Siempre pensaré que nunca entenderé a mi país, que mi sádica cigüeña me botó adrede en un gigantesco manicomio. ¿Cómo es posible que acabe de morir el empresario que logró posicionar, junto con su padre, por primera vez un producto industrial peruano de tal forma que ni los líderes mundiales, los colosos estadounidenses pudieron derrotarle (y al final tuvieron que asociarse con él en los términos que este les dictó) y la noticia figure chiquita en una sola portada limeña (e, increíblemente, no en la de mi chochera Gestión. ¡Manassero es más importante!)?
Johnny Lindley logró mantener la primacía de Inca Kola en el mercado local frente a monstruos del marketing como Coca Cola (¿saben que estos crearon la actual imagen de Papa Noel con sus colores?) o Pepsi (¡con el mega-astro Michael Jackson!). Una humilde gaseosa –con la tremenda desventaja de tener color de pis– les ganó absolutamente. Su éxito fue tan fascinante –solo replicado en la India– que fue estudiado como un caso paradigmático en el Harvard Business Review. Y hablamos de un producto industrial para el mercado local, con competencia al máximo, distribución compleja, guerra de márgenes, campañas, etc. No le resto méritos al gran Lucho Banchero, pero la harina de pescado era una abundante y casi monopólica materia prima, apenas trabajada y para exportación. Lindley la tuvo mucho más difícil y aquí mi homenaje.
Y Lindley (porque él era el inspirador según cuentan) fue quien empezó con el marketing que apelaba –y robustecía– al orgullo peruano, con eslóganes como “La bebida de sabor nacional”, “El sabor que nos une”, “El sabor del Perú”, “Es nuestra, la bebida del Perú” o “El sabor de lo nuestro”. No, no sabemos apreciar las cosas. Es un país de marcianos raros. Y a todo nivel.
Publicado en Perú 21, 30 de enero de 2014