Tras haber sido víctima de una de las peores revueltas violentistas en su historia tras su retorno a la democracia, Chile emerge con un gobierno débil que ha terminado por ceder en las presunciones de los grupos del ala más radical de las izquierdas en dicho país.
Más allá de las victorias sociales logradas en el plazo inmediato y reflejadas en las medidas a ser implementadas por el presidente Piñera, como la creación de un ingreso mínimo garantizado, la reducción de las tarifas eléctricas y topes a los medicamentos, incremento en las pensiones, entre otras, conviene detenernos en el referéndum a convocarse en abril del próximo año que legitimaría la creación de una nueva constitución.
Un reciente artículo escrito por The Economist, y que compartimos líneas abajo, incide en el contexto político y económico que precedió este hecho, pero sobretodo hace una reflexión acerca de las posibles transformaciones por las que podría pasar el modelo chileno, de inclinación liberal, con esta nueva constitución. Así indica que podría inclinarse la balanza hacia la socialdemocracia o en el peor de los casos, hacia un intervencionismo al puro estilo venezolano. Ambas alternativas que supondrían traer la tan ansiada justicia social que desean alcanzar las protestas.
En este respecto, queremos rescatar lo que ha referido acertadamente en diversas ocasiones en los últimos días la Fundación para el Progreso (FPP), importante think tank chileno (ver Lampadia: La constitución del subdesarrollo, La madre de todas las batallas) acerca de la creencia errónea, y hasta absurda, de que una nueva constitución constituirá la solución de todos los males del país chileno y siquiera de cualquier otro país.
Como ha mostrado la evidencia internacional, los países de altos ingresos como EEUU, Dinamarca, Suiza, Australia, entre otros, solo han tenido una constitución de su historia. Justamente por esa idea nefasta de creer que con una nueva constitución que otorga mayor poder al Estado, se podrá refundar una sociedad desde sus cimientos, es que los países de nuestra región han fracasados en sus intentos denodados por establecer un modelo al cual consideran como utópico e ideal. Toda constitución puede ser perfectible siempre y cuando se mueva dentro de los marcos institucionales que dan vida a las reglas de juego que rigen los mercados libres. Estas reglas de juego que caracterizan al modelo chileno, le han permitido a dicho país alcanzar los mejores índices de desarrollo humano en la región (ver Lampadia: Chile en la mira), aun cuando la narrativa proveniente de la izquierda haya penetrado en la percepción de los jóvenes reaccionarios, haciéndoles parecer todo lo contrario.
Siendo esta nuestra reflexión final, consideramos que debería sopesarse la idea de convocar una asamblea constituyente para la escritura de una nueva carta magna ya que, como lo ha demostrado hasta el cansancio la historia de la región, iniciativas parecidas han contribuido a bifurcar todos los progresos generados por constituciones que promueven un Estado subsidiario y la libre competencia de los mercados. Lampadia
Chile se tambalea hacia una nueva constitución
El doloroso nacimiento de un país diferente
The Economist
23 de noviembre, 2019
Traducido y comentado por Lampadia
En 2014, Michelle Bachelet, socialista, ingresó a la presidencia de Chile por segunda vez en un programa de reforma radical de impuestos, educación y pensiones. También aspiraba a promulgar una nueva constitución que garantizara «más equilibrio entre el estado, el sector privado y la sociedad», como le dijo a su columnista mientras tomaba el té en el palacio presidencial de Moneda. Argumentó que su «lucha contra la desigualdad» era una última oportunidad para lidiar con los descontentos que, si se descuidan, podrían empujar a Chile hacia el populismo.
En ese momento eso parecía alarmista. Y varias de las reformas de Bachelet fueron mal diseñadas. Se enfrentaron a una oposición implacable de los negocios y la derecha. Su posición pública se vio afectada por un escándalo relacionado con un préstamo bancario garantizado por su hijo. Pero en retrospectiva, Bachelet estaba en lo correcto. Durante el último mes, debido a los descontentos que identificó, Chile se ha visto afectado por una conflagración social. Esto ha visto grandes protestas pacíficas, desorden salvajemente violento y vigilancia policial dura.
