ampliado el horario de servicio que es sólo de 6 am a 10 pm, y tampoco han reducido el tiempo entre tren y tren, que es de 6 minutos en hora punta cuando podría ser cada tres minutos.
Y no lo han hecho porque el contrato no lo contempla y el “Estado lo está pensando”. Y precisamente hoy, esa hora punta, ya no es ni cómoda ni digna y más parece una lucha de titanes de todos contra todos para subir a esta suerte de lata de sardinas que desafía la física. Los trenes nuevos demoran dos años entre que se ordenan –cosa que aún no hace la autoridad– comienzan a fabricarse y llegan al Perú.
Ojalá que el ministro Gallardo entienda no sólo la palabra urgencia sino la palabra crisis; y para ello nada mejor que tomar el servicio –en hora y zona punta– para comprobar el estrés diario que viven miles de ciudadanos. Este es, por lo demás, un perfecto ejemplo de cómo la tramitología y el burocratismo, de la mano de autoridades indolentes, pueden hacer perder la paciencia y la fe no solamente a empresarios e inversionistas sino al hombre de a pie, lo que es mucho peor.
Según información de Lampadia, el concesionario está más que dispuesto a ampliar los turnos a tres minutos. Lamentablemente, para hacerlo se necesita duplicar el número de trenes, decisión que es responsabilidad del MTC, el cual parece estar en otra.