Noruega ha sido siempre uno de los ejemplos que debimos seguir en el Perú. Es un país que podría llamarse primario exportador, pues el 67% de sus exportaciones son petroleras. Sin embargo, sin políticos ignorantes que hayan creado mitos y generado regulaciones absurdas, maximizó el ritmo de explotación de su petróleo (un recurso no renovable) para crear riqueza que le permita privilegiar tres aspectos clave para el bienestar de corto y largo plazo de su sociedad: un gran desarrollo social, excelentes estándares ambientales y orientación a la innovación y el desarrollo tecnológico. Además, por supuesto, tiene un buen sistema educativo e instituciones sólidas.
Otro desarrollo importante de Noruega es su fondo soberano que acumula excedentes de la renta petrolera. Hoy es uno de los más grandes del planeta, y le ha permitido evitar distorsiones como la enfermedad holandesa y mantener la capacidad de tener una política contra cíclica que les ha dado décadas de estabilidad.
Sin embargo, como el petróleo se agotará en algunas décadas o será sustituido por otras fuentes de energía y considerando la reciente reducción de su cotización en los mercados internacionales, se piensa que es importante ir preparando a la sociedad para los cambios que eventualmente, tendrán que atravesar. Pero, según explica John Gapper, en su artículo del Financial Times, “el problema es que Noruega está demasiado cómoda. Se necesita una crisis para conseguir que la mayoría de los ciudadanos cambien radicalmente su forma de pensar o para que se ajuste la forma en que funciona la economía”.
Con la caída de los últimos años del precio Brent del petróleo, los noruegos están pensando más en la innovación. A pesar de contar con un fondo soberano de aproximadamente US$ 880 mil millones y que sus reservas de petróleo y gas deberían durar unos cincuenta años más, ellos están empezando a ampliar su interés en la innovación como una medida de crecimiento en la economía. Un caso similar de compromiso de largo plazo al de Singapur, que después de sus primeros 50 años de éxito, ya está pensando en las acciones necesarias para cuidar las siguientes cinco décadas. (Ver en Lampadia: Singapur piensa y planea su futuro).
En nuestro caso, el crecimiento de la minería ha tenido una indiscutible contribución al dinamismo de la economía y a los ingresos fiscales. Es cierto que en vez de acumular excedentes, teníamos que avanzar en cerrar las brechas sociales y económicas que acumulamos durante los aciagos años del velascato, el segundo belaundismo y el primer alanismo. Pero si hubiéramos entendido que la explotación de nuestros recursos naturales, como lo hizo Noruega, era algo que había que profundizar y apurar, no hubiéramos ido a medias en su explotación ni hubiéramos interrumpido nuestro ritmo de inversión y crecimiento hace cinco años.
Lo que es peor, nuestra política y nuestros medios están plagados de mitos, de prejuicios y falsos paradigmas, que debilitan e interrumpen la visión sobre las estrategias de desarrollo que pueden sacarnos de la pobreza. Con todos los recursos que tenemos, con el potencial productivo en minería, energía, forestales, agro-exportaciones, pesca y turismo, no hay disculpa para no impulsar un ritmo alto y sostenido de crecimiento, reducción de la pobreza y desigualdad.
El Perú se ha caracterizado por desperdiciar innumerables oportunidades de desarrollo. Pero nunca hemos tenido tan claro cómo podemos dinamizar nuestra economía, gracias a esos largos años de extraordinario crecimiento, hasta el ‘punto de inflexión’ del 2011.
Fallar ahora en liderar al país por la senda de la prosperidad y el bienestar general, implica, a diferencia de las generaciones anteriores, una doble responsabilidad. La actual generación de líderes debe reaccionar para que emprendamos una verdadera gesta por el crecimiento y la prosperidad. ¡Hoy, no esperemos a mañana!
Leamos ahora, las actuales preocupaciones de Noruega:
La riqueza del petróleo de Noruega inunda la innovación
“A los noruegos les gusta la idea de la creatividad, pero temen la disrupción”
Fuente: www.ft.com
Por John Gapper
Financial Times
18 de octubre de 2016
Traducido y glosado por Lampadia
Urgen al fondo petrolero de Noruega que invierta miles de millones más en acciones
En la impecable red de trenes subterráneos y tranvías de Oslo, las máquinas para el pago de tickets se dejan abiertas. Tal vez sea porque se puede confiar que los noruegos pagarán las altas tarifas, o porque, de todos modos, la ciudad es lo suficientemente rica.
Esta semana crucé de un país en el extremo norte de Europa a otro. El Reino Unido está entrando en pánico por su falta de plan para el Brexit; Noruega ha previsto un declive de su industria del petróleo y gas, pero carece del pánico.
Anita Krohn Traaseth es una hija del petróleo: nació en 1971, año en que comenzó a ser bombeado desde el campo de Ekofisk en el Mar del Norte. «Observa a mi generación. No sabemos lo que es una crisis nacional. Fuimos criados con el petróleo y la riqueza», dice el director ejecutivo de Innovation Norway, un organismo de desarrollo. Hace un gesto como de un drogadicto poniendo una aguja en su vena.
