Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Para Lampadia
Hace 5 días, el editorial de uno de los diarios oficialistas del país decía: “Más Keynes que Hayek durante el post covid -19”. En el texto se auspicia de acuerdo a la línea política de ese diario, lo que muchos tememos: que esta emergencia justificará un nuevo envión a las ideas en favor del control, la intervención y el mayor protagonismo del Estado en la economía y en la sociedad, en nuestro país y en otras partes del mundo.
Lo que parece no advertir la nota es que, en medio de la crisis, antes del “post Covid 19” que no ha llegado aún, ya estamos viviendo y pagando las consecuencias de esta “fatal arrogancia”. Digo “Fatal Arrogancia”, precisamente para citar el título de la última obra de Friedrich Hayek, a través de la cual este Premio Nobel austriaco criticó esa tradición utópica según la cual, ante la incertidumbre y la complejidad, se admite que las sociedades puedan ser diseñadas en su totalidad de acuerdo a un plan establecido. Para Hayek, tan bien intencionado propósito no es factible debido a que el planificador no puede acceder a toda la información necesaria para esta arquitectura ideal de la realidad. Existe un conocimiento disperso que no es posible concentrar en una sola mano, existe un orden espontáneo contra el cual resulta arrogante pretender actuar compulsivamente.
Lo que está sucediendo en el Perú en plena crisis del Covid 19 nos demuestra precisamente esa limitación que Hayek ya advirtió. Ante la incertidumbre y la complejidad de la Pandemia se admitió como válido un diseño social de emergencia centralizado en manos del Estado. Todos creímos que esto era lo indicado: suspensión de actividades masivas, cuarentena, aislamiento social obligatorio, inmovilidad, paralización de actividades económicas no esenciales, cierre de fronteras, control de las pruebas diagnósticas en manos del sistema de salud pública, bonos de auxilio económico, etc. Lo que olvidamos es que, más allá de la validez lógica de muchas de esas medidas, la pretensión planificadora es per se, de por si, arrogante, porque olvida que hay información necesaria que no podrá conocer, que hay un conocimiento disperso y un orden espontáneo.
El profesor malagueño Juan Carlos Martínez Coll[i] lleva esta idea de Hayek a un plano aún más concreto y nos habla de la “fatal arrogancia del planificador”, afirmando, para mal de nuestra realidad presente que “la planificación logística que incluye la actividad de un individuo no puede ser realizada sin la aportación de información de ese individuo”, y que, aunque no nos guste reconocer en estas circunstancias:
“es imposible que la actividad de cualquier empresa o país puede ser completamente planificada por un único planificador, debido a que:
a) La información necesaria es excesiva y no cabe en una sola mente.
B) La información necesaria está en la mente de los individuos y no es fácilmente accesible.
C) La información es cambiante, dinámica.
D) El carácter coactivo de la planificación corrompe la misma información, la distorsiona.
El presidente Vizcarra pese a sus buenas intenciones, no puede junto con su gabinete, asesores y adulones incluidos, tener la capacidad de acceder a toda la información necesaria en esta crisis. Mucho menos pueden ingresar a la mente, intenciones, deseos, necesidades o angustias de los ciudadanos que huyen de la cuarentena pese a haber sido identificados como positivos o que salen a vender o trabajar para subsistir. Ni el presidente, ni su flamante Ministro de Salud hábil en el troleo en redes sociales pueden detener el cambio, la mutación de la información. Ni las amenazas del ejército o las extorsiones de algunos malos policías pueden evitar que la información necesaria se corrompa.
Esto explica en alguna medida que hayan más de 36,000 detenidos en la emergencia, que el número de víctimas siga creciendo, que los contagios crezcan más rápidamente de lo que vimos la semana anterior y que a causa de todo esto, se adopten nuevas medidas en la misma dirección: planificar sin la información suficiente.
Bien haría entonces el diario oficialista, en lugar en auspiciar el retorno a las ideas de Kelsen para un post Covid 19 que aún se ve lejano, en advertir las consecuencias de esta fatal arrogancia y su alto costo en estas circunstancias. Podría empezar por publicar, por ejemplo, este fragmento del discurso de Hayek al momento de recibir el Premio Nobel de Economía:
“Para que el hombre no haga más mal que bien en sus esfuerzos por mejorar el orden social, deberá aprender que aquí, como en todos los demás campos donde prevalece la complejidad esencial organizada, no puede adquirir todo el conocimiento que permitirá el dominio de los acontecimientos. En consecuencia, tendrá que usar el conocimiento que pueda alcanzar, no para moldear los resultados como el artesano moldea sus obras, sino para cultivar el crecimiento mediante la provisión del ambiente adecuado, a la manera en que el jardinero actúa con sus plantas.”
Solo la comprensión de que estamos siendo víctimas de esta fatal arrogancia nos llevará a tomar mejores y más atinadas medidas. Solo la comprensión de los límites del gobierno y del Estado en esta tarea nos permitirá entender que la solución no llegará únicamente desde arriba, sino que se construye también en la decisión cotidiana de cada ciudadano, comunidad, gremio o pueblo. Sólo así la ciudadanía asumirá también su responsabilidad y las consecuencias de esta crisis. Estamos a tiempo. Lampadia