Fernando Rospigliosi
CONTROVERSIAS
Para Lampadia
El sábado pasado cumplió cien años Henry Kissinger, el más importante diplomático de nuestro tiempo, que es también un intelectual brillante.
Judío nacido en Alemania en 1923, huyó con su familia de la barbarie nazi y se refugió en los Estados Unidos. Siendo profesor en Harvard, se incorporó como consejero de Seguridad Nacional en el gobierno de Richard Nixon y fue luego Secretario de Estado con él y su sucesor Gerald Ford.
Dos de sus operaciones más significativas fueron establecer relaciones con China de Mao Zedong -hasta ese momento aislada y excluida de la ONU- y negociar el fin de la guerra de Vietnam, por lo cual ganó el Premio Nobel de la Paz.
Teórico notable de las relaciones internacionales, es un crítico de la política “idealista” predominante en los EEUU desde Woodrow Wilson (presidente entre 1913 y 1921), aunque siempre entendió que tenía que manejarse cuidadosamente en un ambiente influido decisivamente por esas ideas.
En su libro “La diplomacia” (1994) explica como desde la fundación de los EEUU “la política exterior [trazada por los Padres Fundadores] fue un refinado reflejo del interés nacional”, aunque el país estaba lejos de los centros de poder de la época.
Las cosas cambiaron entrado el siglo XX, cuando los EEUU se convirtieron en un actor importante en la escena internacional. Theodore Roosevelt, (presidente 1901-1909), “un agudo analista del equilibrio del poder. Insistió en que se atribuyera a los EEUU un papel internacional porque así lo exigía su interés nacional y porque, según él, un equilibrio global del poder era inconcebible sin la participación norteamericana.”
En cambio, “para Wilson, la justificación del papel internacional de los EEUU era mesiánica: el país no tenía un compromiso con el equilibrio del poder, sino la obligación de difundir los principios norteamericanos por todo el mundo.”
El fracaso de esa política se demostró en los acuerdos de Paris en 1919 y el Tratado de Versalles, que tuvieron como protagonista al propio Wilson, y en la inutilidad de la Sociedad de las Naciones, creada a instancias de Wilson y en la que los EEUU se negaron a participar, a pesar los esfuerzos de su presidente. (Ver Margaret MacMillan, “Paris, 1919”).
En “Orden mundial” (2014), Kissinger desarrolla varios conceptos básicos en la misma dirección. Allí explica su adhesión a los principios de la Paz de Westfalia (1648) que dio fin a la guerra de los treinta años:
“La Paz de Westfalia reflejó una adaptación práctica a la realidad, no una visión moral única. Se basaba en un sistema de estados independientes que se abstuvieran de interferir en los asuntos internos ajenos y controlaran mutuamente sus ambiciones a través de un equilibrio general del poder.”
Y precisa como los EEUU se mueven en una ambivalencia que muchas veces ha producido resultados negativos:
“Estados Unidos ha oscilado entre defender el sistema westfaliano o reprobar sus premisas de equilibrio de poder y no injerencia en los asuntos internos por considerarlas inmorales y obsoletas, y en ocasiones ha hecho las dos cosas a la vez. Continúa afirmando la relevancia universal de sus valores para la creación de un orden mundial pacífico y se reserva el derecho de defenderlos a nivel global.”
Es decir, esos principios westfalianos implican reconocer a los Estados y no interferir en sus asuntos internos, guiando la política internacional en función del interés nacional. Mientras que la política wilsoniana, “idealista”, pretende imponer los valores norteamericanos en todas partes, a veces con resultados que van en contra de los intereses de los EEUU.
Por ejemplo, en 1979, el gobierno de Jimmy Carter contribuyó decisivamente al derrocamiento del Sah de Irán, un firme aliado de los EEUU en el Medio Oriente, aduciendo que no era democrático y era corrupto.
La consecuencia es que se hizo del poder una pandilla de fanáticos fundamentalistas islámicos, que han sometido a su pueblo a una represión brutal y lo han hundido en la miseria, son enemigos acérrimos de los EEUU, han cometidos atentados terroristas en todo el mundo y pretenden conseguir armas atómicas con el declarado propósito de borrar de la faz de la tierra a Israel.
En “China” (2011), Kissinger relata una anécdota significativa, que muestra como el interés nacional guía las decisiones por encima de la ideología. En una reunión el 21 de febrero 1972 con Mao Zedong, Zhou Enlai, Richard Nixon y él, se produjo este diálogo:
“Cuando la reunión estaba a punto de terminar, Mao, el profeta de la revolución permanente, recalcó al presidente de las entonces vilipendiada sociedad imperialista-capitalista [Nixon] que la ideología ya no venía al caso en las relaciones entre los dos países:
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- “Mao: creo, que por regla general, las personas como yo parecemos cañones. (Carcajadas de Zhou). Es decir, algo así como ´el mundo tiene que unirse y derrotar al imperialismo, al revisionismo y a todos los reaccionarios y establecer el socialismo´.”
- “Mao se rio a mandíbula batiente de su insinuación de que todo el mundo podía haberse tomado en serio una consigna que llevaba décadas pintada en los lugares públicos de todo el país.”
En ese momento, mientras Mao y Zhou se carcajeaban de sus propias arengas mientras negociaban con el “imperialismo” en función de sus intereses nacionales, en el Perú un grupo de desquiciados encabezados por Abimael Guzmán se preparaban para ensangrentar el país siguiendo esa ideología que solo merecía risotadas de sus creadores.
En síntesis, Kissinger no solo es un extraordinario diplomático, sino que es también uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. Él tuvo la habilidad -y la suerte- de participar en el gobierno de los EEUU y de contribuir a modelar la política exterior de ese país en momentos importantes. Lampadia