Cuidado con el leviatán despótico
Jaime de Althaus
Para Lampadia
Es interesante revisar las tesis de Daron Acemoglu y James A. Robinson, que este año recibieron el premio Nobel de economía. En su libro ¿Por Qué Fracasan las Naciones?, plantean en esencia que los países que se desarrollan son los que tienen instituciones políticas y económicas inclusivas, no extractivas. Es decir, que favorezcan participación libre en la economía y en la política.
Simplificando, en la economía esto significa libre mercado y competencia en lugar de proteccionismo o ventajas a determinados grupos o empresas a expensas de la sociedad, así como derechos claros de propiedad y seguridad jurídica, para fomentar la inversión.
Y en la política implica básicamente democracia liberal: pluralismo político e instituciones fuertes que se equilibran mutuamente para evitar que el poder se concentre en pocas manos, limitándolo. Es decir, equilibrio de poderes.
Pero lo particular es que plantean que un sistema político de esas características es indispensable para crear instituciones económicas inclusivas y no extractivas. Un sistema político autoritario, por ejemplo, tenderá a beneficiar a grupos vinculados al gobernante o al Estado, en perjuicio del resto. En una democracia abierta eso es más difícil, porque todos demandarán igualdad de reglas.
En general, es cierto. Pero dichos autores no integran en su análisis el efecto de lo que Mancur Olson llamaba las “coaliciones distributivas”, grupos de interés organizados que hacen lobby o se movilizan para obtener beneficios particulares (regulaciones “extractivistas” en el lenguaje de los Nobel), con el resultado de una acumulación de normas proteccionistas o rentistas que a la postre lleva a la “esclerosis” de la economía. Y el problema es que allí no hay equilibrio de poder posible, porque frente a esos grupos organizados están los ciudadanos dispersos que no perciben el perjuicio que sufrirían en términos de transferencia de rentas, porque el costo individual es casi imperceptible.
Frente a eso solo queda la claridad ideológica y programática. Pero en un sistema como el nuestro en el que los partidos políticos serios casi no existen y la política está muy fragmentada y desacreditada, lo que prevalece son iniciativas populistas o clientelistas de corto plazo precisamente para atender demandas de sectores específicos con capacidad de movilización o de agencia:
trabajadores del Estado, de Salud, jueces, maestros, mineros informales, colectiveros, y hasta políticos procesados, entre otros. Intereses particulares y mafias han penetrado el sistema.
Entonces aquí el problema es la instrumentación del Estado en favor de grupos particulares, un tema opuesto al que plantean Acemoglu y Robinson en su segundo libro, “El corredor estrecho”.
Allí argumentan que los países que se desarrollaron en libertad encontraron un balance entre el poder del Estado y la capacidad de la sociedad de controlar ese poder e influir en él. Esa influencia aparece como defensiva frente a posibles arbitrariedades del poder. No como un medio para obtener beneficios particulares.
Es lo que ellos llaman el “Leviatán encadenado”, donde la construcción del Estado se produjo de manera paralela a la capacidad de la sociedad de influir en él y de ponerle límites.
El Estado nace de la sociedad y recoge las normas sociales, como en el “common law” anglosajón. Pero la mayor parte de las naciones no tienen ese Leviatán sino alguno entre dos extremos: sea el Leviatán despótico, el Estado todopoderoso y abusivo que controla la vida y la economía de los ciudadanos, o el Leviatán ausente, sociedades en las que el Estado es muy débil y rige la violencia y la guerra de todos contra todos.
El Perú y algunos países de América Latina no calzan dentro de ninguno de estos tres Leviatanes. Aquí tenemos un divorcio entre el Estado y la sociedad. Un Estado que rige, en ocasiones con rigor, para un pequeño sector, formal e integrado, y que está relativamente ausente del resto de la sociedad o directamente la excluye. Muchas de sus normas han sido importadas o fabricadas desde los sectores integrados, y resultan inaplicables al grueso de la sociedad. Rige en una parte del cuerpo social, pero influye sobre la otra parte impidiéndole el acceso a la legalidad. Es decir, un Leviatán relativamente despótico que impone su fuerza por exclusión, no por inclusión.
Acemoglu y Robinson identifican precisamente un cuarto tipo de Leviatán que calza en cierta medida con lo que estamos describiendo: el “Leviatán de papel”.
Estos “tienen la apariencia de un Estado y son capaces de ejercer cierto poder en algunos dominios limitados y en algunas ciudades importantes. Pero ese poder es hueco y está casi completamente ausente cuando vas a las zonas periféricas del país sobre las que se supone que deben gobernar”.
Lo que Acemoglu y Robinson no mencionan es que, precisamente, estos Leviatanes de Papel fabrican una muralla de papeles -valga la redundancia-, requisitos, obligaciones y beneficios extractivistas para ciertos sectores, que impide la inclusión de las mayorías en el sistema legal. Entonces, más que un Leviatán de Papel, lo que tenemos acá es un Leviatán Excluyente.
Pero ¿qué es lo que genera esa sobrerregulación?
Aquí confluyen tres vectores:
sectores empresariales interesados en eliminar la competencia;
la prevalencia ideológica y política de los sectores sindicales y de izquierda que logran beneficios y protecciones que solo las grandes empresas pueden pagar; y
el efecto de colonización o captura del Estado por parte de argollas laborales o sindicales y por parte de los sectores excluidos y hasta corruptos o mafiosos, que entran directamente a robar.
Porque lo que ha ocurrido, en parte, es que la sociedad excluida ha retaliado, colonizando ese Estado. Si no es posible crecer en la formalidad, lo mejor es capturar una posición estatal para medrar vendiendo licencias u otorgando obras. Es el neo patrimonialismo.
Ya no estaríamos hablando de un Estado despótico que se impone sobre una sociedad débil. Es al revés. Estamos hablando de una sociedad legalmente excluida que ha capturado el Estado. Es el Leviatán colonizado. Pero son esas colonias que capturan el Estado las que excluyen al resto, imponiendo peajes regulatorios o desviando recursos. El Leviatán colonizado es un Leviatán excluyente. Es un círculo vicioso.
Saldremos de esto reconstruyendo la política.
La bicameralidad ayudará, pero hace falta facilitar alianzas y aprobar el financiamiento privado de los partidos incluyendo los think tanks por impuestos para que los mejores ciudadanos vuelvan a la política. Simultáneamente, sin embargo, hay que derrotar a la criminalidad, que ya está dentro. Y hacerlo antes de que la solución para eso termine siendo un leviatán despótico.
Lampadia