Cada día hay más sensación de incertidumbre sobre la situación dominante de algunas empresas en referencia a la información de los ciudadanos. Este desarrollo se ha dado sobre la base de internet y ha sido potenciando por Big Data y los algoritmos. Actualmente, ya se empiezan a manifestar algunos análisis muy alarmantes al respecto de la concentración de información en pocas manos, pero creemos que hay que tener mucho cuidado sobre las posibles medidas que, eventualmente, puedan tomar los Estados.
Las redes sociales son el canal que ofrece la posibilidad de enviar y recibir mucha información. Y, también, le estamos dando a las redes sociales mucha información sobre nosotros al utilizarla, información que luego puede ser usada en nuestra contra o para manipularnos.
Entre los casos más conocidos de manipulación están los fake news, la desinformación y propaganda malintencionada. Los mensajes de, principalmente, las agencias gubernamentales y partidos políticos se han convertido en una auténtica amenaza para la vida pública. Un caso muy claro es la manipulación de las elecciones de EEUU. Las tácticas de manipulación y desinformación en línea desempeñaron un rol importante en las elecciones de Estados Unidos, lo que dañó la capacidad de los ciudadanos de elegir sus líderes sobre la base de noticias objetivas y debates auténticos.
Y, a pesar que los gobiernos de muchos países democráticos han introducido cambios en la legislación diseñados especialmente para combatir las noticias falsas en Internet, no consiguen frenar el problema. Las cuentas automáticas de robots, además, siguen siendo una táctica muy utilizada. Las cuentas falsas y los ‘opinólogos’ online acostumbran a difundir mensajes a favor de partidos determinados y también son usados de forma estratégica para compartir contenido de manera estratégica o publicar palabras clave para alterar los algoritmos y generar tendencias.
Una manera para democratizar la información es mediante la trasparencia de la información usando blockchain o código abierto, donde muchas personas pueden participar en su creación de contenido y así evitar cualquier manipulación. Esto ha sido tremendamente útil, dándonos Wikipedia y Twitter.
Una opción, como dice Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, en el artículo líneas abajo, es “debemos comenzar a imaginar un tipo de Internet completamente nuevo. El objetivo debe ser construir un sistema descentralizado que no esté basado en servidores que sean propiedad de y controladas por monopolios basados en California, sino en los millones de computadoras y dispositivos actualmente en uso en la actualidad.”
Entre las opciones que plantea el artículo están:
- Usar blockchain para que la tecnología se encargue de restaurar la confianza en las transacciones e información en línea.
- Actualizar leyes electorales para la era digital.
- Responsabilizar a las empresas de medios sociales por el contenido político publicado en sus plataformas
- Lanzar campañas para educar al público sobre el uso de configuraciones de privacidad, bloqueadores de anuncios y otras salvaguardas digitales
Líneas abajo, compartimos el artículo del ex primer ministro belga, Guy Verhofstadt, que con su visión muy europea, plantea una ruptura drástica del sistema actual de internet.
Nosotros en Lampadia, tenemos dudas de si se requieren acciones como las planteadas por Verhofstadt, que implican diseños estatales, que muchas veces son remedios peores que las enfermedades. En todo caso, hay una importante preocupación por la concentración de datos de los ciudadanos en pocas manos, tema que seguiremos monitoriando en el futuro.
Domando al Monstruo de la Tecnología
Project Syndicate
17 de agosto de 2018
Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, presidente de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ALDE) en el Parlamento Europeo y autor de ‘La última oportunidad de Europa: por qué los Estados europeos deben formar una unión más perfecta’.
Traducido y glosado por Lampadia
El control monopolístico sobre la información personal de millones de personas y sobre el flujo de noticias e información en línea, presenta un claro peligro para el futuro de la democracia. Como dejan en claro las brechas de datos, hackeos y sabotaje electoral en los últimos años, el Occidente necesita desarrollar urgentemente un nuevo modelo de gobierno digital.
