Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
Nuestro país tiene características muy particulares, que nos distinguen del resto del mundo y las culturas universales. Siempre repetimos que, “el Perú es un crisol de razas y sangres”, pero básicamente, somos un crisol de culturas. Un país que, partiendo de las culturas pre-incaicas, llegó a consolidar una cultura incaica, de cuyo imperio nos hemos hecho orgullosos herederos.
Dicho esto, llegó la conquista y la influencia hispana desde esa etapa de la historia, que luego se afianzó durante el virreinato, y con ella, se inoculó variantes y matices raciales, culturales, económicos y “aspiracionales”. Las personas empezaron a distinguir entre el indígena, el hispano y diferentes matices de criollos; unos más educados que otros, algunos con mayores fortunas, otros con más acceso a las fuentes de recaudación de tributos, fuente principal de robo a la corona, que luego se prolongó y afianzó en la república.
Ya en ese momento comenzó a desarrollarse, con la ayuda de un muy rico idioma, debidamente manejado por un amplio grupo de criollos e hispanos, “el arte” de no hablar claro y directo, ni de calificar correcta y adecuadamente a las personas y sus acciones. Tal como hemos sido capaces de aprovechar en la cocina, todo lo que en otras culturas no apreciaban, para crear y preparar platos muy variados y exquisitos, los criollos de estas latitudes desarrollaron también, la sutileza en el hablar y fueron capaces de crear múltiples eufemismos.
Tal como indica Jorge Yamamoto en su libro “La gran estafa de la felicidad”, los peruanos, en su dinámica migratoria interna, crearon y afianzaron múltiples culturas, dependiendo de sus lugares de origen y de la comunidad (familia ampliada) que los acogía. Crearon sus “argollas” y “flexibilizaron” sus reglas, para poder mantenerse y desarrollarse en una ciudad como Lima, casi siempre hostil con el “recién bajado”. En esa dinámica, ampliaron sus grados de libertad y tolerancia para con el incumplimiento de las reglas e irrespeto de las instituciones. Para los miembros de la comunidad (familia ampliada), dejó de llamársele al pan, pan y al vino, vino, hasta que se generalizó en toda la “cultura peruana”, si no, sólo veamos el caso Vizcarra.
Desde ese momento, primero en el lenguaje, pero absolutamente en línea con el tratamiento real de los hechos y valoración de las conductas, lo que es un robo o estafa, pasó a ser “una pendejada”, al igual que, el quebranto de la ley al bloquear una carretera en una protesta, sin respetar los derechos constitucionales de los demás ciudadanos, pasó a ser simplemente un “derecho a la protesta” que, no puede ser reprimido, no importa si incendian propiedad privada. Lo más lindo de todo es que ahora, para las autoridades y la prensa, los secuestros han pasado a ser una “retención”. Ahora, los miembros de cualquier comunidad, irrumpen en la propiedad privada de una empresa (por ejemplo, estaciones de bombeo de Petroperú) y secuestran a sus trabajadores, y eso, es sólo una retención de los trabajadores. Estos, para nuestras autoridades, ya no son los rehenes de un secuestro perpetrado por un grupo de criminales, ahora son “acompañantes involuntarios de un grupo de ciudadanos que los han retenido para dialogar” …
Este proceso de descomposición social, ya no se debe permitir. Quien aspire a ser autoridad, debe ser consciente que, ser autoridad, no es ser “el dulce del pueblo” y que, al recibir un mandato, debe hacer respetar las instituciones, la constitución y las leyes y que debe velar porque las normas de convivencia entre los ciudadanos, se respeten.
Esto se ha tornado particularmente peligroso para nuestro Estado-Nación, porque, de un tiempo a esta parte, pero especialmente durante este proceso electoral, se escucha a ciertos candidatos decir, que quieren nueva constitución y a otros que agregan, que esta debe ser desarrollada por una Asamblea Nacional Constituyente, “que elabore una Constitución con sabor, color y olor del pueblo”, “que desactive de inmediato el Tribunal Constitucional, para elegir otro a su medida”. Algunos, sin pudor, han mencionado que la Asamblea debe ser conformada por ciudadanos elegidos, pero dando a un determinado grupo étnico, una cuota predominante. ¿De cuándo aquí, la democracia es el gobierno de cierta cuota predominante de ciudadanos? Como bien dice Francisco Miró Quesada Rada en una reciente columna, siempre habrá élites de gobiernan, pero, en democracia, estas son elegidas, por lo que se debe “diferenciar élite de elitismos” y que “el elitismo es tan peligroso para la democracia como las dictaduras”.
A propósito, es conveniente recordar y resaltar que, en una auténtica democracia, las elecciones responden al criterio de “un ciudadano, un voto” y, por lo tanto, la representación nacional, debe ser elegida y estructurada, respetando escrupulosamente la adecuada ponderación de la población electoral. Es importante estar alerta y adelantarse, pues debemos prevenir y proteger nuestra democracia, contra las propuestas de cuotas a partir de ciertos criterios, tal como se ha venido sugiriendo. Comenzamos con la “paridad y alternancia” por sexo, pero ya sugieren cuota indígena, personas con habilidades diferentes, LGTBIQ+ y otros. Con ese criterio, ¿no debiéramos poner cuota de ciudadanos con educación superior o cuota de pagadores de impuesto a la renta o cuota por profesiones?
La pregunta es; ¿todos somos ciudadanos peruanos? ¿qué criterio debe primar, en caso un candidato sea peruano, indígena, mujer, persona con habilidad diferente u otro? ¿se puede elegir bajo qué criterio o cuota se les incorpora? Debemos analizar bien el asunto, puesto que, de otra forma, no podemos asegurar que todos los ciudadanos tengan igual valor, ni que su voto responda realmente a las preferencias del elector.
No vaya a resultar esta, otra manera de ir, de a poquitos, como con los eufemismos, manipulando la voluntad ciudadana. Lampadia