El crecimiento económico y la reducción de la pobreza han desatado un debate sobre el número de peruanos que conforma la nueva clase media emergente y otro acerca de su contribución económica y política al país. En Lampadia hemos informado reiteradamente que organismos internacionales como el BID, el BM y la CEPAL señalan que la clase media peruana ya es mayoría en la sociedad. También creemos que debe consolidarse su contribución a la sociedad mediante la resolución de la Agenda Pendiente en educación, salud, infraestructuras y clima de inversión. Pero a diferencia de muchos sectores de la élite peruana –más allá de derechas e izquierdas- creemos que la emergencia popular es un hecho positivo y trascendental del siglo XX, un hecho sin el cual no se explicarían todos los milagros políticos y económicos del país.
Cuando el estado populista se derrumbó en los ochenta con sus secuelas de hiperinflación y el terrorismo, las inmensas masas andinas que migraron a las ciudades, en lugar de sumarse a las prédicas terroristas (como sucedió en otras latitudes) o caer en la delincuencia, optaron por el emprendimiento y, décadas después, surgió una sociedad de millones de empresarios. Ese mundo informal, pues, es uno de los factores que nos salvo de la disolución como sociedad. Desde ese momento quedó en claro que, antes que un problema, la emergencia popular era un camino de infinitas posibilidades. En todo caso, ¿cómo podríamos explicar nuestra sorprendente continuidad democrática y de economía de mercado si los partidos, las élites y los intelectuales fracasaron en toda la línea?
Sin embargo, a pesar de que, en la última década, el Perú creció por encima del 6%, redujo la pobreza a más de la mitad y arrinconó a la desigualdad, la economía y la sociedad peruana continúa siendo en su gran mayoría informal: alrededor del 70%. ¿A quién le echamos la culpa de esta situación? ¿Al mundo informal, popular y empresarial que nos salvó de todos los infiernos o a la élite política, económica y cultural que no ha logrado representar el mundo emergente en la sociedad pública no obstante que la Carta Política del 93 le otorga todas las herramientas?
Cada vez que las élites han tenido que valorar los aportes del mundo popular, instintivamente, le han restado méritos. Por ejemplo, la Comisión de la Verdad, en vez de reconocer la gesta histórica de los héroes campesinos en derrotar a Sendero Luminoso, se dedicó a convertir a los hombres del campo en simples víctimas, en pobrecitos. Hoy se acusa a los empresarios informales de ser “individualistas” y “pragmáticos, de “no pagar tributos”, de ser radicales anti-estatistas y de ser “dueños de nada” por su escaso aporte al espacio público.
Si son individualistas y pragmáticos, entonces, estamos ante la gran noticia del nuevo siglo. Significa que el sistema político ha sido incapaz de representar los intereses de este mundo emergente y, por lo tanto, incapaz de construir un estado con legitimidad. La democracia, el bienestar general y todas las libertades surgieron cuando un puñado de individualistas y pragmáticos de Occidente se propuso desarrollar un contrato social: Democracia y Economía de Mercado. Cuando exista esa representación, el Estado podrá cobrar todos los tributos habidos y por haber, porque el ciudadano de cualquier parte del mundo o de la historia paga por representación y servicios. Nunca paga si no recibe nada. Y, aunque parezca mentira, cuando eso suceda habrá surgido una nueva política y el trágico divorcio entre fracaso político y éxito económico habrá terminado.
En el Perú estamos enfangados en una discusión sobre cómo desarrollar más competitividad para la economía. Los sectores de izquierda creen que estas demandas solo provienen de la gran empresa y la inversión extranjera. Falso de toda falsedad. Por ejemplo, la reforma del sistema laboral. ¿Alguien cree que los millones de empresarios informales pueden pagar todas las gollerías laborales, beneficios e indemnizaciones que defiende la CGTP y Mario Huamán? Cuando se represente el mundo informal en la política quedará más que claro que la CGTP es una minoría de minorías frente a la avalancha de nuestros empresarios emergentes.
También discutimos sobre la meritocracia en el Estado y la educación, por ejemplo. Pero los sindicatos se convierten en murallas contra estas reformas. Si el mundo emergente tuviera voz y voto en el espacio público todos entenderíamos que las empresas informales, los trabajadores informales, solo pueden existir por la dictadura de los méritos. Allí los errores se sancionan. Quedaría entonces claro que los opositores a la meritocracia solo son minorías y aristocracias.
La reforma del Estado, la instauración de la meritocracia pública, la reforma tributaria, la reforma laboral y todas aquellas reformas que no se hacen y ensombrecen nuestro futuro solo podrán ser implementadas cuando el país formal e informal converjan en uno solo. Y cuando eso suceda nuestra democracia tendrá partidos nuevos y reformados y la gente comenzará a ver con otros ojos al Congreso, al Poder Judicial y las demás instituciones. Cuando eso suceda, simplemente, el Perú ya estará en el umbral del desarrollo.