Cuando el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, se presentó ante el Parlamento Europeo, se jactó de que su compañía paga a decenas de miles de moderadores para analizar, revisar y, si es necesario, eliminar publicaciones abusivas de Facebook. Aparentemente, estos llamados limpiadores, provistos por la tercerización de servicios en la India y en otros lugares, son el poder oculto que decide qué puede y qué no puede aparecer en la plataforma.
Zuckerberg ofreció esta información con la esperanza de tranquilizarnos, pero su testimonio tuvo el efecto opuesto. La idea de que ahora las compañías multinacionales como Facebook son quienes determinan lo que las personas ven en línea es absurda y peligrosa. Tal privatización de nuestras libertades civiles no tiene precedentes. La Iglesia Católica pudo haber ejercido un poder casi absoluto sobre la disponibilidad de información durante la Edad Media, pero al menos sus seguidores lo reconocían como una autoridad moral. Zuckerberg no es nada de eso.
Debido a Facebook, y en general a las redes sociales, la velocidad con la que circulan las noticias ha crecido cada vez más y, sin embargo, el acceso libre e imparcial a ella se ha atenuado cada vez más. Si caminas hasta un quiosco de noticias, encontrarás revistas satíricas de «izquierda» como Private Eye y Charlie Hebdo junto a publicaciones «capitalistas» como el Wall Street Journal y el Financial Times. Pero si miras el feed de noticias de Facebook, verás casi solo historias que refuerzan tus propios puntos de vista políticos.
Por supuesto, Zuckerberg afirma que Facebook tiene «inspectores de hechos» que identifican «noticias que probablemente sean falsas» y que pueden «tergiversar algo en la noticia y mostrarle a la gente más contenido (similar) (de otras fuentes de noticias)». Pero uno se queda preguntándose quiénes son estos verificadores de hechos, qué criterios usan para determinar la veracidad de una historia y qué algoritmos usan para seleccionar fuentes de noticias alternativas.
DISTOPIA CODIFICADA
El mundo que Zuckerberg ha creado está empezando a parecerse a una combinación de George Orwell de 1984 y Aldous Huxley’s Brave New World. En 1984, una autoridad central controla el discurso público dentro de un sistema totalizado; en el mundo digital de hoy, está controlado por una compañía con un casi monopolio sobre la distribución de noticias en línea. Para estar seguro, Zuckerberg diría que hay alternativas, como Google y Twitter; pero eso es como un monopolio de fabricante de autos que nos dice que, si no nos gusta su producto, siempre podemos usar el autobús o ir a pie.
Del mismo modo, en Un mundo feliz, la ciencia y la tecnología determinan los pensamientos y el comportamiento humano, en lugar de que los humanos decidan sobre la dirección de la ciencia y la tecnología. Y, como muestra Jamie Bartlett de Demos en The People Vs Tech, la cuantificación digital de nuestras vidas cotidianas está directamente en desacuerdo con el funcionamiento de la democracia. En un mundo donde los algoritmos determinan todos los resultados, la política ya no existe.
Pero este problema va más allá de Facebook. Todas las firmas importantes de Silicon Valley, incluidas Alphabet Inc. (compañía matriz de Google), Apple y Amazon, han adoptado modelos comerciales con el potencial de socavar la democracia y la privacidad junto con ella. El acaparamiento de datos personales con el fin de vender anuncios publicitarios dirigidos está haciendo que los electores democráticos sean cada vez más vulnerables a la manipulación populista y demagógica.
Robber Barons, entonces y ahora
La única manera de detener esta alarmante tendencia es revolucionar el Internet, devolviéndolo a los usuarios comunes, es decir, a los ciudadanos. Una opción, señala el periodista Nick Davies, es nacionalizar gigantes como Google y Facebook. Pero esa cura sería peor que la enfermedad. En países como China y Turquía, donde las redes sociales están estrechamente controladas por el estado, hay incluso más desinformación y censura que bajo monopolios privados. Además, lo último que necesitamos es un gran gigante público (estatal) de redes sociales. Por el contrario, necesitamos mucha más competencia, para que los ciudadanos tengan más opciones sobre dónde almacenar sus datos y bajo qué condiciones.
