Por: Adolfo Bazán Coquis
El Comercio, 4 de Mayo del 2023
“Tal vez si todos diéramos pasos más firmes en la prevención, en exigirnos ser más formales, tendríamos menos noticias como estas”.
En días pasados, quienes tenemos chicos en edad escolar hemos sido testigos a través de los medios de comunicación y las redes sociales de varias informaciones que nos han conmovido y erizado la piel. Noticias que han removido nuestros temores y miedos ante la sola posibilidad de que algo malo les pueda pasar a nuestros hijos cuando salen de casa para ir al colegio.
Una niña de tres años que fallece en su nido de Surco asfixiada “por obstrucción de la vía aérea por contenido alimentario” (se habría atragantado mientras comía una fruta). Un profesor separado de un colegio de Barranco que poseía material sexual en su celular y que contaba con antecedentes de pornografía infantil. Doce menores que sufrieron golpes al volcarse la minivan que los trasladaba y que carecía de autorización para brindar ese servicio. Un estudiante de 16 años apuñalado por un compañero a la salida de su colegio en Los Olivos tras un altercado en el salón de clase.
Historias distintas con diferentes desenlaces, pero que hasta cierto punto pudieron prevenirse. Pensemos en cada caso. En el de la pequeña, la primera pregunta es si el personal docente había recibido capacitación en primeros auxilios; concretamente, de la maniobra de Heimlich, y si se tuvo el temple requerido ante la emergencia. Por lo pronto, el plantel, en una primera respuesta, ha ofrecido rediseñar sus protocolos de actuación e implementar cámaras de seguridad en los salones.
En el caso del profesor de Barranco, las autoridades educativas estaban al tanto de las denuncias que este acarreaba, pero solo lo separaron preventivamente y lo reubicaron en labores administrativas hasta que volvió a los salones. El principal argumento sería que, como no hubo sentencia confirmada, no había razón legal para que no siguiera dictando clases. Por ahora, la movilización de los padres de familia ha logrado nuevamente su separación, pero nada garantiza que esta sea permanente.
Lo del vehículo siniestrado está claro: el chofer que lo conducía se encuentra habilitado para prestar el servicio de movilidad escolar, pero la unidad no había sido registrada en la base de datos de la Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao (ATU). Es decir, era informal. Luego del accidente, la ATU envió una carta al colegio con una severa amonestación por permitir este funcionamiento.
Finalmente, el episodio del menor atacado con un arma blanca expone la gravedad y extremos a los que pueden llegar los casos de ‘bullying’ y de agresión. Además, no solo estaríamos ante un problema de salud mental, sino ante uno de inseguridad ciudadana, pues el atacante –según refieren los familiares de la víctima– ya contaba con antecedentes de violencia. Es decir, se conocía que arrastraba consigo problemas serios de conducta.
Está claro que algo más pudo haberse hecho para prevenir que estos episodios ocurrieran. Quizás un poco más de recelo y atención, más espacio a la iniciativa y la precaución, mayores cuidados o más firmeza a la hora de aplicar las normas. Y es también evidente que las soluciones no pasan por recluir a nuestros hijos en casa ni escudarnos en la virtualidad para su aprendizaje. Ni tampoco en transmitirles un temor permanente o que carguen la mochila de la desconfianza en todo momento.
Tal vez si padres de familia, autoridades, docentes y estudiantes diéramos pasos más firmes en la prevención, en exigirnos ser más formales, en actuar como una comunidad educativa, tendríamos menos noticias como estas que despiertan atávicos resquemores. Pero mientras maduramos en ello, solo nos queda ampararnos en las recomendaciones que les damos a nuestros niños cada vez que vayan a clases. Y abrazarlos y decirles que los queremos a su partida y a su retorno, que un poco de amor diario siempre nos hace más humanos.