Un país diferente está listo para emerger. Chile heredó de la dictadura de Augusto Pinochet tanto una economía de mercado de rápido crecimiento como una «sociedad de mercado» de pensiones de pago, atención médica y educación. Bajo los gobiernos democráticos en los últimos 30 años, la provisión social se ha reformado gradualmente. Los chilenos son mucho menos pobres y sus ingresos son menos desiguales. Pero no es así como muchos de ellos lo ven. Las protestas son un grito por más redistribución y mejores servicios públicos.
El sucesor de Bachelet, Sebastián Piñera, un hombre de negocios multimillonario convertido en político de centro derecha, fue elegido con la promesa de impulsar el crecimiento económico al corregir sus reformas. Al carecer de una mayoría en el Congreso, hizo pocos progresos. Su manejo de las protestas ha sido errático. Después de que el metro de Santiago sufriera ataques incendiarios coordinados el mes pasado, declaró que Chile estaba «en guerra» y envió al ejército a las calles. Para muchos chilenos, eso le quitó credibilidad a su posterior crítica de la policía que dejó seis muertos y unos 2,400 heridos, más de 200 con lesiones en los ojos. Casi 2,000 policías también resultaron heridos, pero no pudieron evitar la quema de iglesias, supermercados y edificios públicos.
Piñera prometió un aumento inmediato en la pensión mínima (pero a solo US$ 165 por mes), un pequeño aumento en el salario mínimo y medidas para reducir el costo de los medicamentos y la electricidad. Se resistió a otros cambios: un cambio de gabinete fue más pequeño de lo esperado y esquivó las demandas de más impuestos y una nueva constitución. «Era muy poco, demasiado tarde», dice Heraldo Muñoz, quien fue ministro de Relaciones Exteriores de Bachelet.
El presidente ahora ha perdido el control de los acontecimientos. Su nuevo ministro de finanzas, Ignacio Briones, acordó con la oposición aumentar los impuestos, financiar pensiones más altas y una mejor atención médica. Después de una huelga general y protestas violentas el 12 de noviembre, se habló del presidente para que no volviera a imponer un estado de emergencia. En cambio, Gonzalo Blumel, su nuevo ministro del Interior, negoció un acuerdo nacional para un referéndum en abril sobre si se debe tener una nueva constitución y qué tipo de organismo debería redactarla. Todas las partes, excepto algunas en la extrema izquierda y la extrema derecha, lo han firmado. El acuerdo cuenta con un 67% de apoyo popular, según una encuesta de esta semana.
Las protestas comienzan a disminuir. El acuerdo ofrece a Chile un posible camino de regreso a la paz y la reforma consensuada. Hay salvaguardas contra una asamblea constituyente que sigue el camino de la Venezuela de Hugo Chávez. Su trabajo será únicamente redactar una constitución, y dos tercios de sus miembros deben estar de acuerdo con el texto. «La gran mayoría de los chilenos son sensibles», dice Patricio Navia, un politólogo. «Quieren compartir mejor el pastel, no quieren volar el pastel».
Otros son más pesimistas. «El experimento neoliberal está completamente muerto», según Sebastián Edwards, un economista chileno. ¿Qué lo reemplazará? Algunos temen un descenso al populismo fiscal. La economía ya se ha visto afectada, y es poco probable que la inversión se recupere hasta que el esquema del nuevo modelo sea claro. Chile ha descubierto algunas verdades duras sobre sí mismo. Su fuerza de policía, alguna vez admirada, los Carabineros, han demostrado ser incompetentes y brutales. Se ha demostrado que el servicio de inteligencia es inútil.
Muchos en el centro moderado esperan que de esta catarsis surja un modelo político que conserve una economía de mercado competitiva mientras crea un estado de bienestar al estilo europeo. Eso sería un gran avance para América Latina. Llegar allí no será sencillo. Lampadia