Cecilia Blume
Para Lampadia
En el Perú, “Política” es mala palabra. Está mal vista. El que hace política lo hace porque quiere aprovecharse, robar, porque es ocioso y quiere vivir del erario público porque no le queda otra. Eso es lo que entendemos en el país como política. Y por eso tenemos la política que tenemos.
Años atrás en una conferencia sobre inversión extranjera, escuché a un político de un país vecino decir que a sus conciudadanos les importaba la política y por eso los más capacitados trabajaban para el Estado, para tener un país mejor.
Mi hija, que no vive en el Perú hace muchos años, conversando sobre la coyuntura política me dijo “en el Perú, una vez cada cinco años, todos se preocupan”. Y es verdad, ni siquiera somos capaces de ocuparnos. Sólo nos preocupamos y cada cinco años y, más o menos, durante un mes.
Los que hemos trabajado para el Estado sabemos que muchos piensan que los funcionarios públicos son personas que no tienen ningún trabajo mejor y que por eso entran al Estado. Que, además, viven del Estado, sin casi trabajar. Que son inútiles, que no saben lo que es trabajar en el sector privado y pagar planillas.
Puedo decirles, sin duda alguna que no hay trabajo más enriquecedor en lo profesional, que la labor pública. Y no me refiero a ser ministro o tener un alto cargo. Me refiero a trabajar por el resto, por los demás, para que el Perú sea mejor y sin tener oficinas bonitas, modernas y bien ubicadas. En el Estado se chambea fuerte, sin horario, muchas veces sin vacaciones y por supuesto sin CTS, AFP, ONP ni seguridad social. Pero se trabaja bien, se aprende a golpes; se trabaja en grupo, sin pensar en cuánto o cuándo tendré un aumento de sueldo y, obviamente, sin carrera pública, pues tu estabilidad depende de que tan alto llegas y de los cambios (muy frecuentes) de ministros que muchas veces traen sus propios equipos para los altos cargos y hacen borrón y cuenta nueva. Si tomas decisiones importantes, siempre pisarás callos y saldrás, cuando entren nuevos jefes.
Qué distinto sería el Perú si cuando nuestros hijos nos dijeran que quieren estudiar políticas públicas o volverse politólogos nos pusiéramos felices. No. Mi hijo no puede ser político. Mi hijo no puede trabajar para el Estado. No. No va a tener futuro, no va a tener dinero, no va a llegar a nada. No será nadie.
En el Perú, casi no tenemos partidos políticos. No tenemos agrupaciones organizadas, que tienen una estructura, reglas, que comparten una ideología y un afán de permanencia, para, eventualmente llegar al poder. Salvo honrosas excepciones, no tenemos partidos. La demostración de ello es el nuevo Congreso con diez bancadas y nuestras elecciones donde tuvimos 24 “partidos” postulando por las curules. El no tener partidos es lo que hace que un mes, cada cinco años, nos preguntemos ¿Quiénes son los candidatos? ¿Qué piensan de los temas más relevantes? ¿Qué han hecho? ¿Quiénes son sus equipos? ¿Cuáles son sus planes para solucionar los problemas del Perú?
Para tener un país mejor necesitamos una política decente, con funcionarios públicos reconocidos, carrera pública y, como no, partidos políticos que se hagan responsables por lo que hacen sus miembros. Causa extrañeza cuando los congresistas de un mismo partido votan diferente. ¿Realmente comparten ideología? ¿Se conocen siquiera antes de llegar al congreso? ¿Tienen un líder visible que realmente los aglutine?
Así llegamos al absurdo de pensar que es “lo correcto” que los candidatos que postulan a la segunda vuelta firmen “hojas de ruta”, contradiciendo sus planteamientos hechos un mes atrás, con los que llegaron a competir por la presidencia del país.
En serio, consideremos que cuando nuestros hijos quieran meterse en política, debemos apoyarlos. Tratemos de que los peruanos más capacitados trabajen para el Estado de manera continua y no, como se dice, “ya hice mi servicio militar”. No. Trabajar por el Perú es un orgullo y sobre todo, un privilegio. Lampadia