Por Pablo Bustamante Pardo, Director de Lampadia
Primero que nada una doble felicitación a los organizadores de Umbral y del libro “Somos Libres”. Primero, por hacer un excelente esfuerzo de recoger y representar un período tan importante de nuestra historia. Y segundo, por asumir el verdadero rol de la clase dirigente, que no siempre ha estado a la altura de las circunstancias, una de las mayores carencias del país. Los protagonistas del libro si se comprometieron con el país, así como ustedes ahora, para enseñar sus vivencias a los más jóvenes.
El libro relata cómo pudo el Perú salir del sétimo círculo del infierno de Dante y, traernos de regreso al mundo moderno para empezar su reconstrucción. Para explicarlo, recorre cinco décadas, desde los 60 hasta el nuevo siglo.
Reconoce a sus principales líderes, como al propio Presidente Fujimori, que supo guardar sus ideas en un cajón y alejarse de sus asesores “gradualistas”, que no voy a mencionar.
Pero si quiero reconocer a los excelentes peruanos que ayudaron en este trance, casi imposible. Entre ellos tenemos a:
– Juan Carlos Hurtado Miller, Jaime Yoshiyama, Carlos Boloña,
– Carlos Rodriguez-Pastor, Hernando de Soto, Richard Webb,
– Roberto Abusada, Mayu Hume, Alfredo Jalilie, Calos Montoya,
– Felipe Ortiz de Zevallos, Jorge Camet, Fritz du Bois, Alfonzo Bustamante,
– Oscar Espinosa Bedoya y Walter Piazza,
Para hablar de la verdadera gran transformación del Perú, no podemos dejar de destacar al precursor del liberalismo en nuestro país, don Pedro Beltrán,
y tampoco al gran predicador de las ideas de la Libertad, Mario Vargas Llosa.
Y finalmente, cuatro extranjeros, Michel Camdessus del FMI, Ricardo Lago del BID, y
Armeane Chosky y Demetris Papageorgiou del BM, estos últimos, no mencionados en el libro. Para todos ellos, un gran aplauso…
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Algo muy importante de estos procesos de transmisión es permitir que los ciudadanos. Especialmente los jóvenes, puedan aprender lo que yo llamo: las relaciones causa-efecto de las políticas públicas en sus propias vidas.
Para ello voy a recorrer rápidamente cada una de las décadas mencionadas en el libro, que explican todo el proceso.
Los 60s:
Empezamos con el gran divorcio. Junto con los demás países de la región, tomamos un camino inverso a los países pobres del Asia, como Corea del Sur y Taiwán, a quienes mirábamos por encima del hombro. Mientras ellos abrieron sus economías a la inversión privada y se empeñaron en mejorar su educación, nosotros nos cerramos y fuimos entregando el control de la educación a un sindicato clasista, monopólico y comprometido con la lucha de clases, antes que con un proyecto magisterial.
A fines de los 60, nos cayó la dictadura militar que duró hasta fines de los 70.
Ésta apagó las luces del Perú, lo que lamentablemente habría de durar 30 años, hasta el año 90.
Por eso es tan difícil entender el Perú de hoy y, casi imposible compararlo con otros países, que nunca apagaron sus luces de manera similar.
Los efectos de la dictadura militar fueron devastadores:
– Prohibieron la inversión privada en el campo, la minería, la pesca y hasta en el turismo.
– Estatizaron prácticamente toda la economía
– Condenaron a las regiones a la miseria, sin inversión y sin empleo
– Controlaron todos los precios
– Establecieron la discrecionalidad absoluta de los funcionarios públicos en su relación con el mundo empresarial y los ciudadanos
– Propiciaron una suerte de “lluvia ácida” que les permitió sembrar una cultura anti-empresarial que malogró, incluso, mentes brillantes
Por eso es que en el Perú se siguen discutiendo lo que Moisés Naím llama las “Ideas Muertas”.
Al final de la dictadura militar (1980), salieron corriendo, pero regimentaron sus “reformas” en la Constitución del 79, que castró en gran medida las posibilidades de recuperación del país.
80s:
El regreso a la democracia, que falló por omisión y por acción.
Por omisión con Belaunde, que más allá de la devolución de los medios de comunicación, no corrigió nada e impidió permitió las reformas más esenciales. A esto se sumó el terrorismo que diezmó la sierra y terminó por empujar a la población a Lima.
Encima de todo esto, vino la crisis de la deuda del 82 originada en México y el Niño del 83 (ese año el PBI cayo 13%).
