Si el presidente Pedro Castillo cree que podrá conseguir recursos para financiar los ambiciosos programas sociales, la expansión de los servicios de salud y educación y las portentosas obras de infraestructura que ha anunciado, pues se equivoca: se gastará los escasos ahorros que aún nos quedan y luego no tendrá más porque no habrá inversión privada en minería y en otros sectores si es que no se reafirma la vigencia de la economía social de mercado, establecida en nuestra Constitución y se aclaran algunos de los mensajes que lanzó, preñados de presagios bolivarianos.
Para comenzar, el uso del tradicional traje venezolano, el liquiliqui, que usara Hugo Chávez y también Rafael Correa y Evo Morales, enviaba la señal inequívoca de que él forma parte de la alianza bolivariana. Pudo escoger un traje peruano.
Como ellos, juró por una nueva Constitución e insistió en una asamblea constituyente, pese a que ya sabemos que ese es el instrumento de los regímenes bolivarianos para tomar el poder absoluto y que nuestra Constitución permitió la más extraordinaria reducción de la pobreza de la historia del Perú.
También ignoró la opinión de la ciudadanía, recogida en los últimos días por tres encuestadoras, que confirman que los peruanos no quieren un cambio total de la Constitución. Ver en Lampadia: Lo que pide ‘El Pueblo’.
Argumentó el derecho del pueblo a una constituyente, pero felizmente, en este punto, anunció que canalizaría la iniciativa por el Congreso, planteando un proyecto de ley para modificar el artículo 206. Era lo mínimo que se le pedía si insistía en esa iniciativa polarizadora y empobrecedora.
Atacó con ignorancia histórica a España, agravió a nuestro invitado, el Rey Felipe II, e hizo un desplante bolivariano al presidente Iván Duque de Colombia.
Desconoció todos los logros del país, dibujando una realidad maniquea que justifique un espíritu refundacional. Un borrón y cuenta nueva que solo paralizará al país, por lo menos durante los próximos dos o tres años. Para Castillo no importa el costo social de evitar la recuperación de la economía, primero está la ideología y la concentración de poder. Ver en Lampadia: La prosperidad sin precedentes del Perú.
Preocuparon especialmente dos anuncios. Uno, que se volverá “a encargar a las FFAA la participación en algunos importantes proyectos de desarrollo”. Esto fue lo que hizo Fujimori, aunque en tiempos de lucha contra el terrorismo, que justificaban un papel mayor de las fuerzas armadas allí donde empresas constructoras no se atrevían a ingresar. En las circunstancias actuales, con el país completamente pacificado, una decisión como esa solo obedecería al objetivo de ofrecer beneficios económicos a los altos mandos militares para facilitar su subordinación a un eventual proyecto bolivariano del gobierno. Y eso sería muy peligroso.
El segundo anuncio fue el relativo a la expansión de las rondas campesinas a las ciudades, debilitando la institucionalidad de la Policía Nacional. Si esto se institucionaliza y se le da incluso, presupuesto, podríamos estar ante una versión de los círculos bolivarianos venezolanos o de los comités de la revolución cubanos.
El mensaje más positivo fue el de que no habrá expropiaciones ni controles de cambio sino orden y predictibilidad en la economía. Pero acto seguido atacó los cobros excesivos en sectores como el gas, las medicinas y los créditos de consumo, y anunció que el Banco de la Nación, rompiendo el carácter subsidiario del Estado, ofrecerá todos los servicios financieros de la banca comercial. En una sola frase destruyó la predictibilidad en el sector financiero. Atacó a las grandes empresas acusándolas de estafar al fisco y pidió cárcel para grandes empresarios.
Lo mismo con la minería. Le pidió rentabilidad social, un concepto etéreo, y no observó que el problema allí no está en las empresas mineras -que ejecutan programas de desarrollo rural- sino en el pésimo uso de las regalías y el canon por las autoridades regionales y locales. Eso es lo que debe reformarse.
Entonces anunció un “nuevo pacto con los inversores privados, donde el Estado intervenga para reducir costos, facilitar procesos, mantener la seguridad jurídica, y a cambio la población local y el país reciban contribuciones que generen desarrollo y mayores oportunidades con un real cuidado del medio ambiente”.
Bien –si es que se resuelve el problema de la ejecución del canon-, pero acto seguido anunció que “se promoverá la participación del Estado, como la hacen todos los países de la región, como socio o ejecutor mayoritario”. ¿Qué significa eso? ¿Se va a expropiar parte del accionariado de las empresas mineras? ¿Es para los nuevos proyectos? Si es para estos últimos, pues sencillamente no los habrá, nadie vendrá a invertir en esas condiciones. Vamos a desperdiciar el gran ciclo de buenos precios que tenemos delante por muchos años más.
¿Cómo vamos a financiar los miles de miles de millones que anunció el Presidente para diversos programas y proyectos de distinto tipo, si no existirá la “predictibilidad” que se anuncia? Ni siquiera los Tratados de Libre Comercio quedaron a salvo: anunció su “mejora”. Renegociar un TLC en un ambiente menos propicio para el comercio internacional, como el actual, solo nos haría perder nuestro acceso privilegiado a muchos mercados que necesitamos para traer riqueza.
Para no hablar de la ruptura con la tradición occidental, que de todos modos forma parte también de nuestra nacionalidad. Considerar que el Palacio de Gobierno es un símbolo del coloniaje, es ignorar que fue construido por Leguía como un acto de afirmación plenamente republicano. Pareciera que esta es, más bien, una maniobra para no cumplir con los protocolos de Palacio, desarticular su soporte burocrático, y evitar las grabaciones y los registros de visitas. Algo muy grave que atentaría contra la transparencia del gobierno.
Castillo ha abierto simultáneamente muchas cajas de Pandora, desatando procesos difíciles de controlar, máxime en estos momentos en que las prioridades nacionales nos exigen asumir las gestas de superar la pandemia, recuperar la economía y el empleo. Sus propuestas corren el riesgo de dificultar severamente estas tareas y de paralizar la economía.
En ese sentido, su invocación a la unidad de los peruanos no parecía muy sustentada en la lógica de su discurso.
Esperemos que la acción de gobierno supere el discurso político y que nuestras atingencias se aclaren y despejen con el nombramiento de un buen gabinete y luego con la presentación del presidente del consejo de ministros ante el Congreso. Veremos. Estaremos atentos. Lampadia