Alejandra Benavides
Para Lampadia
La semana pasada se dio el Encuentro Científico Internacional, donde por primera vez, se vieron las caras casi todos los candidatos al sillón presidencial. Fue preocupante ver cómo, en una tribuna menos política y más de fondo, quedaron al descubierto las limitaciones de los candidatos Julio Guzmán, Verónika Mendoza, Jonhy Lescano y el ex cura Arana. Las propuestas de Guzmán absolutamente simplistas, insignificantes e intrascendentes, mientras que las de los últimos tres, enfocadas en la necesidad de crear un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, para que el Estado tenga un rol central en el desarrollo de nuevas tecnologías y el Perú pueda mantener una soberanía científica – el sueño comunista de un Estado gordo y planificador llevado a la ciencia. Honestamente, no entiendo por qué participaron los “líderes” de izquierda, pues si la ciencia es el “conjunto de conocimientos objetivos y verificables obtenidos de la observación y experimentación…”, juntar ciencia e izquierda resulta un oxímoron.
Tener un Ministerio de Ciencia sería un despropósito por infinitas razones, principalmente estas tres:
En primer lugar, el desarrollo científico y tecnológico comprende a la necesidad de dar soluciones a problemas específicos, por lo tanto, no es necesario tener una estructura cerrada y rígida, sino más bien grupos de trabajo ágiles para proyectos determinados. No se necesita tener una planilla fija indeterminada, sino más bien equipos ad hoc sujetos a resultados, como sería un sistema de grants en Estados Unidos, donde los mismos científicos presentan sus proyectos de investigación de manera proactiva o por concurso, y tanto el gobierno, ONGs o cualquier privado puede financiar dicho proyecto, que, a diferencia de una donación, es un pago acotado a un determinado proyecto. Por ejemplo, el gobierno de EEUU cerró a fines de 2020 una inversión de US$1 billón para el desarrollo de Inteligencia Artificial (AI, por sus siglas en inglés) e investigación de computación cuántica (quantum computing research), financiando a 12 distintos grupos de investigación privados (liderados por universidades públicas, privadas, entre otros), para crear mejores herramientas y dar solución a temas ambientales, de sistemas de salud y seguridad nacional.
En segundo lugar, el Perú – a diferencia de lo que muchos piensan, no es un país rico, víctima de la ambición de una “élite dominante”. Es, en realidad, un país pobre pero con potencial. Y, por lo tanto, no es necesario que desarrollemos nuestra propia ciencia y tecnología, cuando podemos apalancarnos en esos conocimientos generados en países desarrollados, y aplicarlos a nuestra realidad. Eso va a permitir que podamos acortar los tiempos en la aplicación de tecnologías modernas, pagar un costo menor para acceder a ellas – y mitigar riesgos, y de paso que evitamos la corrupción. Resulta poco práctico competir con otros países en ciencia y tecnología cuando estamos tan atrás en la curva de conocimiento, y sería más provechoso enfocarnos en aquella innovación más específica a nuestros desafíos, como es la agricultura de altura, sistemas hídricos, entre otros.
Por último, el mundo de la ciencia y tecnología debe estar aislado de la política de turno. Los conocimientos no se pueden politizar, más bien deben ser absolutamente imparciales y transparentes. El simple hecho de que se ofrezca un Ministerio de Ciencia y Tecnología como propuesta de gobierno deja mucho que desear de los candidatos a la Presidencia del Perú, quienes son tan básicos, que creen que porque otros países de la región tienen un Ministerio de Ciencia, nosotros también lo debemos tener. Lampadia