Es un problema de la afluencia, pero un problema de todos modos. Ésta es la Semana de la Innovación en Oslo, un encuentro de nuevas empresas tecnológicas, inversores de capital de riesgo y compañías noruegas como Statoil, la compañía de petróleo y gas de propiedad estatal. El tema es ‘isomstilling’, el nombre dado al cambio incipiente de Noruega para vivir sin la industria petrolera que ha traído riqueza y bienestar durante 45 años.
¿Por qué se apresuran?, se preguntan algunos. 5.2 millones de ciudadanos se encuentran entre los más acomodados del mundo, con un PBI per cápita de US$ 75,000. Su fondo soberano (financiado por el petróleo), creado en 1990 para ayudar a evitar la «enfermedad holandesa» – el síndrome de la riqueza de los recursos que eleva la moneda nacional y debilita los otros sectores – vale US$ 880 mil millones. Sus reservas de petróleo y gas deberían durar unos cincuenta años.
El problema es que Noruega está demasiado cómoda. Se necesita una crisis para conseguir que la mayoría de los ciudadanos cambien radicalmente su forma de pensar o para que una economía ajuste la forma en que funciona. Sin importar su opinión sobre el Brexit, esta es una de esas crisis. Por el momento, Noruega tiene think tanks oficiales e incubadoras de innovación de iniciativa empresarial y disrupción.
Ha tenido un pequeño shock en los últimos dos años. El ticker electrónico a un lado de un banco de Oslo muestra sólo la cotización Brent del crudo, el mejor indicador de la salud financiera del país. Su caída desde 2014 ha hecho daño a la balanza comercial de Noruega y ha hecho que el gobierno utilice US$ 27.7 mil millones [el 3%], o US$ 5,330 por ciudadano, del fondo de riqueza soberana para llenar su agujero presupuestal de este año fiscal.
Otro signo de estrés es que esta semana un comité de expertos recomendó que el fondo soberano invierta más en acciones, tomando mayores riesgos financieros para aumentar su tasa de rendimiento esperada. La caída global en el rendimiento de la deuda significa que la riqueza energética de Noruega no va a ganar tanto como su gente esperaba.
El fondo del petróleo es un ejemplo por muchos motivos: al retirar gran parte de la riqueza de las manos del gobierno y dirigirla hacia la inversión en el extranjero, Noruega ha evitado lo peor de la enfermedad holandesa. Y añade a la sensación de que el país tiene un amortiguador contra el cambio: la existencia misma del fondo extiende su fecha límite para remodelar la economía.
Los ciudadanos también están amortiguados. El gobierno destina el equivalente al 20% del PBI de «tierra firme» – la producción no energética de la economía – a los beneficios sociales, y los noruegos trabajan 80 % de las horas promedio en los países de la OCDE, el equivalente a un día menos de una semana. El sector energético es muy bien pagado y productivo, pero el crecimiento de la productividad en otros lugares se ha quedado atrás.
Noruega tiene el potencial para adaptarse. Tiene un reto de recursos humanos menor que el Reino Unido: su gente es bien educada y la exploración offshore requiere ingenieros con habilidades en tecnología y software. El logro más codiciado para un joven de 18 años no es convertirse en un banquero, sino estudiar ingeniería en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología.
Pero este potencial tiene que ser explotado y Noruega sigue indeciso sobre el cambio. Mucha gente joven promocionaba la creación de start-ups en la Semana de la Innovación, pero muchos de ellos trabajan a tiempo parcial para las grandes empresas y experimentan su espíritu empresarial en sus horas libres. Ellos no tienen que dar el paso.
Noruega es una sociedad basada en el consenso que solo se siente cómoda con reformas que hayan sido discutidas y acordadas cuidadosamente. Muchas de las grandes compañías, incluyendo Statoil y Norsk Hydro, están controladas o son propiedad del estado y los noruegos no quieren que sean socavadas. A ellos les gusta la creatividad, pero temen la disrupción.
Aun así, hubo señales de progreso en la Semana de la Innovación. Una de ellas fue un encuentro de agricultores, empresas textiles y diseñadores dedicados a la reactivación de la industria de la lana. A diferencia de Suecia y Dinamarca, Noruega (que es rica en petróleo) no logró subir en la cadena de valor de la moda cuando la producción se trasladó offshore a países con mano de obra barata en la década de 1970.
Allí me encontré con Elisabeth Stray Pedersen, una diseñadora de moda de 29 años, que el año pasado compró una fábrica abierta en 1953 por el diseñador Unn Soiland Dale. Ella quiere revivir su marca Lillunn y vender sus mantas de lana y abrigos noruegos en el extranjero. «La gente ha perdido sus empleos en la industria de la energía y esto envía una señal a los jóvenes que tenemos que hacer algo diferente», dice ella.
Stray Pedersen tiene su propia marca de moda, lo que ella llama la «hija más joven y rebelde» de Lillunn. Noruega necesita más de esos.
Lampadia