Álvaro Díaz Castro
Abogado en derecho empresarial y de la minería
Para Lampadia
“Tu enemigo eres tú mismo. El desconocimiento de tu propio desconocimiento es la fuente de todos los fracasos”
(El libro negro del emprendedor).
En Perú la palabra “emprendedor” ha adquirido tantos matices como quienes quieren aprovechar del buen semblante que representa.
En este sentido, te consideran emprendedor si abres una tienda en la esquina, si pones la cabina de internet, si reparas techos, si montas un café, etc. Esos son negocios, trabajos dignos, necesarios, pero no necesariamente emprendimientos.
Jim Clifton (Presidente y CEO de Gallup, en su libro “Descubra sus fortalezas de emprendedor”) dice “Sólo cerca de cinco de cada 1,000 personas tienen la capacidad de iniciar y hacer crecer un gran negocio. En comparación, 20 de cada 1,000 personas tiene un coeficiente intelectual lo suficientemente alto para ser aceptados en la organización americana que busca la excelencia en la inteligencia humana (MENSA)”. Por ello los bonitos mensajes de que todos somos emprendedores no tienen una base en que fundarse; y, por el contrario, pueden generar no sólo frustraciones sino fracasos económicos reales.
Dice la teoría que emprender significa “tener decisión e iniciativa para realizar acciones que son difíciles o entrañan algún nivel importante de riesgo”, y emprendedor es el “individuo que organiza y opera una o varias empresas, asumiendo cierto riesgo financiero en tal acción; comienza algo”.
Revisado ello, empresario resulta igual o muy similar a emprendedor. Dice la teoría que se entiende más por empresario al que toma decisiones. Resulta que el emprendedor es considerado como tal justo porque toma decisiones.
De algún modo, por estos lares, se ha buscado envilecer la palabra empresario y realzar la de emprendedor como una categoría más benévola, casi beatificada, en un intento para separarla de la mediana y gran empresa. Si tienes éxito con tu emprendimiento y creces, dejarías de ser emprendedor, y te vuelves un vil empresario.
La imagen del inconsciente colectivo que tenemos de un emprendedor (pidiendo disculpas a Carl Jung por utilizar de este modo su concepto) es la de aquel que ha creado o innovado algo y ha dejado de lado un cómodo status quo, o ha dado un paso comprometido para poner a luz su creación que funcione y cambie (mejorando) la forma de hacer tal o cual cosa en beneficio de la sociedad.
Por esa imagen se suele relacionar a emprendedor con innovación y desarrollo, con creatividad y aventura, con construir sueños y probablemente por ello es que termina siendo tan bien visto el ser denominado emprendedor.
En las ideas “per se” no hay emprendimiento (ni empresario), sólo imaginación y bonitas propuestas. En ejecutar, plasmar, hacer realidad tales ideas distintas, creativas, motivadas, es cuando comienza a forjarse el emprendedor.
Crear un trabajo conforme al estándar no encajaría plenamente con el concepto que se quiere entender por emprendedor (igual pasó con los “clusters” como los concibió Michael Porter y como se tergiversó en los discursos políticos, pero ello es otra historia).
El abrir negocios y fuentes de trabajo en función de la demanda del mercado es necesario, indispensable y loable, pero eso no necesariamente es emprendimiento.
El nivel de fracaso de quienes quieren asumir un emprendimiento es altísimo, e implica arriesgar y muchas veces perder patrimonios personales, familiares, de amigos y/o del Estado (que, con buena intención, pero no necesariamente buenos resultados, tiene políticas para subvencionar todo aquello que llegue bajo el nombre de emprendimiento, en lugar de lo que genere innovación y desarrollo).
De hecho, en Perú, el 90% de las start-ups no sobreviven más de un año (diario Gestión 10/enero/2017 entrevista al Dr. Alejandro Morales, de Torres y Torres Lara, Abogados).
El emprender va más con volver útil el conocimiento innovador existente, ese que promueve Endeavor “formas de hacer las cosas que resultan disruptivas y con potencial de escalamiento exponencial”. Ello sí fortalece de modo sólido y rápido la generación de empleo, el dinamismo económico, bajos costos, mejora de servicios. En resumen, todo lo que esté más cerca de los llamados “océanos azules” (como lo describe Reneé Mauborgne y Chang Kim).
Como es usual, el no tener claro los conceptos y manosearlos, estirarlos o fraccionarlos lleva a que se cometan graves errores, se dilapiden recursos, se mal oriente al ciudadano, se alimenten falsas expectativas.
Se debe tener políticas que apoyen la generación de negocios y empleos tal cual se usan y necesitan en el quehacer diario y otras distintas para promover el emprendimiento. Llamar a todo esfuerzo emprendimiento hace que se desvíe la atención y los recursos. El “chocolatear” esos ingredientes no te da ni torta ni pan, ni chicha ni limonada.
Permítanme, en un siguiente artículo, resumir lo que nos cuenta el “Libro negro del emprendedor”, que el asunto no es tan fácil, pero hay que recorrerlo. Les dejo unas ideas de dicho libro para adelantar el tema:
“El emprendedor no se desconecta jamás. Es como un contrato laboral draconiano de 24 horas al día durante 365 al año”. Lampadia
“La inocencia debe practicarse en una tómbola. No se puede romper las reglas sin conocerlas, es algo que no suele suceder. Es mejor apostar conociendo los riesgos que hacerlo confiando en la fortuna pasajera”.
“Animar a emprender a personas que no están preparadas no es fomentar el espíritu emprendedor, es un ejercicio de responsabilidad”.