Históricamente, asegurar una competencia sana y justa siempre ha sido una buena receta para resolver problemas en una economía de mercado. Hacia 1900, el Standard Oil de John D. Rockefeller se había convertido en el guardián del mercado de la energía en los Estados Unidos, lo que era malo para los consumidores y la industria por igual. Entonces, en 1911, el gobierno de los Estados Unidos obligó a la compañía a dividirse en 34 «Baby Standards». Algunas de sus compañías sucesoras, como Chevron y ExxonMobil, aún existen.
La separación de Standard Oil preparó el escenario para acciones antimonopolio similares contra IBM, Kodak, Microsoft, Alcoa y otros monopolios a lo largo del siglo XX. En 1982, AT&T se vio obligada a ceder su control sobre Bell System, empresa de operadores telefónicos locales en EEUU y Canadá, y el propio Bell System se dividió en numerosas «Baby Bells». Es a ese acto de regulación gubernamental que debe mucha de la revolución tecnológica de hoy [¿?].
En otras palabras, no hay ninguna razón histórica para pensar que la ruptura de los gigantes digitales sería perjudicial para la economía. En todo caso, podría impulsar una nueva ola de innovación. Entonces, ¿por qué no vemos un impulso hacia el tipo de acción proporcional del gobierno que vimos en los mercados de petróleo y telecomunicaciones?
Repensando las leyes de Antimonopolio
Para los estadounidenses, parece haber poco interés en crear una disrupción en una industria nacional enormemente exitosa; y para los europeos, no hay instrumentos para hacerlo. Además, se crearon leyes de competencia estadounidenses y europeas para las industrias análogas del siglo XX, no para la economía digital del siglo XXI. En EEUU, las políticas antimonopolio imperantes fueron moldeadas en las décadas de 1970 y 1980 por figuras como el jurista conservador Robert Bork y el economista Aaron Director de la Universidad de Chicago. Bork y Director argumentaron que la eficiencia económica, no el tamaño de una empresa o su posición en el mercado, debería ser el objetivo primordial de la ley antimonopolio. Según su razonamiento, las acciones antimonopolio no están justificadas si un monopolio o casi monopolio no extorsiona a los consumidores con precios más altos.
Este principio ahora proporciona cobertura para Facebook, Google y Amazon, cada uno de los cuales brinda tremendos beneficios a los consumidores. El problema es que debido a que la «actividad principal» de estos gigantes tecnológicos tiende a tratar a los usuarios como el producto, no como el cliente, también han adquirido enormes cantidades de datos personales. Por lo tanto, sin importar cualquiera que sea el tipo de servicios que ofrecen estas empresas, el verdadero problema sigue siendo el mismo: la concentración de control sobre la información personal.
Por ejemplo, el problema con las adquisiciones de Facebook sobre Instagram y WhatsApp no es que estas firmas estuvieran entre sus principales competidores. Es que, al comprarlos, Facebook fue capaz de acumular aún más datos personales y, por lo tanto, percepciones propias sobre las vidas, las preferencias, las pasiones y los deseos de millones de personas. Como resultado, Facebook ahora ofrece una plataforma inigualable para los anunciantes y otros que esperan obtener ganancias a través de la manipulación psicológica. Su servicio es perfecto para políticos populistas e iliberales que buscan ganar el poder a través del miedo y la calumnia, en lugar de hacerlo por el mérito de sus ideas.
