Por: Adriana Tudela
Expreso, 22 de noviembre de 2020
La semana pasada fuimos testigos de la crisis política más grave de este quinquenio, desde que se cerró el Congreso en septiembre del año pasado. El gobierno de Manuel Merino, quien asumió la Presidencia tras la vacancia por incapacidad moral contra Martín Vizcarra, enfrentó una intensa oposición desde la calle y a nivel mediático que terminó por forzar su renuncia el domingo pasado.
Esta crisis política y la anterior son resultado de una evidente incapacidad, tanto de la clase política y de los medios de comunicación, de ver a las instituciones como lo que son realmente: límites a la concentración de poder. Por el contrario, durante los últimos años nos hemos visto enfrascados en una lucha por el poder político en la que se ha utilizado inescrupulosamente a las instituciones como simples medios para concentrarlo y se ha asumido su defensa de manera condicionada a quién lo concentra.
El trato diferenciado que se le dio al gobierno interino de Manuel Merino en relación al que ahora encabeza Francisco Sagasti, cuando ambos gobiernos son perfectamente equivalentes en términos constitucionales, resulta sintomático de esta actitud instrumentalista. Si asumimos la posición de que la vacancia constituyó un golpe de Estado, no se entiende por qué dos gobiernos que son consecuencia directa de dicha decisión tendrían, para algunos, estatus tan distintos.
Tanto Merino como Sagasti fueron electos presidentes del Congreso por la mayoría parlamentaria y ambos asumen la Presidencia interina como consecuencia de que esa misma mayoría parlamentaria declaró la incapacidad moral de Vizcarra. Sin embargo, mientras uno ha sido tildado de golpista y usurpador, el otro es llamado democrático.
Al asumir Merino la Presidencia de la República se denunció que habría una peligrosa concentración de poder por parte del Congreso que ahora pasaba a encabezar también el Ejecutivo. Como pocas veces antes, muchísimos ciudadanos asumieron un rol crítico, vigilante y fiscalizador frente a esta acumulación de poder político. Sin embargo, este empoderamiento ciudadano se fue disipando rápidamente tras la caída de Merino y la posterior elección del actual presidente.
De manera súbita, la grave amenaza que la concentración de poder por parte del Poder Legislativo representaba pasó de ser el eje central del debate público, a ser casi inexistente tras la elección de Sagasti. Casi tan inexistente como cuando era Martín Vizcarra quien concentraba el poder sin ningún contrapeso tras el cierre del Congreso. De un día para otro, los mismos votos que eran corruptos y golpistas al momento de vacar a Vizcarra aparentemente tuvieron un pequeño paréntesis en su perversidad para efectos de elegir al actual mandatario.
Muchos de los medios que la semana pasada pedían la cabeza de Merino y la de todo su gabinete, hoy están encandilados ante la elocuencia y carisma del nuevo presidente, al punto que la concentración de poder ya no parece representar un problema para ellos. Esto nos daría a entender que, tal vez, lo suyo no era una defensa de las instituciones, sino de personalidades particulares.
Esta actitud, por supuesto, resulta muy problemática a la hora de construir un país realmente democrático y con instituciones sólidas. La concentración de poder que se mantendrá durante los próximos nueve meses es la misma hoy que la semana pasada y es por eso que debemos permanecer vigilantes, independientemente de quién lo concentre, de cara a las elecciones que deben llevarse a cabo en abril.