Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
Quienes provenimos de familias de clase media, forjadas a base de trabajo duro y sin holgura económica, sabemos lo que les ha costado a nuestros padres mantenernos, darnos una educación decente, digna y hacernos progresar, sacando adelante familias relativamente numerosas. Los chicos nacidos en los años 40s, 50s y 60s del siglo XX, hemos sido formados con la disciplina de esos tiempos, con una educación basada en el respeto a los mayores, amor a la Patria, valores morales y un altísimo sentido del respeto a los compromisos y a la palabra empeñada. Eso es cuestión de honor y dignidad.
La educación escolar se sustentaba esencialmente en la camaradería entre los miembros del salón y el profundo respeto y admiración al Maestro (así, con mayúscula), puesto que, ellos nos instruían y brindaban no sólo sus lecciones, sino que educaban con su sabiduría, mostrando e inculcando bonhomía. No eran sólo meros profesores, sino referentes para la vida. Gente culta, de buen hablar, sólidos principios morales, honestidad comprobada y capaz de dejar huella con su ejemplo y comportamiento cívico que, a pesar de sus limitaciones económicas eran, sobre todo, dignos.
Con los años, estas familias de clase media que en sus inicios eran funcionarios del sector público, privado o pequeños empresarios, fueron desarrollando pequeños negocios familiares y enseñaron a sus hijos que el trabajo duro y perseverante, era fundamental. Que su propio esfuerzo les permitía educarse mejor, lograr mejores estándares de vivienda y acceso a la salud. En el Perú, hay pocas familias que se han sustentado a partir de una riqueza familiar heredada. La mayoría ha forjado su destino y el de sus familias, con mucho trabajo esforzado y sacrificio. La mayoría trabajó y estudió simultáneamente, mientras muchos desarrollaban más de un trabajo para que no le falte nada a sus hijos.
Por otro lado, un sector de la población, debo reconocer que, con menos suerte, fue poblando las áreas rurales, sin planificación familiar alguna y desarrollaron familias numerosas, cada vez menos educadas, sin facilidades de salud y ni siquiera servicios básicos, como agua y desagüe. Muchos de ellos, los más emprendedores y arriesgados, dejaron sus pueblos y migraron a Lima, persiguiendo sus sueños para explorar sus oportunidades de mejora económica y desarrollo familiar. Por eso, un tercio de la población del Perú está en Lima, donde han formado familias, han hecho crecer territorialmente la ciudad y han trabajado de sol a sol, sin quejarse y sin esperar nada de un Estado que, por varias décadas, no ha sido capaz siquiera de planificar su desarrollo.
Para nadie es un secreto que la izquierda, debidamente encaramada en el Estado, ha manejado los hilos del gobierno por décadas, antes de Fujimori, primero, para reinsertarse desde el 2011 hasta hoy. Todos sabemos que son una calamidad para gobernar y que sólo pueden pretender gobernar, después que los gobiernos liberales les han dejado las arcas llenas para financiar sus insensateces socialistas.
La izquierda nunca ha creado ni producido nada que no sea crisis económica y hambre (veamos estos 100 días no más), jamás ha arriesgado nada en un emprendimiento, nunca ha pagado una planilla bajo su responsabilidad y, en consecuencia, ha desarrollado una inconfundible actitud de queja contra los que se han sacrificado y se auto sostienen. Han desarrollado una “narrativa”, tal como les gusta calificarla, de “ricos” contra pobres, tratando de marcar las diferencias económicas entre los diferentes sectores de la población, sin ser conscientes que están recreando la fábula de la hormiga y la cigarra, aquella que relata a una cigarra festiva en verano, mientras la hormiga trabajaba en preparación para el invierno, hasta que el invierno llegó, y la cigarra se quejó de la hormiga por no compartirle su alimento y abrigo.
Ya los peruanos nos estamos cansando del lloriqueo permanente de Pedro Castillo, quien quiere victimizarse y hacer creer que sólo los pobres de hoy trabajan. Le exigimos más respeto por quienes hemos trabajado duro de manera perseverante, incluyendo domingos y feriados, sacrificando incluso muchas horas de sueño, para salir adelante con nuestras familias, pensando en la mejor educación de nuestros hijos y ahorrando en preparación para el retiro laboral, con una vejez digna. Ese querer poner hoy a los peruanos menos favorecidos en actitud mendicante a expensas de un “bono solidario”, en lugar de brindarles oportunidades para que alcancen los mismos logros, impulsando inversiones que se debieran estar ejecutando, mientras que, en cambio, él se encarga de espantar, fomentando inestabilidad y desconfianza para estas inversiones.
Lejos de fomentar el crecimiento económico, que redujo la pobreza monetaria de 55% a 20% en sólo dos décadas (entre el 2001 y el 2019) y evitar el rebote a niveles de 30%, producto del mal manejo de la economía durante la pandemia, PC sigue hablando de la constituyente, exacerbando el resentimiento entre peruanos y marcando las diferencias; étnicas, económicas y sociales.
Ahora quiere impulsar una “reforma tributaria” porque “le falta recursos”, pero no hace su tarea, puesto que quiere incrementar la recaudación, aumentando tasas de impuestos al 20% de los ciudadanos que siempre pagamos, para recaudar 12 mil millones de soles, pero:
- No plantea ninguna medida para reducir los 23 mil millones de soles que se lleva la corrupción anualmente.
- No propone acciones para que se ejecute el 100% de los presupuestos de inversión y no sólo, a duras penas, el 60% tradicionalmente ejecutado.
- Ningún esfuerzo por dirigir la inversión pública a proyectos que cierren brechas socioeconómicas y cuidar la calidad de su ejecución.
- Por supuesto, ninguna propuesta para ampliar la base de contribuyentes y eliminar la evasión tributaria: No mira la actividad económica en los conos, no persigue la tala ni minería ilegal y permite la multimillonaria actividad de cultivo de coca, generando el ambiente para facilitar el narcotráfico.
- Ciertamente, no se le cruza por la mente fomentar la inversión privada formal y crecer.
En esencia, lo fácil; más impuestos a los de siempre, que ya los tenemos identificados y para remate, los responsabilizamos de la baja presión tributaria en el Perú, comparándonos con otros países. Lo que no dicen, es que ningún otro país tiene un 78.2% de informalidad.
Señores, los peruanos tenemos dignidad y no buscamos dádivas, sino oportunidades de trabajo, educación y desarrollo. El odio de Castillo a los ciudadanos que viven en Lima, es porque son trabajadores, no le piden nada y labran su propio destino.
¡Es cuestión de dignidad! No les quite esa dignidad a los demás pueblos del Perú. Convénzase, el suyo (siete años sin trabajar), no es un buen ejemplo. Lampadia