El recuento preliminar a más del 80% de los votos de las elecciones generales de nuestro país vecino, Bolivia, prevé resultados que la prensa internacional ya venía vaticinando en los últimos días: una segunda vuelta, producto de la ajustada diferencia que habría entre el número de votos alcanzados por el líder oficialista, Evo Morales y su partido Movimiento al Socialismo (MAS) y el líder de la oposición, Carlos Mesa, cuya coalición política, Comunidad Ciudadana, busca impedir un cuarto mandato de Morales.
Última Hora: Sin embargo, parece que se estaría consumando un fraude que le daría el gobierno a Evo Morales.
Y es que el descontento de los bolivianos – como venimos advirtiendo en Lampadia: BOLIVIANO: Si no los une el amor, que los una el espanto, Una ciudad liberal en Bolivia – ya era palpable en los últimos años en varios segmentos de la población, por razones políticas y económicas.
Como mencionamos, en relación al aspecto político, el populorum ya no le era tan favorable ni funcional a Morales puesto que, como todo líder autoritario, ha tenido que recurrir a una interpretación discrecional de la constitución para perpetrarse en el poder y ganar legitimidad, además de su constante manipulación del poder judicial y de los medios de prensa, siendo ambos importantes contrapesos de una democracia. Ello sin mencionar el amplísimo rechazo que obtuvo un referéndum constitucional del 2016 que no le daba la razón para el continuismo de su gobierno.
Por el lado económico, si bien su modelo de desarrollo – sustentado en un control creciente del Estado en importantes sectores estratégicos como el gasífero y el eléctrico – le permitió a Bolivia tener un crecimiento sostenido desde el 2006, este ha sido endeble al lado de los resultados de modelos de Estado subsidiario como el adoptado por nuestro país.
Sin embargo, más importante aún es señalar que este crecimiento es a largo plazo insostenible por los ingentes esfuerzos de recursos públicos a los cuales tiene que apelar para seguir operando. Prueba de ello es el pico de 8% del PBI en el que el déficit fiscal cerraría el presente año, como bien ha destacado The Economist, en un artículo que compartimos líneas abajo. Ello, aunado a una caída de la demanda mundial de exportaciones de commodities – producto de la guerra comercial China-EEUU – agotaría de una vez por todas el modelo de capitalismo de estado cimentado por Evo desde que asumió su mandato.
Por supuesto, como es costumbre en la popular revista británica, el artículo al que nos referimos también ahonda la crítica al aspecto político por sus constantes quebramientos del orden democrático en años pasados.
Esperamos que, en la segunda vuelta electoral a producirse en diciembre del presente año, los bolivianos tomen conciencia de estos hechos y no asienten las bases de una autocracia que ya lleva 14 años asentada en el poder, cometiendo excesos a las libertades fundamentales. Lampadia
El peligro de Morales
El boliviano Evo Morales enfrenta su batalla de reelección más dura hasta el momento
Después de 13 años de su gobierno, los votantes se están inquietando
The Economist
19 de octubre, 2019
Traducido y comentado por Lampadia
«Bolivia es una nación insurreccional», declara Norma Berno, una mujer pequeña con ojos penetrantes en una «manifestación por la democracia» el 10 de octubre en La Paz, la capital administrativa. A principios de la década de 2000, se manifestó a favor de nacionalizar las grandes reservas de gas de Bolivia, una causa cuya popularidad allanó el camino para que Evo Morales, un cocalero y organizador sindical, se convirtiera en el primer presidente indígena del país en 2006.
Ahora algunos insurrectos se están volviendo contra él. En la manifestación por la democracia, celebrada en el 37 aniversario del fin de la dictadura militar, Berno se unió a decenas de miles de manifestantes en la Plaza San Francisco para tocar las vuvuzelas y lanzar insultos al presidente ausente. Entre sus principales quejas están la mala calidad de los servicios públicos, la falta de trabajos formales y la decisión del presidente de postularse para un cuarto mandato, desafiando la constitución y una votación de referéndum en 2016. «Pensé que iba a cambiar el país para mejor», dice ella. «Estaba equivocada.»
Morales ciertamente ha traído cambios. Las ganancias de las exportaciones de gas, que nacionalizó al comienzo de un boom mundial de productos básicos, se redistribuyeron a los pobres. Desde que llegó al poder, la proporción de la población que vive con menos de US$ 1.90 por día se ha reducido en dos tercios, a 6%, según el Banco Mundial. Una nueva constitución amplió los derechos de los pueblos indígenas, que constituyen quizás la mitad de la población. Las mujeres ahora ocupan la mitad de los escaños en el congreso. El gobierno construyó carreteras, aeropuertos y teleféricos, teleféricos que atraviesan La Paz. Eli, una mujer indígena que vende banderas antigubernamentales en la manifestación por la democracia, está agradecida, a pesar del mensaje en sus mercancías. Ella dice que los teleféricos, y la indulgencia del gobierno hacia los vendedores que venden productos de contrabando, le permiten ganarse la vida.
