Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
En el Cusco hubo un periodista muy sintonizado que siempre elogiaba al gobierno de turno, sin importar si fuera democrático, autoritario, eficiente o corrupto. Cuando lo criticaban por ello decía: ¡Yo soy gobiernista, no tengo la culpa de que el gobierno cambie!
Este periodista murió hace años, sin embargo, como él quedaron muchos en nuestro medio, en el país y no sólo en la prensa, sino en la intelectualidad, la academia, las profesiones y en el empresariado.
Estos son los que llamo: gobiernistas.
No me refiero aquí a los partidarios del gobierno, los que llegan con él al poder. Esos son los oficialistas, tienen el derecho de pensar como él y actuar para él. Esos son los partidarios abiertos, francos, que ponen el pecho por su líder. Aquí me refiero a los que no siendo partidarios y queriendo parecer independientes, siempre ven la forma y oportunidad de estar “del lado del gobierno”.
Para ellos, no importa como sea o actúe el gobierno, lo que importa es “estar cerca de él”.
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Los hay en la prensa. Amplifican lo bueno y silencian lo malo del gobierno. Atacan sin piedad a quien contradice al gobernante. Viven de la publicidad estatal. Publican lo que conviene y callan lo que no conviene (o lo ponen en letra chica).
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Los hay entre los intelectuales. Presumen de su superioridad intelectual e imparcialidad. Se ubican en un pedestal superior de conocimiento, por encima del debate político. Sin embargo, sus opiniones, ideas y alegatos sirven para descalificar al contrario o validar lo que el gobierno necesita.
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Entre los juristas abundan más que en ningún campo. Encuentran la interpretación adecuada que favorezca al gobernante. Siempre se ufana de ser “amigos de”.
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Los encuentras en las redes. Cierran filas por el poderoso de turno. Creen hasta la estupidez en la inocencia del gobierno, se entregan a su credo y combaten “la maldad del opositor”. Le dan mucho más que el “beneficio de la duda”.
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Entre los artistas abundan. Mejor si con ello muestran el “nivel de compromiso” del arte con las causas políticamente correctas.
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Sin embargo, los peores de todos son los que están en el empresariado. A ellos no los mueve la estupidez, la consigna, la pauta publicitaria o la vanidad intelectual. Los mueven aranceles, rebajas impositivas, exoneraciones, fondos públicos, compras estatales, proteccionismo o contratos de obras. Ensayan razonamientos intelectuales o políticos para disimilar su mercantilismo más ramplón.
En escenarios democráticos e institucionales, esto es feo. En escenarios de ruptura institucional como el que estamos viviendo, esto es grave.
Las dictaduras no se construyen sólo con partidarios. Las dictaduras no las erigen solamente unos cuantos miserables que llegan al poder con el afán de destruir el país. Las dictaduras se construyen, se hacen posibles en estos tiempos porque hay, en la prensa, en la intelectualidad, en las profesiones, en las redes, en el arte, en la empresa y en muchos otros ámbitos, los gobiernistas que los hacen posible.
Tengamos cuidado de ellos. Lampadia