La migración es una constante de la historia humana que ha producido muy importantes avances en el desarrollo de muchos países, sin embargo no se reconoce su naturaleza positiva y hasta las naciones que nacieron de la migración, hoy la combaten, la limitan y hasta la vilipendian.
Así sucede en EEUU, donde se llega a separar familias que deben dejar a sus hijos al cuidado de algún burócrata, o en las campañas políticas con gente tan despreciable como Donald Trump. También se manifiesta en Europa donde hace falta más sensibilidad humana con los pobres africanos que huyen del hambre y de la guerra. En el Perú, la migración del campo a la ciudad que empezó en los años cuarenta, ha sido finalmente, una fuerza telúrica que ha transformado de raíz la estructura de nuestra sociedad. Más recientemente, tenemos el vertiginoso crecimiento de la nueva clase media peruana, producido en los últimos 25 años, como una expresión del encuentro entre la migración y la liberación de nuestra economía (ver en Lampadia: El libro blanco de la nueva clase media).
La migración interna del Perú, ese proceso de olas sucesivas de pobladores andinos a la costa del país, principalmente a Lima, es quizá el fenómeno más importante e integrador que ha sufrido el Perú. Como señalaba el gran historiador Jorge Basadre, es “la única revolución verdadera”. Hacia mediados de 1940, dos tercios de la población habitaban en la sierra, pero hoy el Perú Urbano concentra cerca del 80 % de la población. En el camino se produjo lo que José Matos Mar denominó “Perú criollo”, u “oficial”, como lo calificó Hernando de Soto, para fundar el Perú de hoy, heterogéneo, pujante, creativo y clase mediero, como lo describe Rolando Arellano. (Para otros, solo informal).
Simbólicamente este proceso (Matos Mar), empezó, en Lima cuando “La mañana del 24 de setiembre de 1946, el cerro San Cosme fue ocupado por un centenar de personas, en su mayoría provincianos comerciantes de La Parada, quienes arguyendo no tener dónde vivir, con banderas peruanas en mano, instalaron esteras y declararon que se constituían en una asociación de vivienda. El gobierno democrático de Bustamante y Rivero consintió el hecho y, con ello, dio nacimiento a la primera barriada del Perú. A partir de entonces, el fenómeno se expandiría y se haría explosivo”.
Como explica Matos Mar, el fenómeno continuó hasta bien entrado los años noventa. “En todo este lapso se identificaba barriada con pobreza extrema. Hoy la pobreza extrema casi ha desaparecido de Lima y ciertamente las barriadas que llegaron a 400 a fines del siglo XX lograron predominar en 29 distritos de los 49 que tiene la metrópoli Lima-Callao y se convirtieron en distritos; luego, esos distritos formaron conos. Hoy, por sus dimensiones demográficas y geográficas y por su peso social y político, esos espacios se han constituido en tres nuevas Lima”.
No se puede dejar de asociar a este fenómeno, que se profundizó desde los años 60, el apagón productivo y de inversiones que duró hasta el año 90. No solo se inhibió la producción y la inversión; con el estallido del terrorismo asesino, el Estado se retiró paulatinamente de más de la mitad del territorio nacional. Sin empleo y sin Estado, solo quedaba más migración.
Hoy se puede decir que el resultado fue exitoso. Que es una historia con final feliz, pero este camino fue sumamente complicado. Como señala, Rolando Arellano, el estudioso que mide y caracteriza la nueva estructura social del país, la migración no fue un acto irracional, caprichoso o instintivo sino un acto puramente racional. Los campesinos estaban convencidos de que su situación iba a cambiar, que iban a mejorar. Su meta era superarse.
Como señala el ‘Otro Sendero’, los migrantes descubrieron que el sistema no estaba dispuesto a admitirlos, que los obstáculos eran cada vez más grandes y que las puertas se cerraban. Entonces hicieron lo único que les quedaba a fin de sobrevivir: se convirtieron en informales.
La informalidad, el desarrollo de mercados al margen del país oficial, fue la forma que hallaron para desarrollarse, para conseguir trabajo, vivienda, transporte y servicios que el Perú formal les negaba. Su tesón, emprendedurismo y capacidad de ahorro los llevó a crear una economía sumamente vigorosa en la que la creían firmemente y en la que imperaban las reglas del libre mercado, pues el Estado se hallaba ausente o, como ahora, imponía trabas para el desarrollo. Estos empresarios modernos entienden que para progresar es necesaria la libertad y ahora, comprenden también, que la democracia es el mejor sistema de gobierno.
“El Perú [recién] empezó a reconocer a sus informales como potencial clase media tras enterarse de que representaban más del 60% de las horas-hombre trabajadas, que operaban el 85% de la flota de transporte limeña, que todas sus viviendas eran privadas”, se indica en el ‘Otro Sendero’.
Este reconocimiento por parte del Perú formal aún no ha concluido. Los migrantes no solo han cambiado “el paisaje urbano [Lima], sino también crean un vigoroso circuito económico de servicios, que amplía el mercado interno, constituyen una constelación policlasista formada por pequeños y medianos empresarios, autoempleados y trabajadores eventuales, y forjan una identidad propia que rescata su raigambre serrana y asimila la influencia cultural occidental”, sostiene Matos Mar (ver en Lampadia: La realidad del Perú informal y el retorno de la miopía).
“Estas nuevas mayorías han crecido lejos de las clases altas. No han dependido de ellas como en Chile, donde la riqueza se ha creado de arriba abajo. Aquí la riqueza se creó abajo porque los de arriba no se metieron en esos sectores. Los conos fueron ignorados ¿Por qué van a aspirar a ser lo que no conocen?”, pregunta Arellano. Ver en Lampadia: No era chorreo, eran manantes.
Además de la migración interna, el Perú ha sufrido una sangría inmensa con el alejamiento del país del 10% de nuestra población. 3’000,000 de peruanos viven en el exterior y su buen comportamiento (en su gran mayoría) es un grito que muchos no quieren escuchar, los peruanos no somos seres despreciables que no respetan la ley y no tienen cultura. ¡Lo que está mal no es el hombre, es el sistema!
La recuperación económica y social del Perú, de los últimos 20 años, ha parado esta sangría, que en algún momento provocó que el 87% de nuestros jóvenes pensara migrar al exterior. Analizaremos este aspecto en un próximo artículo.
Esta auténtica revolución, parafraseando a Jorge Basadre, ha sido enormemente positiva para este país, desarrollo de una nueva clase empresarial enormemente competitiva que exige reglas claras, que cree en la libre competencia y las reglas de mercado. Ha incluido el país y generando un potente mercado interno. Pero sobre todo hoy el país está más integrado y socialmente unido. Lo que falta es redefinir la formalidad para que ese nuevo país se integre totalmente y salga de la informalidad. Lampadia