El poder que los gigantes tecnológicos derivan de nuestros datos personales no es diferente al poder que Standard Oil y AT&T alguna vez ejercieron a través del control monopólico de los suministros de petróleo y las líneas telefónicas. Si EEUU no toma medidas contra los monopolistas de datos personales, o si su actual marco antimonopolio lo impide, entonces es tanto más importante que la Unión Europea intensifique sus esfuerzos.
Si bien la UE ya ha dado pasos firmes en esta dirección mediante la adopción del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), todavía no estamos preparados para el mundo digital del mañana, porque no tenemos un mercado único digital. Hoy, si los jóvenes desarrolladores de software quieren lanzar aplicaciones en toda la UE, tienen que obtener la aprobación de 28 reguladores nacionales independientes, al tiempo que aseguran contratos con más de 100 operadores de telecomunicaciones. No es de extrañar que las cinco firmas tecnológicas más importantes, Alphabet, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft, sean todas estadounidenses y que ninguna de las 20 firmas tecnológicas más grandes del mundo sea europea.
Hasta que amplíe su mercado único de chocolate, cerveza y automóviles a bienes y servicios digitales, Europa seguirá quedándose atrás y Silicon Valley no tendrá que preocuparse por la competencia de la UE. Pero para ampliar el mercado único, los europeos deben estar listos para reemplazar a sus reguladores nacionales con una única agencia a nivel de la UE a la par de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC).
La Promesa de la Descentralización
En términos más generales, debemos comenzar a imaginar un tipo de Internet completamente nuevo. El objetivo debe ser construir un sistema descentralizado que no esté basado en servidores que sean propiedad de y controladas por monopolios basados en California, sino en los millones de computadoras y dispositivos actualmente en uso en la actualidad.
Un modelo para la descentralización es blockchain, un registro (ledger) digital distribuido que registra públicamente las transacciones en muchas computadoras y que requiere un consenso para que se agregue cualquier información nueva. En otras palabras, blockchain verifica y protege los datos sin la necesidad de un gran intermediario central, como un banco, registro o gobierno.
Muchas de las ventajas de blockchain son obvias. La tecnología restaura la confianza en el intercambio de datos y hace que la piratería y la manipulación sean extremadamente difíciles. Debido a que elude a los intermediarios tradicionales, tiene el potencial de eliminar los costos de transacción de la documentación o ejecución de contratos, transacciones financieras, títulos de propiedad, derechos sobre la tierra, etc.
Una Internet descentralizada también permitiría a las personas controlar e incluso monetizar sus datos, junto con otros productos creativos digitales como fotografías, videos, arte y música. Al ser los únicos titulares de derechos de autor de sus creaciones, los usuarios estarían en condiciones de realizar transacciones directamente con otros, en lugar de ceder parte de sus ganancias a una plataforma tradicional.
Por supuesto, hay mucho escepticismo sobre blockchain, y particularmente sobre las criptomonedas que trabajan con blockchain como Bitcoin. Pero la pregunta se reduce a en quién deberías confiar. Por un lado, están las grandes instituciones establecidas, como los bancos que precipitaron la crisis financiera de 2008; por el otro, un sistema descentralizado en el que innumerables socios se controlan mutuamente. En este último caso, no hay necesidad de que Big Brother o Facebook contraten a «limpiadores» como esclavos en algún lugar de la India. En cambio, un colectivo orgánico de usuarios ejercería el control, al igual que ya funciona Wikipedia.
¿Una Internet radicalmente descentralizada eliminará automáticamente el lado oscuro del mundo digital y pondrá fin al lavado de dinero y otras operaciones delictivas que usan criptomonedas? Por supuesto no. Pero vale la pena recordar que el efectivo también se usa en todo tipo de transacciones ilícitas y no culpamos a los bancos centrales por eso. Dado el statu quo, blockchain podría mejorar las cosas considerablemente, especialmente si se complementa con computadoras cuánticas que facultan a las autoridades públicas y las agencias encargadas de hacer cumplir la ley para rastrear los abusos de encriptación y actividades ilegales.
