Es conservador, pero no liberal
Jaime de Althaus
Para Lampadia
Donald Trump es conservador, pero no es liberal. Su mensaje central es el de la recuperación de la grandeza y el poder de Estados Unidos, lo que incluye la recuperación del sentido común y los valores tradicionales de la sociedad norteamericana -familia, la existencia de solo dos géneros, el mérito como único criterio de ingreso al Estado en lugar de género o raza-, frente a la ofensiva progresista y “woke” de las últimas dos décadas que llegó al extremo de “cancelar” cualquier opinión distinta o conservadora en las universidades, en los medios, en las empresas y en cualquier institución.
La elección de Trump fue en parte una reacción contra una cultura que llevó a un extremo insensato la denuncia de la dominación de unas categorías sociales por otras en todo orden de cosas. De allí su anuncio del fin de la censura a la libre expresión.
Pero Trump quiere recuperar no solo los valores tradicionales, sino también los sectores económicos tradicionales que ya no pueden competir en la economía global, como la manufactura del automóvil, relanzando la energía del petróleo y del gas. Se aferra a la vieja estructura productiva en lugar de liberar la nueva.
Si realmente quiere llevar a Estados Unidos a una “edad dorada”, sin embargo, lo peor que puede hacer es reforzar una política proteccionista para resucitar una industria que ya no es competitiva y basar su crecimiento en combustibles fósiles que también tienden a formar parte del pasado, aunque provean un impulso ilusorio de corto plazo. No solo encarecerá el costo de vida a los norteamericanos y el costo de insumos para industrias que sí son de avanzada, como ya ocurrió en su primera administración, sino que la economía norteamericana perderá competitividad porque parte de la inversión se dirigirá no a áreas nuevas y proyectos de innovación para competir mejor en un mercado abierto, sino a sectores viables solo en virtud de estar protegidos.
Es la muerte del espíritu innovador, pues se innova cuando hay competencia, para sobrevivir y crecer, no cuando se está protegido. Así “América” no será grande nuevamente, sino más pequeña.
Fuera de que alimentará una carrera proteccionista global, no solo con la China sino también con Europa, que sería dañina para el comercio global y para nuestra economía.
Suena raro que en ese contexto Javier Milei esté buscando un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Ojalá lo logre y de paso le explique a Trump los alcances de la libertad económica.
Las barreras proteccionistas que impondrá Trump son además contradictorias con la política desregulatoria anunciada, que sí es interesante. Pues, ¿para qué desregular la economía si no es para competir sin trabas ni cargas en una economía abierta? Mas bien la inversión en sectores protegidos no requiere desregulación. No hay coherencia. Tampoco mencionó Trump metas de reducción del gasto público.
No hubo en su discurso un mensaje en favor de la libertad global en general, económica y política, algo que siempre formó parte del evangelio norteamericano. Ni una mención a Cuba o a Venezuela. En cambio, si disparó contra Panamá, anunciando que recuperará el canal, una declaración de prepotencia imperial, acusándola de subir las tarifas del canal y de entregar su manejo a la China.
Pero, según nos explica Carlos Ernesto Gonzales de la Lastra, organizador en su momento de la transferencia del Canal a Panamá, las tarifas tuvieron que incrementarse porque se invirtió en su ampliación mediante un nuevo sistema de esclusas y porque hubo que hacer inversiones en represas, moviendo población, para asegurar el agua para el canal.
Por lo demás, la flota de la Armada Norteamericana no paga peaje por los acuerdos del tratado con los EE. UU. Y, de otro lado, la China no tiene injerencia alguna en el manejo del canal, que está a cargo de la Autoridad Marítima panameña. Lo que hay es una empresa operadora de puertos de capital inglés y chino hongkonés (Hutchison Port) que tiene la concesión de dos puertos, a uno y otro extremo del Canal. Y hay tres puertos más concesionados a empresas de Singapur, de EEUU precisamente, y de Taiwán. Ninguno de esos puertos maneja el canal. Además, el tratado le da a los EEUU, en exclusiva, la defensa del Canal.
Trump anunció que el rol que él jugará en el mundo será el de pacificador y unificador. Eso tranquiliza. De hecho, ayudó al cese al fuego en Gaza. Y sin duda aplacaría el riesgo geopolítico global si tiene éxito en su gestión para poner fin a la guerra de Ucrania. Pero ese rol no es totalmente coherente con poner altos aranceles a otros países, recuperar el Canal de Panamá y cambiarle de nombre al Golfo de México. Aunque esta vez no habló de anexar Groenlandia y Canadá.
Los países de la América comprometidos con una economía abierta de mercado deberían reunirse para plantearle la preocupación por un eventual colapso o debilitamiento del comercio global. No podemos ser testigos pasivos de nuestro propio empobrecimiento. Lampadia