Desde Chile, donde ha fracasado la convivencia entre derechas e izquierdas que permitió décadas de avances sociales y económicos muy importantes, Axel Kaiser, de la Fundación para el Progreso, nos advierte sobre las dificultades estructurales de las izquierdas ideologizadas para negociar espacios políticos de concertación, que reconozcan la validez de los indicadores sociales y económicos como base de los diagnósticos y desarrollo de políticas públicas (leer líneas abajo).
Kaiser nos dice que la derecha, “una y otra vez sueña con que se trata de personas con las que es posible llegar a acuerdos y consensos en torno a ideas sensatas. El socialista puro, sin embargo, no tiene interés ni en la verdad, ni en el bienestar de los grupos marginados que reclama representar —si lo tuviera abrazaría instituciones de mercado”.
Efectivamente, sorprende una y otra vez, que las izquierdas no reconozcan los avances de la humanidad, que no propongan mejoras y que siempre planteen ideas refundacionales.
No avanzar en los procesos sociales y económicos, no querer mejorar las cosas y plantear empezar de cero cambiando los procesos naturales de progreso, es una demostración clara que las advertencias de Kaiser no son producto de una visión sesgada.
Veamos nomas lo acontecido en el Perú en los últimos años. La izquierda mantiene sus mismas agendas revisionistas como la del cambio de Constitución, la creación de empresas públicas, la estabilidad laboral absoluta, el pos-extractivismo, y tantas otras ideas anti modernas y empobrecedoras. No interesan las evidencias en contrario. Pero lo que es peor, ojalá creyeran en lo que plantean, más bien las mantienen como plataformas políticas populistas para acercarse al poder.
Luego de la reciente crisis política, el presidente Sagasti ofreció un gabinete plural, pero al día siguiente formó uno más bien monocorde, nutrido desde las ONGs y las universidades de militancia izquierdista, como la PUCP y la Universidad del Pacífico. Un gabinete que, con algunas excepciones, en lo político transmite un espíritu excluyente. Es importante que esta vez, los medios de comunicación mantengan un espíritu crítico e independiente que ayude a perfilar un mejor gobierno.
Al mismo tiempo, el gobierno, después de darse 60 días para sentar las bases de la modernización de la Policía Nacional, ha apurado una cuestionada purga policial. Sin embargo, hay que rescatar que se introduzcan gerentes profesionales de Servir en la gestión administrativa de la policía.
Por otro lado, la calle, en sus vertientes más extremas, ha adoptado los ataques personales contra quienes discrepan del pensamiento guía de las facciones políticas dominantes.
Cuidado con ser tontos útiles de estas agendas. Estamos advertidos, no cometamos los mismos errores de los chilenos. Lampadia
Axel Kaiser
Fundación para el Progreso – Chile
Publicado en El Mercurio, 08.09.2020
Una de las características más distintivas de la derecha chilena es su dificultad para entender al adversario que enfrenta y la forma en que este consigue, aun sin mayorías, imponer su agenda. Se trata de una ingenuidad derivada de un idealismo infantil que confunde lo que el mundo es con lo que se desearía que este fuera. Salvo excepciones, la derecha, incluidos sus intelectuales, no entiende el alma socialista. Una y otra vez sueña con que se trata de personas con las que es posible llegar a acuerdos y consensos en torno a ideas sensatas.
Asumen, seguramente porque jamás han leído a Orwell, que realmente tienen un compromiso con la verdad y el bienestar de la sociedad y se sienten tan culpables frente a su discurso que los validan en todos los foros posibles e incluso los financian. El socialista puro, sin embargo, no tiene interés ni en la verdad, ni en el bienestar de los grupos marginados que reclama representar —si lo tuviera abrazaría instituciones de mercado—. Su único objetivo es el poder y todo lo que dice y hace apunta a concentrarlo lo más posible en sus manos. Y es que, sin el poder, no pueden transformar el mundo de acuerdo a los dogmas que exige su ideología. Marx ya se quejaba amargamente de que los filósofos se limitaban a explicar el mundo cuando lo que había que hacer, según él, era transformarlo.
Y en ese juego todo vale: fingir moderación, distorsionar los hechos, parecer sensato cuando corresponda, retroceder si la situación lo amerita, etc. Así́ convencieron a los empresarios y a la derecha de que ya habían aprendido la lección, que ahora, salvo unos pocos, si eran razonables y que no querían tumbar el sistema. En su ingenuidad y culpa la derecha empresarial y política los abrazó, mientras estos, a veces invisiblemente, seguían realizando su trabajo de demolición, al principio haciéndolo parecer como algo meramente socialdemócrata y, luego, desatando por completo su intención refundacional. Por supuesto quienes advertimos que esto iba a pasar fuimos tratados de extremistas, apocalípticos y exagerados por la misma derecha que hoy mira aterrada como el país se desmorona frente a sus propias narices.
Pero es peor, porque incluso hoy muchos siguen creyendo que una nueva Constitución puede resolver en algo la crisis actual, ingenuidad que a estas alturas raya en la estupidez. Una vez más quienes creen esto estarán equivocados por no entender que la izquierda no cambia, que, si bien hay algunos más sensatos entre ellos, al final también estos, con pocas excepciones, terminan cediendo ante los duros capaces de controlar la narrativa y llevar los principios que abrazan los moderados a sus consecuencias lógicas. La izquierda avanza sin transar, poniendo en jaque a un país completo dirigido por una elite temerosa y ciega que le ha entregado la soga con la que esta va a ejecutar el suicido de Chile, desenlace inevitable a menos que un real despertar ponga freno al tercermundismo de la nueva Constitución y dé un golpe a la mesa, acabando de una vez con la violencia. Lampadia