El Desafío de Europa
No hay tiempo que perder. El mundo necesita una nueva Internet y Europa, en particular, necesita una nueva estrategia digital, una que no esté simplemente copiada del modelo estadounidense.
Una opción podría ser hacer de blockchain el nuevo estándar para todas las actividades digitales dentro de la UE. Idealmente, las agencias gubernamentales y las empresas reemplazarían los viejos libros burocráticos y las prácticas con tecnologías descentralizadas seguras, y surgiría una nueva generación de negocios digitales y mercados competitivos en datos personales. Para permitir que esto suceda, la UE necesita lanzar dos programas de inversión más en el nivel del Sistema mundial de navegación por satélite de Galileo: uno para avanzar en el desarrollo de la inteligencia artificial y otro para la informática cuántica.
Dado el tiempo que le llevará a estas inversiones dar sus frutos, la UE también debe abordar los desafíos inmediatos de la vieja era de Internet. De manera muy urgente, debemos proteger nuestras elecciones de la intromisión cibernética extranjera. Eso comienza con la identificación de los agentes extranjeros que están activos en las plataformas de redes sociales europeas, así como los políticos extremistas con quienes se están confabulando.
En los Estados Unidos, donde el Diputado Procurador General Rod Rosenstein designó a Robert Mueller como asesor especial para investigar la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, ya se han dictado docenas de acusaciones. Europa necesita ponerse al día, sobre todo estableciendo su propio fiscal especial para investigar y detener las campañas de desinformación rusas y otros ataques contra nuestras democracias.
En segundo lugar, debemos actualizar nuestras leyes electorales para la era digital. La mayoría se escribieron en un momento en que las campañas políticas se basaban en folletos en papel y publicidades en vallas publicitarias. Hoy, la batalla por el apoyo de los votantes se lleva a cabo en Internet, y ahora es más fácil que nunca que los actores malvados manipulen el proceso.
En tercer lugar, debemos responsabilizar a las empresas de medios sociales por el contenido político publicado en sus plataformas. Toda publicidad política debe tener una «huella» digital que revele claramente quién pagó por ella. Y las plataformas que no cumplen deben enfrentar multas mucho más grandes que las que han tenido en los últimos años.
Pero las agencias de protección de datos también necesitan llevar a cabo un escrutinio más intensivo sobre los distribuidores de noticias falsas, bots y trolls, así como sobre los algoritmos que les permiten llegar a un público más amplio. Con ese fin, las agencias pertinentes deben designar a «funcionarios de rendición de cuentas» encargados de vigilar las principales plataformas de redes sociales, particularmente antes y durante las elecciones.
Finalmente, debemos lanzar campañas para educar al público sobre el uso de configuraciones de privacidad, bloqueadores de anuncios y otras salvaguardas digitales. Esa fue una de las recomendaciones de las audiencias de la Cámara de los Comunes Británicos a principios de este año, sobre Cambridge Analytica. Es lógico que, si queremos volver a poner el Internet en las manos de las personas, necesitarán la alfabetización digital para gestionarlo. Simplemente saber cómo crear una cuenta de Facebook ya no es suficiente. Los ciudadanos en el siglo XXI también necesitan al menos una comprensión básica de cómo funciona el Internet.
En general, la estrategia digital esbozada aquí requerirá una transferencia de poder de los gobiernos nacionales de Europa a las instituciones de la UE. Esa es siempre una proposición difícil en la política europea. Pero los europeos deben aceptar el hecho de que, en la era digital, los Estados-nación ya no pueden hacerlo solos.
Después de todo, las tecnologías digitales no conocen fronteras políticas. Por el contrario, su propio poder se deriva de su capacidad de trascender fronteras y colapsar el espacio y el tiempo. Solo una Europa unificada puede igualar ese poder y ayudarnos a superar nuestra era actual de disfunción digital y hacia un nuevo modelo. La verdadera pregunta es si estamos a la altura del desafío. Lampadia