Belaunde, a pesar de haber recibido una propuesta integral de reforma de Ulloa y su formidable equipo, no pudo tomar las decisiones necesarias. (Por ejemplo, el año 81, con mi jefe Andreas Raczynski, del antiguo Grupo Hochschild, llevamos a Minero Perú una propuesta de inversión en las Bambas de US$ 1,000 millones que contemplaba una participación libre de 20% para el Estado. Su presidente Raul Otero y su financiero, Lino Abraham, hombres muy capaces, no pudieron lograr la autorización gubernamental. Al año siguiente, regresamos con una propuesta para invertir en Antamina US$ 1,200 millones con el mismo 20% para el Estado. Tampoco pasó nada).
En el segundo lustro de los 80, García, un hombre de la nueva generación, dio un costosísimo salto atrás y equivocó el camino de palmo a palmo. Llevó la inflación, que empezó en los años 70 a niveles galopantes y la convirtió en una de las inflaciones más largas y altas de la historia de la humanidad. Estatizó los bancos y le puso un “broche negro” a casi 30 años de errores.
Si comparamos algunas cifras del año 89 con las del 2012, podemos mostrar en perspectiva lo que García nos dejó: (Ver anexo 1)
– El PBI pasó de US$ 20,500 millones a 199, 400 millones
– El PBI p.c. se multiplico por siete, pasando de US$ 970 a US$ 6,635
– La pobreza bajó de 58.7% a 25.8% de la población
– La mortalidad infantil bajó al 13% y la desnutrición al 45%
– La deuda externa bajo de 60.8% del PBI a el 9.5%
– Las reservas internacionales pasaron de ser negativas a 64,000 millones de dólares
– Los ingresos del Estado, según las fuentes que se usen, pasaron de 3 o 10.6%, a 21.6%
del PBI
García siguió con la sustitución de importaciones y la teoría de la dependencia de la CEPAL de Prebish. Con esa teoría nos amenazaron con la “curva de la muerte”: mientras nuestros productos (commodities) bajarían de precio, la tecnología subiría, creando una brecha mortal.
Gracias a Dios, la historia probó todo lo contrario, se produjo “la curva de la vida” de los países emergentes, mientras los precios de los commodities subían, los de la tecnología bajaron.
90s
Sobre los 90s, el libro es muy rico en las descripciones del proceso de transformación. Las discusiones desacuerdos y dificultades, socios y opositores.
Más allá del aspecto democrático de esos años, tenemos que reconocer que pudimos diseñar (bajo la conducción de Jaime Yoshiyama), la Constitución del 93, origen y base de nuestra recuperación y el regreso de la inversión privada al Perú.
En los 90:
– Se estabilizó la macroeconomía
– Se desreguló y liberalizó los precios
– Se privatizó las empresas públicas (con lamentables excepciones, como Petroperú y Sedapal)
– Se reformó el Estado. Al desaparecer la discrecionalidad de la burocracia se eliminó la corrupción administrativa
– Se crearon nuevas instituciones. La más importante, una que nunca habíamos tenido, el mercado.
– Se estableció la autonomía del BCR
– Se crearon las AFP, las reguladoras de los servicios públicos, el Indecopi y una Sunat de lujo.
Los resultados fueron inmediatos, entre 1993 y 1997, crecimos 7.5% de promedio anual, y hubo una fuerte reducción de la pobreza.
Lamentablemente, los 90 terminaron con una inmensa corrupción política y con una recesión innecesaria. Yo fui testigo de cómo empezó la recesión, el 10 de octubre de 1998, el ministro de Economía, Baca Campodónico, convocó a los presidentes de los bancos al BCR y dispuso que “desde ese día el BCR iba a decidir cada día si le daba crédito a los bancos”. Las protestas de los asistentes fueron desatendidas y como los bancos no pueden correr el riesgo de liquidez, no les quedó otra cosa que cortar el crédito.
Como los depósitos eran, básicamente, a 90 días, a los 45 días se cortó la cadena de pagos que se extendió como un hongo atómico de cabeza por toda la economía. Nos cominos una recesión de 4 años, cuando la crisis asiática se había diluido en pocos meses.
Uno de los aspectos más importantes de este final, fue que los resultados de los 90, de punta a punta, entre el 90 y el 2000, no mostraron los beneficios de las grandes reformas del país y se malogró el aprendizaje de las relaciones causa-efecto.
Terminamos el siglo en recesión y con alta pobreza.
