Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Las nuevas generaciones estarían siendo capturadas y deformadas por las redes sociales, los juegos electrónicos y los beneficios económicos gozados tempranamente.
El periodista y académico uruguayo Leonardo Haberkorn renunció a seguir dando clases en la carrera de Comunicación en la Universidad ORT de Montevideo con un mensaje conmovedor: “Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies”.
Esto también se puede percibir con claridad en el mundo del deporte. Como comentó Edmilson (campeón mundial con Brasil en el Mundial 2002) en una entrevista en el programa Al Ángulo: desde hace algunos años en Brasil existe una clara disminución en la cantidad de niños que juegan fútbol en las calles, playas y canchas públicas. Hoy día, los niños dedican más tiempo a los videojuegos y espacios en internet, que al juego físico de fútbol. Para Edmilson, esto es un claro indicador del decreciente nivel futbolístico de la selección brasileña durante los últimos años.
Este menor nivel de esfuerzo y dedicación de tiempo, también se puede observar en el tenis. Siendo un deporte individual, se nota claramente como hoy las nuevas generaciones siguen sin imponerse sobre los veteranos. Hasta hace pocos años era muy raro que un jugador de más de 30 años gane un torneo de Grand Slam. Hoy en día sólo existe un jugador activo menor de 30 años que haya ganado un torneo Grand Slam. De los últimos 18 torneos, 17 han sido ganados por jugadores de 30 años o más.
En el Perú necesitamos hacer los mayores esfuerzos posibles para recuperarnos de las múltiples crisis creadas por Vizcarra y sus secuaces alrededor de la pandemia, aparentemente como parte de una estrategia pre electoral, que nos llevó a elegir un gobierno manifiestamente incapaz de asumir ese reto, pues su orientación es principalmente ideológica y política.
Lamentablemente hemos terminado con autoridades que pretenden:
- Imponer una asamblea constituyente para concentrar el poder e intervenir la economía
- suspender la meritocracia en el magisterio,
- demorar la educación presencial,
- malograr el comercio internacional -nuestro único camino a la prosperidad,
- contaminar el turismo con más ideología,
- alejarnos de socios desarrollistas y acercarnos a los más fracasados,
- perder la confianza de propios y extraños,
- y encomendar la gestión pública a los menos capaces, empezando con varios de los nuevos ministros
Ojalá logremos que la sociedad civil siga reaccionando y presione al gobierno a enmendar entuertos. ¡No queremos mediocridad!
Líneas abajo comparto el testimonio del profesor Leonardo Haberkorn, que muestra la degradación de una sociedad que cada día se esfuerza menos en aprender y dar todo de sí.
El periodista y académico uruguayo Leonardo Haberkorn renunció a seguir dando clases en la carrera de Comunicación en la Universidad ORT de Montevideo, mediante esta carta que ha conmovido al mundo de la Educación:
Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más. Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque solo fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto.
Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal.
Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen. Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante entre 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía.
Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿No era el canciller? Así con todo. ¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.
¿Qué partido es más liberal, o está más a la «izquierda» en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio. ¿Saben quién es Vargas Llosa?
¡Sí! ¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno. Lamento que los jóvenes no pueden dejar el celular, ni aún en clase. Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado.
Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales. En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con la noticia de que todavía se venden diarios y revistas en las calles.
Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo.
Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos.
Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.
Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.
Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante. No quiero ser parte de ese círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré.
Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible. Y no soporto el desinterés ante cada pregunta que hago y se contesta con el silencio. Silencio. Silencio. Silencio. Ellos querían que terminara la clase. Yo también. Lampadia