El presidente cuenta con votantes como ella para reelegirlo el 20 de octubre, cuando también se celebrarán elecciones legislativas. Ganó las últimas tres elecciones con más de la mitad de los votos en la primera vuelta. Su Movimiento al Socialismo (en adelante, MAS) tiene mayoría en el Congreso. Ahora las encuestas sugieren que puede no alcanzar el umbral necesario para evitar una segunda vuelta, que se celebraría el 15 de diciembre: 40% con una ventaja de diez puntos sobre su rival más cercano.
Su derrota sería catastrófica para Bolivia, dice el vicepresidente, Álvaro García Linera. Él llama al presidente «un tejedor» de diferentes grupos sociales, regionales y económicos. «La ausencia de Evo generaría una especie de desmembramiento social y convulsiones que son características de la historia de Bolivia», dice.
Su ausencia es ahora pensable por una mezcla de razones. Muchos bolivianos dan por sentada su prosperidad. Esa prosperidad está ahora bajo amenaza. Sobre todo, a muchos les preocupa que Morales pretenda convertirse en presidente de por vida. Él es «el camino hacia el autoritarismo, y nosotros somos el camino hacia la democracia», dice su principal retador, Carlos Mesa, un ex presidente aficionado a la lectura.
La economía de Bolivia ha crecido en un promedio de casi un 5% anual desde 2006. A diferencia de los presidentes de izquierda en Argentina, Brasil y Ecuador, Morales no se permitió el tipo de gasto excesivo que resulta en una breve euforia seguida por inflación y recesión. «Somos responsables no porque el FMI nos diga que lo seamos, sino porque la inflación ataca más a los pobres», dice Luis Arce, ministro de Economía. El crecimiento se ha mantenido fuerte en el período actual de Morales (ver gráfico).
Pero su magia está perdiendo potencia. Los ingresos por exportaciones de gas han caído. El déficit fiscal de este año será de casi el 8% del PBI. El gobierno anuncia un plan, llamado Agenda Patriótica, para alentar la inversión privada en industrias como plásticos y baterías de litio. Pero el estado aún invierte más que el sector privado. «Bolivia quiere unirse a la primera revolución industrial, pero el mundo ya está en la cuarta o quinta», dice Gonzalo Chávez, economista de la Universidad Católica de La Paz.
Un impulso para expandir la producción de soja y carne para alimentar la demanda de China alentó a los agricultores a quemar franjas de la Amazonía boliviana. Desde agosto, estos incendios han destruido 5 millones de hectáreas (12 millones de acres) de bosque, un área más grande que Costa Rica. Esto contribuyó al desencanto de los votantes indígenas. Decenas de manifestantes caminaron 450 kilómetros (280 millas) desde Chiquitania, una región en el este de Bolivia, hasta Santa Cruz, el centro agrícola del país. Joaquín Orellana, uno de sus líderes, acredita al presidente por obligar a las élites «a tenernos en cuenta». Pero, «nos ha abandonado ahora».
Podía conservar el poder a pesar de la decepción de los votantes. En parte eso se debe a que la oposición está fragmentada y deslucida. Mesa, su principal oponente, es poco conocido en las zonas rurales remotas. «Apenas ha salido en público en los últimos ocho meses», se queja un miembro de su círculo íntimo. El control cada vez más estricto de Morales sobre el estado y otras instituciones se suma a su ventaja. Cuenta con el respaldo de los sindicatos y utiliza la publicidad del gobierno para dirigir los medios. El poder judicial hace su voluntad. Las vallas publicitarias con la imagen del presidente, pagadas por el gobierno, son omnipresentes. En las últimas semanas ha estado entregando alimentos, computadoras, hornos e incluso tractores gratuitos en todo el país.
Los monitores internacionales verán el voto de Bolivia, por lo que es poco probable que haya fraude generalizado. Pero eso no significa que sea justo. Los miembros del tribunal electoral son leales a Morales. Recientemente prohibieron la publicación de una encuesta que lo mostraba con una pequeña ventaja sobre Mesa. Los partidarios del presidente y los candidatos de la oposición han prometido salir a la calle si pierden. «Estoy preocupado por el día después de las elecciones», dijo el embajador alemán, Stefan Duppel, a la prensa boliviana. Es probable que el MAS pierda su mayoría absoluta en el Congreso. Si el presidente es reelegido, le resultará más difícil gobernar. La Sra. Berno agradecería el fin de su monopolio de poder. «Bolivia ya no es un bastión de Evo Morales», dice ella. «Estamos hartos de él». Lampadia