Alejandro Deustua
7 de junio de 2023
Para Lampadia
Entre agosto de 2000 y mayo de 2023 cuando los presidentes del Brasil convocaron a sendas cumbres presidenciales suramericanas, el sistema internacional había transitado del escenario unipolar hacia otro de multipolaridad indefinida mientras el consenso liberal sobre órdenes democrático-representativo y economías de mercado retrocedía allí donde éste se había arraigado. Esos cambios no han sido extraños a los regímenes de cooperación política y económica en Suramérica.
Salvo el incierto proceso abierto en la cumbre de Brasilia de mayo último, todos los mecanismos de cooperación regionales de ese período (la Comunidad Suramericana de Naciones, el UNASUR -que involucró un Consejo de Defensa Suramericano-) y PROSUR han fracasado.
Ello ha ocurrido a pesar de la precaria subsistencia de organismos de integración (la Comunidad Andina, el Mercosur, la Alianza del Pacífico) caracterizados por su mala performance (comercio intrarregional por debajo del 10%), mucha normativa (el caso de los dos primeros) y hasta sabotaje ejercido por sus propios miembros (México y Colombia en el caso de la Alianza).
¿A qué se debe el fracaso progresivo de la cooperación plurilateral suramericana y la reiteración en ese empeño con parámetros de probada falta de éxito?
Probablemente a que el interés nacional en ese tipo de cooperación no sea en este siglo tan intenso como se declara, a la subordinación del mismo a la tradición bilateral, a las estridencias de la diplomacia declarativa siempre predispuesta a la “gran estrategia” carente de voluntad y poder para llevarla a cabo y a características sui generis de los Estados suramericanos.
Entre estas últimas sobresalen la inconsistencia de los Estados suramericanos en la realización de intereses proclamados y a la prevalencia del interés interno sobre el externo. Y, por tanto, al predominio del capricho de gobiernos débiles y volátiles sobre los requerimientos del Estado, así como a ciertas perversidades como la irracionalidad ideológica y la corrupción.
De este último caso ha sido víctima el promisorio programa de integración física concertado en la primera cumbre suramericana del 2000: el IIRSA. A pesar del concurso del financiamiento multilateral ese programa fue absorbido por instrumentos intensivos en corrupción organizada en entidades estatales (el Bndes brasileño, p.e.) por autoridades y empresas locales que terminaron derruyendo gobiernos (el clamoroso caso del Perú). Sobre el particular es inaceptable que, mientras ex-presidentes peruanos están en la cárcel por ello, la matriz brasileña de corrupción que tuvo como jefe político al actual promotor de una nueva experiencia de cooperación regional, no haya dado siquiera las explicaciones del caso.
De otro lado, la irracionalidad ideológica y su predisposición hegemónica (el socialismo del siglo XXI) se ha mostrado en todo su esplendor en el caso de UNASUR. Establecido en 2008 a iniciativa de presidentes democráticos liberales, el UNASUR fue contundentemente absorbido por la influencia política de Chávez y potenciada por alianzas de vocación confrontacional e intervencionista al punto de promover la suspensión de la participación de Perú, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay en 2018 (luego se agregarían Ecuador y Uruguay en 2019 y 2020).
El retorno de Brasil y Colombia a esos fueros es hoy sólo convergente con el inaceptable intento de legitimación de Maduro por el anfitrión Lula y la increíble pretensión del presidente brasileño de alterar la realidad de la dictadura venezolana describiéndola como una falsa narrativa fabricada por terceros.
En este punto Lula se ha disociado de la evidencia. Es decir, de las acusaciones de crímenes contra la humanidad imputados por órganos de la ONU al gobierno de Maduro, del desconocimiento de las elecciones venezolanas del 2019 por la OEA y el Grupo de Lima, de la destrucción de la economía venezolana (una contracción de 75% del PBI entre 2014 y 2020) y de la emigración de 7 millones de sus ciudadanos que dan cuenta de ello.
Esa claudicación (frente a la cual la delegación del Perú guardó silencio) muestra la clamorosa carencia de valores compartidos reales dentro del UNASAUR. Y también la vigencia de intereses contradictorios: su propósito de mayor democracia y autonomía, sólo ha logrado economías de dependencia diversificada a la que China -un socio buscado y preferido- ha contribuido notablemente.
Luego de esa experiencia bufa, PROSUR, que pretendió en 2019 reemplazar al UNASUR, no fue sino un último estertor de la experiencia cooperativa regional cuya ofrenda folclórica proporción el RUNASUR.
Quebrado el consenso liberal en la región y arraigada una nueva ola populista en el área, al amparo del interés brasileño de organizar el espacio suramericano a su manera como base de su proyección externa (práctica funcional al intento de mediación en el conflicto de Ucrania y en la potenciación de los BRICS), la reciente cumbre de Brasilia ha prescindido de toda referencia a las nociones del mercado libre en economía y de representatividad en la democracia como factores aglutinantes esenciales en el área. Al respecto, no es exagerado concluir que Suramérica está retornando a la era del “pluralismo ideológico”.
Sin embargo, si en ese escenario se logra contener el afán de predominio geopolítico de la potencia subregional y el empuje ideológico colombo-venezolano (al que otros ya están sumados) y si el foro regional logra identificar problemas específicos del área y modos concretos de solucionarlos, nuestros países no estarían encaramándose necesariamente en nueva ficción de cohesión suramericana.
Ello, sin embargo, será insuficiente para revertir el manifiesto declive del peso estratégico de Suramérica en el mundo reflejado en la disminución de su participación en el mercado global (de 8.4% en 1950 a 5.4% hoy en el PBI mundial).
El proceso de recuperación de ese valor perdido depende hoy mucho más del esfuerzo de cada uno de nuestros países y quizás de los mecanismos de integración establecidos si éstos se proponen potenciarlos asumiendo con seriedad objetivos elementales de largo plazo (p.e. lograr niveles comercio intrarregional más cercanos al 40% asiático) en un contexto global innovado por una nueva era tecnológica que generará más asimetría y competencia interregional y un sistema internacional en que la multipolaridad no implica menor conflictividad. Lampadia