Vidal Pino Zambrano, Especialista en desarrollo rural. Marzo del 2014.
Algunos pensadores o entusiastas del “mundo andino”, destacan como parte de su tradición tres valores fundamentales: el munay (amar o ternura), el llankay (trabajar) y el yachay (conocimiento) y adicionan el adjetivo calificativo allinta que significa hacerlo bien, con la finalidad de explicitarlo, realzarlo y darle una cualidad, lo que termina derivando en allinta munay (ama con pasión), allinta llankay (trabaja con ahincó) y allinta yachay (aprende y comunica con el mayor vigor), este último también hace evocación y enfatiza los aspectos espirituales e intelectuales, de los andinos.
Más allá, de la valides histórica de estos valores, lo cierto es que estos se vienen generalizando. Lo concreto es que se están asumiendo como valores históricos.
El objetivo de la presente nota, no es poner en discusión la validez de los mismos, sino mas bien hacer hincapié o insistencia, en la disquisición de dichos valores y particularmente en la noción o el principio del munay, que se interpreta, erróneamente, como únicamente amor, cariño o ternura y se soslaya o esquiva el énfasis de valores como desear, apetecer y anhelar.
Munay es también deseo. El deseo, entendido como anhelar, sentir ganas, aspirar a algo, es la movilidad entre el afecto y la esperanza, es el afán a tener una mejor condición de vida, mejorar su sistema de producción, mejorar el rendimiento de plantas y animales, es mejorar ingresos. Es el anhelo de un día poder ganar un concurso en una feria, a poder tener un establo con vacas mejoradas, a disfrutar más tiempo con su pareja, a que sus hijos se eduquen y tengan buena salud, etc.
Hace algunos años, en una comunidad campesina de Ayacucho, hicimos un ejercicio con mapas parlantes (dibujos hechos por los campesinos sobre papeles de un metro cuadrado) y la pregunta era ¿Cómo ven ellos su comunidad y su “chacra” dentro de 20 años), todos dibujaron los campos con arboles (lucha contra la erosión), animales mejorados (mayor producción de leche y carne), riego por aspersión (mejor uso del agua), un tractor (mecanización), las casas con agua, desagüe y luz, buena carretera para que vengan los comerciantes y los colegios amplios con aulas conectadas al internet y una plaza bonita. Evidentemente todo este deseo, apetencia y anhelo, no era para las calendas griegas, sino que querían cumplirlo en no más de 20 años. En tal sentido, eran deseos que tenían que ser realizables, no eran sueños ni utopías inalcanzables. Querían ahora, por lo tanto eran muy vivos y actuales y definitivamente contrarios a la pasividad y/o idealización bucólica de la vida campestre del “mundo andino”.
Entonces estos mapas parlantes, nos ayudaron a distinguir la complejidad de los deseos expresados en casi todo el sistema de vida familiar y colectivo de la comunidad, todas ellas como necesidades acuciantes y al mismo tiempo con la posibilidades de lograrse en un tiempo no muy extenso, es decir operable y a su vez que se pueda cumplir más de un deseo al mismo tiempo.
Hay una nueva realidad, incontestable e irrefutable, que remueven tanto teórica comoprácticamente, los conceptos tradicionales de desarrollo y particularmente de desarrollo rural y al interior de estos el desarrollo de las comunidades campesinas y los diferentes grupos étnicos que habitan particularmente en la amazonia. Todas estas poblaciones están reinventando sus sistemas de relaciones entre su cultura, la identidad y el patrimonio, contrariamente a las propuestas que vienen desde las “elites intelectuales” ellos las están dinamizando desde su visión y “recogen de la sociedad global” todo lo que puede ser útil y dinamizador.
En tal sentido, para ellos la cultura, no es un aspecto a considerar en el desarrollo, sino el referente que vertebra y le da unidad y dinamismo al resto de las dimensiones, en el continuo flujo con los diferentes factores externos. Así pues, son culturalmente, sociedades muy abiertas.
Contrariamente a quienes proclaman la pasividad, la idealización del mundo bucólico de la campiña y el ascetismo que no hace sino perpetuar la pobreza, para las poblaciones la esperanza es calmar sus deseos de felicidad y tratar de cumplirlos en los próximos años y no esperar como una utopía inalcanzable, o que solo será tarea de las generaciones futura, ellos quieren ya y ahora, cuanto antes mejor.
En ese sentido, el principio del deseo está también ligado al sueño, a la utopía realizable, ya que se trata de un estado complejo que dará el fruto basado en el esfuerzo y la entrega para generar riqueza, que es el primo hermano del bienestar.
Las políticas de desarrollo y, particularmente las políticas y, las intervenciones en el sector rural, lo que tienen que hacer es acompañar y elevar el nivel del deseo, elogiarlo en vez de ocultarlo predicando su virtud como creadora de riqueza y no quedarse en la ternura que inspira el paisaje andino y rural.
Ver ensayo completo en: http://www.lampadia.com/archivos/Articulo_Vidal_Pino_Z.pdf