Jaime de Althaus
Para Lampadia
La campaña electoral recién empezará a calentar paulatinamente a partir de julio del próximo año, pero es importante desde ahora ir recordando las razones por las cuales dejamos de crecer a tasas altas desde hace más de una década y la pobreza y la desigualdad dejaron de caer para volver a incrementarse desde que el Covid asolara al Perú. Somos el único país de la región en el que el ingreso promedio de la población aún está por debajo de los niveles prepandemia.
Sin duda ha sido la crisis política la que nos ha golpeado más que a ninguna otra nación. Pero el origen de esa crisis política fue no solo el resultado contrapuesto y fatal de las elecciones del 2016, sin que el presidente y la oposición congresal supieran manejarlo, sino la politización de la justicia que llevó a la cárcel a líderes políticos destruyendo las opciones electorales serias para que triunfara Pedro Castillo. Por eso no nos recuperamos. Se fueron más de un millón de peruanos y 23 mil millones de dólares.
Pero, más estructuralmente, hay pobreza y desigualdad en el Perú porque el Estado ha sido capturado por grupos de interés de naturaleza política, ideológica y gremial que logran aprobar privilegios para unos pocos que son normas que impiden la inversión, el crecimiento de los emprendimientos y su formalización.
Hay pobreza y desigualdad porque hay grupos que se han apoderado del poder regulatorio el Estado para beneficio propio en perjuicio de las grandes mayorías que no pueden crecer dentro de la ley y no pueden beneficiarse del crédito y otros beneficios.
Hay pobreza y desigualdad porque este mismo fenómeno afecta la eficiencia de los servicios públicos de modo que los peruanos mayoritariamente no tienen acceso a una salud y una educación de calidad.
Hay pobreza y desigualdad porque la debilidad política impide enfrentar a economías ilegales y criminales que avanzan oprimiendo y extorsionando al pueblo y capturando territorios e instituciones.
Hay pobreza y desigualdad porque grupos ideologizados e interesados se oponen a la ejecución de importantes proyectos mineros.
Hay pobreza y desigualdad porque la izquierda parlamentaria se unió con el gobierno de Sagasti para derogar la ley de promoción agraria que había permitido un crecimiento fabuloso de las agroexportaciones y la expansión, como nunca, de una clase de trabajadores del agro formales y relativamente bien remunerados que redujeron la pobreza al mínimo en regiones como Ica.
Hay pobreza y desigualdad porque se destinan los recursos del Estado a gastos innecesarios, a los bolsillos de una corrupción galopante, y a financiar aventuras y ideológicas como los déficits monumentales de Petroperú.
Hay pobreza y desigualdad porque el empresariado no se la ha jugado para dar la batalla ideológica y cultural infundiendo la idea de la libertad económica y la economía de mercado. Porque cuando se atrevió a hacerlo fue perseguido por la justicia politizada hasta anularlo por completo. Lampadia