Los 2000
En el siglo XXI, sobre la base de las reformas de los años 90, tuvimos la mejor década de nuestra historia:
– Bajaron al alimón la pobreza y la desigualdad. Una anomalía económica. Descontentos con la pérdida de este argumento para atacar la economía de mercado, los profesores de economía de la universidad Católica hicieron su propio índice Gini, para mostrar una mayor desigualdad, pero su propia serie mostraba una pendiente de descenso de la desigualdad aún mayor que la indicada por el BM y la Cepal
– Crecimos como nunca
– Los indicadores sociales fueron excelentes, fuimos el primer país en cumplir la metas del milenio
– La inversión privada, el empleo, el crecimiento y los ingresos de las personas crecieron más en provincias que en Lima, más en la sierra y la selva que en la costa y más en las zonas rurales que en las urbanas
– Formamos una nueva clase media emergente que es un pulmón de la economía y esperanza de mejores opciones políticas
– La inversión sobre producto llegó al 28% del PBI
– Nunca tuvimos tanta inclusión
– Nuestras medidas alcanzaron: 90-90-90 (el sector privado daba el 90% del empleo, el 90% de los ingresos fiscales y el 90% de la inversión)
Segunda década del siglo XXI
Desgraciadamente no llegamos a aprender de nuestra historia ni de la de otros países. En la segunda década del siglo, en el gobierno de Humala, su Primer Ministro Salomón Lerner oficializó la prédica anti-minera. Se paró la inversión minera, que fue el motor principal del crecimiento y que ayudó a formar el sector industrial más grande, más fuerte, sólido, diversificado, competitivo y exportador de nuestra historia.
La paralización actual del crecimiento de nuestra economía es fundamentalmente por razones internas, los precios han bajado, pero aún son buenos y los mejores proyectos se pueden financiar.
Desde el desmanejo político del proyecto de Conga, se paró la inversión minera y con ella toda la cadena de inversión privada, hasta paralizar totalmente su crecimiento.
Al mismo tiempo, casi sin que nos diéramos cuenta, desde el gobierno de Paniagua, pasando por el de Toledo, García y ahora el de Humala, se fue tejiendo una selva regulatoria que hace casi imposible lograr las inversiones. Por ejemplo, en el reciente Simposio del oro y la plata, Ricardo Briceño comentó que el texto único ordenado de minería que se logró hacer en los 90s, una sola norma que compendiaba toda la regulación, hemos pasado ahora a 180 dispositivos diferentes.
No queremos tomar nota que mientras Colombia crece, el Perú se paraliza. Ellos está desregularizando su economía y promoviendo la inversión minera. En la India, su nuevo Primer Ministro, Neranda Modi, ha planteado un lema clarísimo para su gobierno: “No red tape, only red carpet for investors” (Nada de trabas burocráticas, solo alfombras rojas para los inversionistas).
Todavía no hemos hecho el diagnóstico correcto de la caída de nuestro crecimiento. Los “nuevos motores” de Ghezzi demorarán muchos años en producir crecimiento. Solo podemos reactivar el crecimiento, si desregulamos la economía y promovemos la inversión en minería, petróleo y energía.
El futuro
Hoy tenemos dos agendas pendientes e interrelacionadas:
– Primero, cerrar las brechas en educación-salud, instituciones, infraestructuras, tecnología y derrota de la pobreza extrema.
– Segundo, poner en valor nuestros recursos naturales, nuestra reserva productiva, en bosques, minería, pesca, etc.
Ambas agendas se formaron juntas durante esos 30 años que vivimos sin luz. Lo importante ahora, es entender que desarrollando la segunda, podemos eliminar la otra, las brechas.
Una reflexión final: Hoy podemos salir de pobres
Por ejemplo, el HSBC dice que el Perú podría ser la economía número 26 en el 2050. Para ello tenemos que crecer un promedio de 5.5% por año. Nos ayudarán dos factores estructurales, nuestro bono demográfico y la demanda de commodities, que seguirá sólida. Pero tendremos que superarnos en tres factores de política interna, la mejora de la educación-salud, de nuestras instituciones y de las infraestructuras. (Ver anexo 2)
Con ese desarrollo, el 2030 deberemos tener al 70% de nuestra población en la clase media con ingresos por persona superiores a US$ 3,000 por año, y a otro 10% con ingresos superiores a US$ 15,000 por año y por persona. Un gran panorama.
Para ello necesitamos una buena Gobernanza: “Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”. (Definición del Diccionario de la Real Academia Española).
Pero eso no es suficiente, necesitamos formar los mejores cuadros de funcionarios públicos, como lo hacen Singapur y la China.
Todo esto llama a nuestra clase dirigente a comprometerse con la acción, no podemos ponernos de costado. ¡Esta vez no podemos fallar!
Pudiendo derrotar la pobreza extrema en un plazo relativamente corto, no hacerlo sería “INMORAL”.
Muchas gracias.
Anexo 1
Anexo 2