The Economist hace poco dedicó un breve artículo al recientemente fallecido Diego Maradona, aquel argentino que probablemente fuera el mejor jugador de fútbol de su generación y que, al día de hoy, aún se disputa el título al mejor de la historia con otros grandes como Pelé, Cristiano Ronaldo y Messi en dicho deporte.
Como bien destaca el popular medio británico, sin duda fue una figura que desde muy pequeño presentaba dotes futbolísticos sin igual comparados a sus pares argentinos, lo que le permitió ascender rápidamente hacia las filas de los clubes europeos.
Lamentablemente, así como se dio su rápido lanzamiento al estrellato, le vino encima una vida llena de excesos en las drogas en su paso por Italia, que tras varios años lo inhabilitó progresivamente de seguir jugando y de si quiera poder desarrollar una posterior carrera decente como técnico de selección y/o clubes extranjeros.
En todo lo no futbolístico, Maradona fue una gran decepción, por decirlo amablemente. Dio los peores ejemplos posibles con las drogas, maltrato a mujeres, no reconocimiento de sus hijos, condescendencia con dictadores y genocidas como Castro y Chávez; inclusive hizo trampa con un gol con la mano en un campeonato mundial. Pero los argentinos, que hace 50 años endiosaron a Juan Domingo y Evita Perón, y quebraron su progreso social, son muy dados a cerrar los ojos ante figuras como las de Maradona.
Muchos disculpan su mal comportamiento por su origen humilde y pobre educación, pero Pelé, tuvo las mismas desventajas de origen que Maradona, y sin embargo, fue siempre un modelo de deportivismo y civismo.
Desde Lampadia no podíamos dejar de comentar su historia y lamentar que su arte no sirviera para que lograra ser un mejor modelo de vida. Lampadia
Divino y condenado
La vida bendita y maldita de Diego Maradona
Muere uno de las mejores futbolistas de Argentina y del mundo
The Economist
28 de noviembre, 2020
Traducida y comentada por Lampadia
Vivirá para siempre en esa soleada tarde de junio de 1986 en el estadio Azteca de la Ciudad de México. Fueron los cuartos de final del Mundial entre Argentina e Inglaterra. En el minuto 55, Diego Armando Maradona recogió el balón en la mitad argentina y se abrió paso a través de la defensa inglesa como si no estuviera allí antes de lanzar un tiro raso y fuerte. Fue uno de los mayores goles de todos los tiempos. Llegó apenas cuatro minutos después de que Maradona, con el partido sin goles, se hubiera levantado para recibir un despeje fallido en el área de Inglaterra y metiera el balón en la red. Había marcado, dijo después, “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”. Sin video arbitraje en ese entonces, el gol se mantuvo. Fue, dijo, una especie de venganza por la derrota de Argentina a manos de los ingleses en la guerra de las Malvinas cuatro años antes.
Entre ellos, esos goles resumieron a Maradona, quien murió de un infarto a los 60 años el 25 de noviembre. Bendecido con talento divino, tenía poco respeto por las reglas en una vida que ofrecía riquezas pero que siempre era una lucha. Encarnaba la idiosincrasia de su país, como señaló Clarín, un diario argentino: “Maradona son los dos espejos, eso en lo que es un placer mirarnos y eso que nos avergüenza”.
Hijo de una empleada doméstica y un trabajador de una fábrica, creció en una choza de hojalata y cartón en Villa Fiorito, en los suburbios de Buenos Aires. De adulto medía metro y medio, pero su cuerpo rechoncho y piernas musculosas le daban un poder explosivo. Sus marcas registradas serían carreras en aumento, la pelota pegada a sus pies y una visión instintiva.
Su carrera profesional comenzó cuando tenía 15 años en Argentinos Juniors, un club histórico pero modesto. El éxito allí lo llevó a Boca Juniors y luego a Barcelona y Napoli. Pero encontró la fama y la fortuna difíciles de manejar. Ansiaba afecto. El club nocturno en compañía de gorrones y gánsteres lo llevó a la adicción a la cocaína. Había muchas mujeres, a algunas de las cuales golpeaba, y suficientes niños para formar un equipo de fútbol.
La segunda mitad de la vida de Maradona fue trágicamente grotesca. Obeso y con dolor a menudo (los árbitros eran menos protectores en su época), hizo patéticos intentos de reaparición. Fracasó como entrenador, especialmente en la selección de Argentina. Enriquecido por el capitalismo, no vio contradicciones en las amistades con los anticapitalistas Fidel Castro y Hugo Chávez.
Si Maradona fue el mejor jugador de todos los tiempos, por delante de su compatriota Leo Messi o el brasileño Pelé, es un debate que no es necesario resolver. Con sus orígenes humildes, sangre guaraní y mata de rizos oscuros, para los argentinos siempre fue el pibe de oro, el niño de oro. “Nos hiciste inmensamente felices”, dijo Alberto Fernández, presidente de Argentina, al declarar tres días de duelo nacional. Lampadia